miércoles, 11 de junio de 2014

LEYENDO A SUSAN SONTAG
Escribe Carlos Sforza*
Había leído esporádicamente a la ensayista, narradora y periodista Susan Sontag. Sus comentarios, entrevistas y notas, su labor de periodista en Sarajevo destrozada por las bombas serbias, siempre me llamaron la atención por el enfoque de quien escribía y la inclaudicable posición que siempre mantuvo.
Ahora he tenido la suerte de leer su libro “Cuestión de énfasis” editado por Alfaguara en traducción de Aurelio Mayor (Bs. As., 2007, 392 p.). Susan Sontag nació en Nueva York en 1933 y falleció en 2004.
Con una prosa trabajada, sin remilgos, la escritora nos entrega en este libro una serie de artículos de diversa índole. Y para adentrarse en la lectura hay que tener una visión bastante amplia y diversa sobre los temas abordados. Diría que no es una obra para la lectura de un principiante, sino para alguien que conozca a autores y temas que hacen a la realidad que vivió la escritora.
La autora estadounidense aparte de sus trabajos literarios, recibió importantes premios por su labor como, por ejemplo, el Premio Jerusalén por el conjunto de su obra (2001), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el premio de la Paz  concedido por los libreros alemanes.
EL LIBRO
La obra que acabo de leer con placer se divide en tres secciones: Lecturas, Miradas yAllí y Aquí. La primera se refiere concretamente al estudio y análisis de obras y autores y su mirada crítica campea en todo momento. 
En la segunda, Susan Sontag plantea un panorama enorme sobre diversos temas que ha estudiado y conoce bien: así se trate de la fotografía, la música, la danza, el teatro (es también autora y directora de obras teatrales). Sus acertadas incursiones en los diversos temas hablan a las claras de la capacidad, conocimiento y discernimiento de la estadounidense.
La última parte del libro nos muestra su pensamiento sobre diversos temas, sus viajes, la experiencia adquirida en ellos y nos muestra y nos sobrecoge con la puesta en escena, en la semidestruida Sarajevo, bajo la luz de algunas velas, de la obra Esperando a Godot.
Entre las afirmaciones de la Sontag, está ésta: “Por supuesto que todos los géneros de ficción se han nutrido siempre de la vida de los escritores. Cada detalle de una obra narrativa fue alguna vez una observación o un recuerdo o un deseo, o es el sincero homenaje a una realidad independiente de la identidad” (p.40).
Su estudio, muy bien trabajado, sobre Machado de Assis es iluminador. Como lo es la profundidad que pone de manifiesto cuando aborda la obra de Roland Barthes. Podría seguir enumerando casos como los prólogos que escribió
a la novela Ferdydurke del polaco que estuvo exiliado en nuestro país Witold Grombrowicz  o a la traducción de Pedro Páramo de Juan Rulfo.
Asimismo resultan ilustrativas las respuestas que dio en 1997 a un cuestionario de la revista francesa La R´egle du Jeu sobre los intelectuales y su misión. Dice, entre otras cosas, que “por intelectual quiero decir intelectual libre, alguien que, al margen de su mérito profesional o técnico o artístico, esté comprometido a ejercer (y por ende, implícitamente a defender) la vida mental por sí misma” (p, 329).

   Esta recopilación de ensayos, notas, experiencias y críticas de Susan Sontag es un valioso aporte al pensamiento y la cultura de nuestro tiempo,

lunes, 19 de mayo de 2014

HABLA LA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Se han escrito (y se escriben) muchos libros de poesía. Pero muchas veces sólo se está ante el intento de escribir poesía. Borges, de insoslayable cita en este tema, dijo en una de sus conferencias de Harvard que “siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación  de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus  autores escribieran sobre la poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer.” (Arte poética, p. 16).
Al fin de cuentas, el mismo autor de “Ficciones” sostenía que “los libros son sólo ocasiones para la poesía”. Y es así nomás. La poesía está desde los comienzos de la humanidad con una presencia que va de la oralidad al encierro en un libro.
Por otra parte con el correr de los tiempos se fue dividiendo esa pasión poética y se diversificó en lo que se decía o escribía en versos y lo que tomaba otro formato: la prosa. Precisamente en su tercera conferencia en Estados Unidos, Borges lamenta que la palabra “poeta” haya sido dividida en dos. Y afirma con convicción: “Mientras que los antiguos, cuando hablaban de un poeta –un hacedor- no lo consideraban únicamente como el emisor de esas elevadas notas líricas, sino también como narrador de historias” (op. cit., p. 61).
Posteriormente a esa consideración, por razones de estudios, de la formación de academias y otras instituciones, por el uso de los especialistas, se fueron dividiendo los géneros en cuanto se refiere a la escritura, se crearon los cánones y así seguimos.
 Este recuerdo de lo que opinaba Borges, vienen a cuento ante la lectura del último libro publicado por Martín Carlomagno. Se trata de “La inocencia y el viento” –Poemas- (Ediciones del Clé, Nogoyá –Entre Ríos-, 2014, 144 p,). Es un poemario que rompe, en cierta medida, las estructuras clásicas de esa forma de escritura conforme a los cánones vigentes, y nos introduce en el placer de leer poesía. Es ilustrativa la cita que abre el libro, del poeta Luis Rosales cuando en “La luz del corazón llevo por guía” dice: “… yo reuní para ti, como en un ramo, a todas las palabras verdaderas,/ yo reuní todas las palabras,/ y abrazándote entonces,/ te puse, para siempre, sobre los labios  el nombre de/ María.”
Precisamente en esa cita se centra la esencia del poemario de Martín Carlomagno.
El poeta en “La inocencia y el viento” es una relator que no desperdicia lo cotidiano, los seres que rondan a nuestro lado para utilizarlos poéticamente y hablar, no desde un argumento determinado, sino desde y por la misma poesía.
Estamos ante un poeta que no sólo usa el verso clásico, sino lo que es la palabra y su trascendencia y la convierte en poesía. Susan Sontag en “Cuestión de Énfasis” que reúne muchos de sus artículos y notas, cuando habla de Roland Barthes afirma que éste “invoca la moralidad de la forma, lo que hace de la literatura un problema y no una solución, lo que conforma la literatura”. Y agrega: “Pues Barthes comprendía (a diferencia de Sartre) que la literatura es toda ella, por encima de todo, lenguaje” (p. 92/93).
Quien se acerque al poemario de Carlomagno podrá preguntarse: tiene un personaje central el libro. Yo, es mi opinión claro, diría que sí. El personaje es la literatura y, concretamente la poesía. En la madre, en “el enano de la carnicería”, en el río, en la lluvia, en la soledad, y en la soledad en compañía,  todo ello se conjuga poéticamente para anunciar la presencia de la grande poesía.
El lenguaje lírico que utiliza el poeta y en el encadenamiento que hace de las palabras, en todos se anuncia y se presenta a la poesía.
Y lo hace Martín a la manera en que lo expresara Borges, como un “narrador de historias”. Historias que se agarran fuerte de la poesía para que sea ésta la protagonista de este valiosísimo libro que hoy nos regala Martín Carlomagno.
  

       
 


jueves, 1 de mayo de 2014



ANTES Y DESPUÉS LA ESCRITURA
Escribe Carlos Sforza*
Por supuesto que tengo que hablar de Gabriel García Márquez. El lector podrá preguntarse, ¿por qué se ha escrito tanto y tan bien sobre el autor de “Cien Años de Soledad”?
Sencillamente porque ha sido uno de los grandes  escritores que ocuparon el siglo veinte  y de lo que va del veintiuno.
Su muerte pone fin a lo que durante 87 años nos entregó entre recuerdos de la niñez con sus abuelos hasta después del encumbramiento con el Nobel de Literatura.
PERIODISTA
Nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracatapa, pequeña población en las costa atlántica colombiana.
Desde muy joven sintió una especial atracción hacia el periodismo que mantuvo hasta su muerte.
Precisamente en una conferencia que dictó en 1996 en la Sociedad Interamericana de Prensa, sostuvo: “Los periodistas no son artistas”. Y agregó: “Estas reflexiones por el contrario se fundan precisamente, en que el periodismo escrito es un género literario. Hace unos cincuenta años no estaban de moda escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres

de imprenta, en el cafetín de enfrenten En las parrandas de los viernes”.
La crítica del gran periodista que fue “Gabo”, se centran en hechos puntuales. De allí que en la mencionada conferencia explique que “(…) estas críticas para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo”. Gustaba decir que para un periodista lo importante no es dar la noticia primera sino que este bien dada.
Su veta periodística la dejó entrever en sus relatos y en cómo supo aprovechar “el estaño” de los bares para acumular experiencia.
EL ESCRITOR
¿Qué se puede agregar sobre García Márquez escritor a todo lo dicho y escrito hasta hoy? Solamente la experiencia de haber gozado con la lectura de sus muchos libros. Desde el que le dio fama y se editó en Buenos Aires en 1967,  y que leí pues cuando apareció me lo prestó el Dr. Raúl Trucco (gran lector, él)
Hasta esa hermosísima nouvelle, “Crónica de una muerte anunciada” y “El amor en los tiempos del cólera” para continuar con tantos títulos donde “Gabo” pone de sí lo que le enseño el periodismo, el que él practicó y hasta enseñó, y los relatos de los abuelos que vienen muchos de ellos de las Crónicas de las Indias de donde salen escenas del realismo mágico.
La muerte de Gabriel Márquez, no por anunciada pega fuerte, no.
 Porque a través de su genio periodístico y literario, vivirá entre nosotros y alguien, en un pueblito como Aracataca o en una gran urbe, gozará con su obra.





domingo, 13 de abril de 2014

HABITAR LA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Julio Luis Gómez, poeta santafesino, nos tiene acostumbrados a una expresión lírica de calidad y que mantiene los cánones clásicos agregándole la impronta personal. Es decir, su propia voz para llegar al lector u oyente, al otro, en el juego dialógico que se entabla entre el poeta y quien accede a su poesía. Es la presencia del otro lo que mantiene ese encuentro, como lo sostuvo claramente entre otros, el filósofo Martin Buber: “Únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como hombre, y marche desde este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador” (“¿Qué es el hombre?”, p. 145).
Desde el yo se va al tú, y esa confluencia con la otredad alimenta, sin dudas, la presencia salvadora de la palabra a través de la poesía.
El último libro publicado por Julio Luis Gómez es el poemario “Reinos sin olvido” (Ediciones Universidad Nacional del Litoral, prólogo de Antonio Requeni, Santa Fe,  2013, 84 p.). Yo diría que Julio L. Gómez es uno de los poetas que crean poesía desde la Argentina interior, la subterránea, la que escapa a los grandes medios de la urbe, pero que está viva y late en muchos rincones del país.
El poeta y académico Antonio Requeni dice bien cuando afirma que “Juan L. Gómez es un poeta ajeno, por otra parte, a lo que Roberto Juarroz calificaba como el espectáculo de la literatura. Ha construido y sigue construyendo su obra, desde su Santa Fe natal, con recatada honestidad y ejemplar perseverancia. (…) su labor representa una apelación estética  al poder de la poesía para elevar a los hombres por encima de su rutina biológica, para expresar –como el poeta afirma- las únicas palabras/ que burlarán la muerte”.
Gómez busca su propia identidad a través de los seres queridos. De esa forma, logra trascender y encontrarse a sí mismo y, a la vez, al otro. Desde el primer poema, “Continuidad de los mares”, dedicado “a mi madre,/ quieta en un cementerio de llanura”, la poesía nace prístina, serena, en la voz de Gómez: “Mientras los que dicen/ que una pared te guarda para siempre/ indiferente al sol/ y a los inviernos que temías.// Miran el mar tus ojos en los míos/ y es otra vez verano en esta orilla.// Las olas te pronuncian/ y repiten los hijos el asombro/ cuando me abrí al mundo/ de tu mano” (p. 11). Y continúa con el recuerdo del padre y de la infancia. Para sumergirse en el presente y admirar ciudades extranjeras. Para desde su mismidad trascender hacia los demás y brindarnos una poesía alada, eminentemente lírica, con algunos rasgos de elegía, pero que es verdadera, única poesía.
Le fe religiosa del poeta se trasunta en varios poemas, pues es un creyente en la promesa de Cristo y en la trascendencia del hombre más allá de la muerte. Y lo hace con una limpieza lingüística que llega al lector y lo habita. Gómez, parte de su manejo ejemplar del verso. No olvidemos que es uno de los destacados sonetistas que habitan la Argentina. Y así lo demuestra cuando emplea esta forma en algunos de sus poemas que integran el libro.
En el prólogo a su anterior poemario “Razón de mí”, Adriana Crolla afirma que “(…) la poesía hoy, en un mundo falto de palabras verdaderas, abarrotado de significantes vacíos, de ecos tecnológicos, se erige como la posibilidad última del lenguaje, como la culminación  de toda escritura, de toda posibilidad de diálogo y hay que celebrar todo nuevo intento de habitarla”. Ese habitar la poesía convierte a “Reinos si olvido” en una expresión de lo que significa una poesía que nace de lo íntimo del hombre, del poeta, y se transfiere al lector. Eso, y no otra cosa, es lo que nos entrega Julio Luis Gómez en la profundidad y diafanidad de su decir.




martes, 8 de abril de 2014

OCTAVIO PAZ
Escribe Carlos Sforza*
Este año se celebran importantes acontecimientos relacionados con escritores. En efecto, sabemos que es el centenario del nacimiento de Julio Cortázar y de Adolfo Bioy Casares. Dos de los grandes narradores argentinos. Asimismo, el 31 de marzo se celebró el centenario del nacimiento de Octavio Paz, considerado uno de los grandes poetas y ensayistas del siglo veinte.
Octavio Paz nació en México y fue, por razones diplomáticas y vocación propia, un gran viajero. Estuvo en la India y era un admirador y estudioso de la cultura oriental.
Como escritor recibió los lauros más prestigiosos como el Premio Cervantes en 1981 y el Premio Nobel de Literatura en 1990. Poeta y ensayista de vasta extensión y alta calidad, y –según el mismo escritor lo reconoció-, por el año de su nacimiento es “hijo de la Revolución Mexicana  y de la vanguardia artística de comienzos del siglo XX.”
El escritor Santiago Estrella G., de “El Comercio”, de Quito, sostiene que Paz, “en su labor de poeta y pensador de la poética (entendida ésta como efecto y experiencia estéticos), nunca tuvo un conflicto  con aquello de un arte para pocos,” y agrega que no es otra cosa que “la libre respuesta de un grupo que, abierta o solapadamente, se opone ante un arte oficial o la descomposición del lenguaje social” según escribió Paz en el renombrado ensayo “El arco y la lira”.
Desde joven Paz estuvo envuelto en los movimientos revolucionarios. Algunos de sus compañeros giraron al fascismo y otros, como él, se acercaron al comunismo. Con los años, demostró una evolución que se jugaba por la democracia y el respeto a las instituciones y, por ello, al otro.
Cuando habló al entregársele el Premio T. S. Eliot, creado por la Fundación Ingersoll para distinguir a poetas y escritores de distintas lengua, sostuvo que “Eliot creía en la fidelidad a la tradición y en la autoridad; otros creíamos en la subversión y el cambio. Hoy sabemos que la salud espiritual y política está en otras palabras, menos teñidas de ideas absolutas. En las palabras que fundaron a la Edad Moderna, tales como libertad, tolerancia, reconocimiento del otro y de los otros. En una palabra: democracia” (l987).
Precisamente esa actitud de Octavio Paz, le depararon no pocos adversarios y hasta enemigos. Pero él fue consecuente con lo que pensaba y lo que decía. No traicionaba el decir, la palabra, con actitudes personales sino, por el contrario, se sentía parte integral de la palabra que decía y escribía.
En sus palabras de apertura en el Primer Congreso Internacional de Sevilla dedicado al poeta Luis Cernuda (mayo de 1988), sostuvo que hay una “doble condición: Arte del poeta: poder decir. Es un arte que exige valor, integridad. A su vez, ese decir  se cumple en un oyente que comprende y recrea lo oído y lo leído. Participación activa. La obra no termina en ella misma” y agrega: “La gloria se llama tradición: no la mentida inmortalidad de un nombre sino la continuidad de una palabras común”.
Octavio Paz fue un hombre jugado por la palabra. Es decir, fiel a lo que caracteriza al ser humano. La palabra que es liberadora y que a la vez hace que el hombre que la crea y usa de ella lo salve. Y hoy por hoy, que la palabra salve no es poca cosa.
En el acto en que recibió el Premio Eliot, entre otras cosas dijo que desde el romanticismo la poesía había sido condenada a vivir en el subsuelo de la sociedad. Y concretamente expresó que “en la segunda mitad del siglo (XX) se ha acentuado la marginalidad de la poesía. Hoy es ceremonia en las catacumbas, rito en el desierto urbano, fiesta en un sótano (…) Es cierto que sólo en los países totalitarios y en las arcaicas tiranías militares se persigue todavía a los poetas; en las naciones democráticas se les deja vivir e incluso se les protege –pero encerrados entre cuatro paredes, no de piedra sino de silencio” y concluía sus palabras diciendo: “Por esto, en tiempos como el nuestro, el otro nombre de la poesía es perseverancia. Y la perseverancia es promesa de resurrección”.
Así pensaba y escribía y grababa su nombre entre los grandes de la poesía y el ensayo, Octavio Paz.
Murió en Coyoacán, México, el 19 de abril de 1998.  



martes, 1 de abril de 2014

LOS QUE HICIERON LA PATRIA CHICA
Escribe Carlos Sforza*
Hay en cada provincia hombres y existen hechos que han forjado lo que llamamos la patria chica. Cada pueblo y comarca que integra ese territorio, tiene historias de vida que merecen ser recuperadas por quienes de una u otra forma, hurgan en la historia y en la música y en la literatura y suman sus voces en esa tarea de recuperación y mostración de los que hicieron posible llegar al hoy y, por supuesto, al revalorizar su trabajo no hacen sino traerlos al presente y proyectarlos hacia el futuro aunque, materialmente, no estén entre nosotros.
Roberto Alonso Romani acaba de publicar un nuevo libro. Se trata de “Hermanos de patria y cielo – Misceláneas montieleras” (Ediciones del Clé, Nogoyá –Entre Ríos-, dibujo de tapa e interiores: Vicente Cúneo, 2014, 224 p.).
Roberto Romani es un destacado escritor y compositor y difusor cultural que desde Entre Ríos hace trascender nuestra cultura y, a la vez, su propio quehacer, a lo largo y ancho del país. Como acompañante del título ha escrito que son “misceláneas montieleras”. Y tiene razón. Sus escritos reunidos en esta obra son dispares en cuanto a los personajes y a las actividades de esos hombres y mujeres que nos presenta. Y esa diversidad está unida en el libro por ser todos hechos relacionados con la patria chica, con Entre Ríos, representada por aquello de “montieleras” que es, ¿quién lo duda?, algo representativo de nuestra provincia que, como los dos grandes ríos que la circundan y los que la surcan por su interior, son elementos demostrativos de la esencia entrerriana.
Romani hace en su libro un aporte placentero para el lector. Porque, con un estilo que le es característico y que de a ratos parece que no sólo es para el soporte del papel, sino que adquiere el tono de la oralidad, nos presenta a hombres y mujeres que han transitado diversos caminos dentro del quehacer cultural, sea en la literatura, en el teatro, en la música, en los fogones lugareños, y que el autor los recupera y los pone frente al lector para que sepa de ellos y para que su presencia no esté herrumbrada bajo una lápida, sino que esté hoy, aquí, ahora, para mostrarnos quien es cada uno de los personajes que nos retrata Romani.
Un número aproximado a los sesenta, son los recuperados por el autor, además, añade lo que denomina “Noticias del poeta” con seis breves estampas que muestran la sensibilidad, el amor de quien escribe. Es decir, pone a disposición del lector, parte de su ser íntimo con un lenguaje poético.
Debo destacar que las escenas y hechos que muestra Roberto en sus estampas y momentos que desarrolla cada estampa, viene cargada no sólo de la prosa poética del autor, sino de versos de otros poetas que han cantado a la provincia y a sus hombres y a sus gestas a lo largo del tiempo y que hoy, por su libro, nos los hace presentes.
Dice el autor en “Palabras iniciales”: “(…) cada una de las páginas de de este libro pretende humildemente  despertar las voces de los abuelos dormidos y recuperar la impronta bienhechora de los hombres y mujeres que nos ayudaron a entender la vida y prolongaron la gracia de los zorzalitos, madrugadores en canoítas de amor”.
Y es así nomás. Un libro que se lee con deleite y donde campea la prosa poética de un hacedor de cultura, un creador, como es Roberto Alonso Romani.    


lunes, 17 de marzo de 2014

UN PAPA ARGENTINO
Escribe Carlos Sforza*
El 13 de marzo se cumplió un año de la elección de Jorge Bergoglio como papa en reemplazo del renunciante Benedicto XVI. El ex arzobispo de Buenos Aires, elegido a ocupar la Cátedra de Pedro sorprendió a muchos puesto que si bien estaba en la lista de los elegibles, pocos creían en que el argentino accediera a dirigir la iglesia universal. Personalmente yo tenía cierto olfato que podría ser él el elegido. ¿Por qué? Olfato, nomás. En el Cónclave anterior, cuando fue elegido Ratzinger, el arzobispo Bergoglio obtuvo un muy buen porcentaje de votos. Y ahora, hace un año, ratificó esa elección y fue ungido papa. Era un hombre que iba a Roma desde “el fin del mundo”. Desde una Argentina lejana y, además, era un sacerdote que había salido de la orden creada por San Ignacio de Loyola. En una palabra accedía al papado un hombre que no pertenecía a Europa y por primera vez un sudamericano, un argentino, y un jesuita.
A raíz del primer aniversario de la elección del papa Francisco, la sección ENFOQUES del diario “La Nación, del domingo 9 de marzo dedicó una entrega especial dedicada a recordar el acontecimiento con la colaboración de numerosas e importantes firmas.
Una de las notas se titula “Francisco, el rostro sonriente en la selfie de Dios” firmada por Diego Sehinkman. Y me pareció interesante su lectura y, advertir algo que para muchos puede resultar novedoso. Es cuando el autor de la nota habla del día en que el nuevo papa se presenta como alguien que “alunizó en el Vaticano de sorpresa, calladito”. Y se pregunta el articulista: “¿Era cierta esa imagen? ¿Un argentino allá arriba?” A renglón seguido agrega: “Sí. Hay un papa de Flores. Ni el más imaginativo  de los cuentos de Dolina lo había aventurado” (la cursiva es mía).
Y a este punto, el de la cursiva, quiero referirme puesto que hay un libro, una novela que habla de un papa argentino. No sé si el autor de la nota la conoce o no. Pero me llama la atención que diga que “ni el más imaginativo de los cuentos de Dolina…” Porque si desconoce la literatura argentina, es cuestión del articulista. Pero para hacer una afirmación así, hay que estar seguro. Salvo que solamente se refiera a la obra de Dolina y no sepa de otros autores.
Porque tengo que decirlo, el ex jesuita, P. Leonardo Castellani escribió una novela donde uno de los protagonistas principales es un papa argentino. Alguien sacó, no hace tanto, una nota recordando ese libro y esa circunstancia del papa argentino. Se trata de la novela: “Juan XXIII (XXIV) Una Fantasía”. El autor es, como queda dicho, Leonardo Castellani quien firma el mismo con su conocido seudónimo Jerónimo del Rey. Fue editado por Ediciones Theoría en 1964. Y allí aparece la denominada “Tercera Vida de Don Pío D. Ducadelia” el argentino que fue elegido papa.
Como podemos ver, ya un ex jesuita, sacerdote reivindicado por Juan XXIII, escribió una novela sobre un papa nacido en estos lares. Tal vez el autor de la nota de “Enfoques” no conoce el libro.
O quizá quiso referirse solamente a la imaginación de Dolina. Pero lo cierto es que mucho antes, un escritor argentino escribió sobre otro hombre nacido en estas tierras (en una novela que es ficción) que llegó a ser Papa en momentos del mundo muy difíciles.
La novela de Jerónimo del Rey (Castellani) se considera una continuación de su anterior “Su Majestad Dulcinea” (Ediciones Cintra, 1956). En la novela del Papa, el autor lo hace renunciar al papado. Y dice en el libro, al transcribir su renuncia: “Siguiendo el ejemplo de nuestro antecesor, el eremita Celestino II… estoy perfectamente seguro acerca de mi decisión, acepté el Pontificado por mandato de mi confesor y lo depongo por mandato divino…” Por supuesto, como el mismo autor lo dice, se trata de una “fantasía”, una ficción. Pero el papa es un sudamericano que sucede al recordado Juan XXIII:
Es este un reconocimiento a quien ha sido uno de los grandes escritores argentinos y de quien me jacto de haber sido su amigo: Leonardo Castellani.   
  


jueves, 27 de febrero de 2014

TRES ESCRITORES EMBLEMÁTICOS
Escribe Carlos Sforza*
Roberto Retamoso es crítico, poeta y docente en la Universidad Nacional de Rosario. A su bibliografía de crítica y ensayo, acaba de sumarle un nuevo aporte. Se trata de “Realismo y Metafísica en Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Leopoldo Marechal” (Editorial Fundación Ross, Rosario, 2013, 292 p.).
El libro está dividido en cinco capítulos en los que analiza la novela y se sitúa en el realismo en la Argentina para luego, en los tres últimos, abordar el estudio de Arlt, Fernández y Marechal.
Retamoso en la Nota Preliminar aclara cómo y cuándo escribió su obra (en el año sabático en la universidad Nacional de Rosario, “entre setiembre de 2011 y agosto de 2012”). Y amplía, asimismo, que su estudio “Posee, por consiguiente, muchos de los rasgos propios del trabajo académico y monográfico” (p, 9). Y vale la aclaración puesto que en la lectura se advierte el carácter académico y, a la vez, la formulación que hace que su aporte al tema lo plantee desde su calidad de docente universitario. Lo cual, claro, no desmerece el trabajo del autor sino que simplemente, como él mismo lo consigna, es una aclaración para el lector que se sumerge en su ensayo crítico.
En el primer capítulo nos habla de Novela, Realismo y Metafísica. Que es una introducción a la postura que el autor va a asumir en su análisis de los tres escritores argentino. Hay en ese primer capítulo una síntesis de lo que se considera como realismo y cómo la metafísica se cuela en él. Hace una síntesis histórica del realismo y de la novela realista que emerge en su totalidad como expresión de la burguesía y sigue los pasos que marca Jaime Rest en “Novela, cuento, teatro: apogeo y crisis”. Nos habla de la constitución histórica del género y luego continúa con el discurso teórico del realismo novelístico, para arrancar con el segundo Georg Lukacs (el primero era hegeliano puro) que se enraíza con  “premisas y métodos propios del pensamiento marxista” (p. 27). No puede, obviamente, eludir un hecho cierto de la novela: que ésta en sus diversas expresiones  “son textos heterogéneos y renuentes  de toda posibilidad de someterse a normas genéricas férreas” y a la vez existe un verdadero “polimorfismo” (p. 34).
No queda allí el análisis del ensayo de Retamoso, puesto que también estudia a la crítica a la doctrina realista como el formalismo ruso, con aportes de Roman Jakobson, las críticas a la doctrina realista de Roland Barthes, la deconstrucción iniciada por Jacques Derrida que “inaugura una modalidad crítica y reflexiva” aborda al objeto “desde su propia textualidad con el fin de deconstruir los supuestos, las aporías y la lógica donde se sustenta” (p, 52).
Luego nos habla de la persistencia de la metafísica y recala para ello en Martín Heidegger apoyándose en “Introducción a la Metafísica” del filósofo alemán. Me he detenido en esta parte del libro, puesto que sirve para situarse en el enfoque que el estudio dedica a Arlt, Fernández y Marechal.
El segundo capítulo sitúa el realismo literario en la Argentina, e incursiona en las obras de Manuel Gálvez y la confrontación de los grupos formados por Florida y Boedo en los años veinte del siglo pasado.
LOS TRES ESCRITORES
De estos capítulos introductorios, podríamos llamarlos, desemboca en los tres escritores  que dan vida a realismo y metafísica en sus novelas.
Roberto Arlt es analizado como una expresión del realismo al que, como es sabido, mezcla la crónica periodística, a la vez que agrega como ingredientes los inventos caseros de la época. Dice Retamoso que “El realismo de Arlt puede leerse como una hipérbole de la poética realista”. Y agrega, al analizar Los Siete locos/Los Lanzallamas, que “(…) la representación realista deviene en otra cosa. Esa otra cosa por momentos es una representación grotesca de personajes y situaciones, que evoca ciertos modos y lenguajes propios de una literatura expresionista” (p. 87). Ese expresionismo que detectó Beatriz Sarlo en la obra de Arlt cuando escribe que aquél “busca la tensión exasperada del expresionismo. Esa es su vanguardia posiblemente no conocida del todo” (“Escritos sobre Literatura Argentina”, p. 228).
A Macedonio Fernández es de quien, personalmente, conozco poco de su obra. Y el estudio que le dedica el autor me ha enseñado, desde su doxa, quién fue y cómo escribió su obra “Museo de la novela de la Eterna”. Ello me ha ilustrado bastante sobre la escritura, de no fácil acceso según se desprende del ensayo, de Macedonio Fernández.
En cuanto al tercero, Leopoldo Marechal, Retamoso lo ubica a través del análisis de “Adán Buenosayres” entre el realismo y la alegoría. Es conocido el silencio que se cernió sobre la novela cuando apareció, salvo la nota que hizo Julio Cortázar. Y ese silencio de la élite literaria se debió sin dudas a la filiación de Marechal como nacionalista-peronista-católico. El tiempo se encargó luego de romper ese silencio y colocar a la obra como uno de los aportes importantes a la novelística argentina. En el libro de Marechal en cierta medida, se siguen los pasos de James Joyce con su Ulises.
Un análisis pormenorizado de las etapas de la novela es la que realiza el autor. Y sitúa bien a los personajes que son representaciones, alegorías podría decirse estirando el término, de muchos de los que integraron el grupo Martín Fierro: Xul Solar, Borges, Girando, Marechal, la familia Lange y otros.
Bernardo A. Chiesi escribió que “El Cuaderno de Tapas Azules, 

sábado, 15 de febrero de 2014

LA PALABRA QUE SALVA
Escribe Carlos Sforza*
El lunes 10 de febrero, a la noche, recibí una llamada telefónica. Al descolgar el tubo y comunicarme, del otro lado de la línea oí la voz de mi amigo el poeta Miguel Ángel Federik. Llamaba desde su ciudad, Villaguay, para darme noticias del encuentro de poesía que acababa de finalizar en Cosquín (Córdoba), simultáneamente con el controvertido Festival de Folklore, pero sin tener una relación directa con el mismo.
Lo que quería comunicarme Miguel Ángel era lo que significó esa reunión de unos trescientos poetas que se unieron en torno, precisamente, de la poesía. Y a la vez, contarme del encuentro que tuvo con Osvaldo Guevara, poeta riocuartense que hoy reside en un pueblo de La Pampa. Y esa referencia a Guevara no es menor, puesto que con Osvaldo me une una antigua, larga y fructífera amistad a través de nuestras comunicaciones (que últimamente se habían cortado por razones inexplicables), y de su poesía que conozco desde comienzos de la década del sesenta y cuyos libros he comentado oportunamente en “Crisol Literario” y otros medios. E incluso le he publicado poemas de su autoría. Él estuvo en una ocasión en Victoria.
Miguel Ángel Federik me hizo saber, no sin emoción de poeta, que cuando leyeron Osvaldo Guevara y Morisoni, ante sus 300 colegas, finalizada la lectura, todo el auditorio se puso de pie y aclamó a los poetas y sus poesías. Un hecho no común en una reunión de esas características.
Precisamente la palabra poética de Osvaldo Guevara fue afirmándose con el correr del tiempo y se transformó en una de las voces valiosísimas del país interior. Y al decir país interior, hablo de quienes no han dejado sus espacios terrenales y no han sido tentados por el puerto de Buenos Aires. Que como se sabe, es la gran ventana que ofrece a los que allí viven la posibilidad de una proyección nacional de la que los “interiores” carecen (salvo honrosas excepciones).
Entre los primeros títulos que leí de Osvaldo Guevara recuerdo “La sangre en arma” de enero de 1962. Allí sigue el periplo iniciado por su anterior entrega “Oda al sapo y cuatro sonetos”, y muestra su fuerza y su actitud ante la vida y frente a los otros. Como en su poema “Aguafuerte” dedicado al poeta cordobés Artemio Arán,  cuando lo describe en el comienzo del soneto: “La barba matorral, la frente pampa/ por donde un potro fantasma galopa;/ los ojos de fogón, la sed de tropa,/ yergue, sin prisa, una caliente estampa.”
En el poemario “Garganta en verde claro” de 1964,  que tengo dedicado así: “Para Carlos Sforza, tesonero y sensible labrador en altos campos del espíritu. Fraternalmente. Río Cuarto, 21/5/64.” En las solapas del libro hay un trabajo de Julio Requena que fuera leído por Radio de la Universidad de Córdoba a raíz de su anterior obra. En 1967 le siguió “Los zapatos de asfalto”, que también tuvo la deferencia, amistad por medio, de mandármelo con una afectuosa dedicatoria: “Para Carlos Sforza , que desde el verde húmedo de Victoria hace oír su consecuente voz escrita. Fraternalmente. 4/9/67.”
Osvaldo, lo sabía y la confirmó Federik, es un amante de nuestra Provincia, de sus paisajes y de su gente.
En Guevara fue dándose una ascendente ruta transitada por su poesía. Y que hace que hoy, en plena labor poética, pueda presentarse en un encuentro como el de Cosquín, y ser aplaudido y aclamado por los trescientos asistentes al mismo.
Miguel Ángel Federik, presente y que compartió esos momentos, sirvió de nexo de reunión de Osvaldo conmigo. Después de muchos años. Y en la larga conversación telefónica que mantuvimos con Miguel Ángel Federik, otro de los altos poetas del país interior, rescatamos el valor que tiene por sí misma la palabra. Esa palabra que, como piensa el poeta de Villaguay y pienso yo, nos salva. Gracias a la palabra no sólo sobrevivimos, sino que nos impulsa a seguir adelante, con “fe la madura y la esperanza verde” como escribiera Leopoldo Marechal.     
 No en vano los aborígenes creían en el poder de la palabra y la veneraban. No en vano en el principio del Evangelio de San Juan se dice: “En el principio la Palabra existía/ y la palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Todo se hizo por ella/ y sin ella no se hizo nada de cuanto existe./ En ella estaba la vida/ y la vida era la luz de los hombres, y las tinieblas no la vencieron.” (Jn., 1, 1-2, Biblia de Jerusalén”).



La palabra es vida y da vida. A quienes estamos en la escritura, a través de los distintos senderos que ella nos ofrece, la palabra es vital. Y lo es por cuanto nos sostiene, nos alimenta y nos hace seguir en este mundo sin olvidar que estamos de paso. Pero que la vida merece ser vivida. Y que, porque es así, podemos afirmar con Miguel Ángel, Osvaldo Guevara y tantos otros, que la palabra nos salva. Así de simple.             
ALTA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Muchas veces los gozadores de poesía están como enfrascados en un estilo, en una corriente, en una actitud si se quiere, excluyente con respecto a otras expresiones líricas.
Esto viene a cuento por cuanto hay personas que siguen firmes a la poesía con rima y medida, como también las hay que están aferradas a una poesía blanca, libre, donde sólo vale el ritmo interior que la convierte en poesía.
Johannes Pfeiffer en su recordado e imprescindible libro “La poesía”, sostienes que “La poesía hace patente  una actitud del hombre ante el mundo a través de su atemperada hondura esencial. Esto significa que la poesía dice más de lo que enuncia.” Agrega: “No importa el contendido que una poesía pueda  ofrecernos, ni la ideología que profese; lo que importa es su realización verbal.” (p. 56).
Esa actitud del hombre hacia el mundo de que nos habla el alemán, debe expresarse de tal forma que no sea una simple enumeración (a veces caótica) o una efusión de sentimientos agolpados en versos.
Debe tener tal conformación y tal “temple de ánimo” que sea una realización verbal que se convierta en auténtica, única poesía.
Gloria María Traverso acaba de publicar un cuaderno con el título de “Momentos” (Ediciones del Clé, dibujos de Luis María Andrade, páginas sin numerar, Victoria, 2014). Son 6 momentos en los que encuentro en cada uno de ellos, y en la brevedad de cada poema, lo que da título a esta nota: estamos ante una alta poesía. Y al calificar de esta forma los versos de Gloria, no hago sino afirmar lo que es cada uno de los momentos. No es una poesía popular, no es una poesía donde se acumulen asimétricamente diversos elementos, no es una poesía rimada. Es otra cosa. Es la expresión de quien la escribe y pone en cada verso y, más, en cada palabra, su estar en el mundo y lo que ello le produce para transformarlo en alta poesía.
Desde el primer momento la lírica de la poeta se manifiesta con soltura y, a la vez, profundidad: “A lo lejos, caen las gotas lentas/ de una campana triste,/ salpican el silencio de la tarde./ Se ve pasar la brisa por las/ frondas absortas.// Mi corazón aguarda.” La comparación y metáfora de “Gotas lentas” de una “campana” nos hablan de un sentido lírico profundo. Gloria emplea la metáfora con soltura y excelente despliegue, ya que sabe ubicarla en su lugar preciso y en el momento justo del poema.
Los elementos externos, el sol que “se desploma”, el sol que es “el fuego cenital que distorsiona/ el paisaje de siempre, que es ahora una sola y silenciosa flama ardiente”, los cerros, “algún ombú”, todo lo externo no es sino la expresión verbal y poética de un estado de ánimo, de una existencia que vive cada instante y logra transmitirlo con la verdad que le proporciona la poesía.
Ese estado que le hace escribir estos versos: “Las muchachas cantaban a orillas del arroyo./ Yo llevaba el corazón plegado entre las manos/ y velaban mis ojos visillos de tristeza.” Todo ello no es sino una expresión de alta poesía.
Los dibujos de Luis María Andrade están acordes con los versos de Gloria. Sus ilustraciones, basadas en líneas al estilo Picasso (salvando las distancias y las comparaciones) son acordes con la levedad que requieren los seis momentos de este breve pero esencial poemario. Y digo esencial, porque sin dudas Gloria Traverso con este breve cuaderno se incorpora a la alta poesía que, por suerte, todavía existe en nuestro pueblo