sábado, 15 de febrero de 2014

LA PALABRA QUE SALVA
Escribe Carlos Sforza*
El lunes 10 de febrero, a la noche, recibí una llamada telefónica. Al descolgar el tubo y comunicarme, del otro lado de la línea oí la voz de mi amigo el poeta Miguel Ángel Federik. Llamaba desde su ciudad, Villaguay, para darme noticias del encuentro de poesía que acababa de finalizar en Cosquín (Córdoba), simultáneamente con el controvertido Festival de Folklore, pero sin tener una relación directa con el mismo.
Lo que quería comunicarme Miguel Ángel era lo que significó esa reunión de unos trescientos poetas que se unieron en torno, precisamente, de la poesía. Y a la vez, contarme del encuentro que tuvo con Osvaldo Guevara, poeta riocuartense que hoy reside en un pueblo de La Pampa. Y esa referencia a Guevara no es menor, puesto que con Osvaldo me une una antigua, larga y fructífera amistad a través de nuestras comunicaciones (que últimamente se habían cortado por razones inexplicables), y de su poesía que conozco desde comienzos de la década del sesenta y cuyos libros he comentado oportunamente en “Crisol Literario” y otros medios. E incluso le he publicado poemas de su autoría. Él estuvo en una ocasión en Victoria.
Miguel Ángel Federik me hizo saber, no sin emoción de poeta, que cuando leyeron Osvaldo Guevara y Morisoni, ante sus 300 colegas, finalizada la lectura, todo el auditorio se puso de pie y aclamó a los poetas y sus poesías. Un hecho no común en una reunión de esas características.
Precisamente la palabra poética de Osvaldo Guevara fue afirmándose con el correr del tiempo y se transformó en una de las voces valiosísimas del país interior. Y al decir país interior, hablo de quienes no han dejado sus espacios terrenales y no han sido tentados por el puerto de Buenos Aires. Que como se sabe, es la gran ventana que ofrece a los que allí viven la posibilidad de una proyección nacional de la que los “interiores” carecen (salvo honrosas excepciones).
Entre los primeros títulos que leí de Osvaldo Guevara recuerdo “La sangre en arma” de enero de 1962. Allí sigue el periplo iniciado por su anterior entrega “Oda al sapo y cuatro sonetos”, y muestra su fuerza y su actitud ante la vida y frente a los otros. Como en su poema “Aguafuerte” dedicado al poeta cordobés Artemio Arán,  cuando lo describe en el comienzo del soneto: “La barba matorral, la frente pampa/ por donde un potro fantasma galopa;/ los ojos de fogón, la sed de tropa,/ yergue, sin prisa, una caliente estampa.”
En el poemario “Garganta en verde claro” de 1964,  que tengo dedicado así: “Para Carlos Sforza, tesonero y sensible labrador en altos campos del espíritu. Fraternalmente. Río Cuarto, 21/5/64.” En las solapas del libro hay un trabajo de Julio Requena que fuera leído por Radio de la Universidad de Córdoba a raíz de su anterior obra. En 1967 le siguió “Los zapatos de asfalto”, que también tuvo la deferencia, amistad por medio, de mandármelo con una afectuosa dedicatoria: “Para Carlos Sforza , que desde el verde húmedo de Victoria hace oír su consecuente voz escrita. Fraternalmente. 4/9/67.”
Osvaldo, lo sabía y la confirmó Federik, es un amante de nuestra Provincia, de sus paisajes y de su gente.
En Guevara fue dándose una ascendente ruta transitada por su poesía. Y que hace que hoy, en plena labor poética, pueda presentarse en un encuentro como el de Cosquín, y ser aplaudido y aclamado por los trescientos asistentes al mismo.
Miguel Ángel Federik, presente y que compartió esos momentos, sirvió de nexo de reunión de Osvaldo conmigo. Después de muchos años. Y en la larga conversación telefónica que mantuvimos con Miguel Ángel Federik, otro de los altos poetas del país interior, rescatamos el valor que tiene por sí misma la palabra. Esa palabra que, como piensa el poeta de Villaguay y pienso yo, nos salva. Gracias a la palabra no sólo sobrevivimos, sino que nos impulsa a seguir adelante, con “fe la madura y la esperanza verde” como escribiera Leopoldo Marechal.     
 No en vano los aborígenes creían en el poder de la palabra y la veneraban. No en vano en el principio del Evangelio de San Juan se dice: “En el principio la Palabra existía/ y la palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Todo se hizo por ella/ y sin ella no se hizo nada de cuanto existe./ En ella estaba la vida/ y la vida era la luz de los hombres, y las tinieblas no la vencieron.” (Jn., 1, 1-2, Biblia de Jerusalén”).



La palabra es vida y da vida. A quienes estamos en la escritura, a través de los distintos senderos que ella nos ofrece, la palabra es vital. Y lo es por cuanto nos sostiene, nos alimenta y nos hace seguir en este mundo sin olvidar que estamos de paso. Pero que la vida merece ser vivida. Y que, porque es así, podemos afirmar con Miguel Ángel, Osvaldo Guevara y tantos otros, que la palabra nos salva. Así de simple.             

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