viernes, 25 de mayo de 2012


VISIÓN DE CARLOS FUENTES SOBRE LA NOVELA

Escribe Carlos Sforza*

Poco antes de su muerte, se publicó la última obra de Carlos Fuentes. Se trata de “La gran novela latinoamericana” (Alfaguara, Buenos Aires, 2012, 448 p.). Se trata de un estudio realizado por el escritor mexicano sobre la génesis, desarrollo y actualidad de la novela latinoamericana.

Si bien incluye en ella al brasilero Machado de Asís y otros autores que escriben en portugués e, incluso, al español Juan Goytisolo, esencialmente el libro de Carlos Fuentes no sólo hace referencia a la novela de autores de Latinoamérica y otros lares, la obra es un verdadero y esencial tratado sobre la novela en sí misma. Tiene por ello un doble valor, mostrar la novela a través de autores conocidos y algunos no tanto, remontarse a los que escribieron las crónicas de la conquista, y el estado actual de la novelística de esta parte del mundo, sino a la vez, dar una lección magistral sobre lo que es la novela.

Fuentes sostiene que “la aproximación a la palabra no puede ser excluyente o restrictiva”. Porque hay que tener presente la oralidad que empleamos todos los días. De allí que sostiene que “Toda esa profusa corriente de la oralidad corre entre dos riberas: una es la memoria, la otra la imaginación. El que recuerda, imagina. El que imagina, recuerda. El puente entre las dos riberas se llama lengua oral o escrita”. En nuestra América las literaturas, conforme afirma el mexicano, se inician y perpetúan “en la memoria épica, ancestral y mítica de los pueblos del origen”.

Es interesante el análisis de Fuentes sobre como la disolución de la unidad del medioevo y el descubrimiento de América, provocan las respuestas de Maquiavelo, Moro y Erasmo. Sería el “esto es”, “esto debe ser” y “esto puede ser”. Europa, con el descubrimiento de América busca una utopía, un esto debe ser. Pero no todo se plantea así ante la realidad de los pueblos indígenas con sus culturas, de la llegada de la negritud a través del tráfico de esclavos, y de los españoles que no vienen de paso, sino a quedarse por eso Cortés quema las naves. Y ese quedarse, esa confluencia de los autóctonos y de los africanos, produce un mestizaje que provoca a la vez una nueva visión de lo que son estas tierras, híbridas en su composición racial inmensas, desconocidas, con espacio americano a descubrir.

De allí que en la visión que nos da Fuentes en su gran libro, América ha sido imaginada por Europa y Europa imaginada por América. “Esa imaginación, en sus inicios cobra un carácter fantástico” dice el autor.

EL TIEMPO

Carlos Fuentes recurre en cuanto al tiempo, a las teorías de Giambattista Vico quien opuso a la razón abstracta la razón histórica en el siglo XVIII. Recordemos que en su refutación de los filósofos de su tiempo, el napolitano Vico sostiene que “los grandes poetas nacen no en las edades de reflexión, sino en las de imaginación, denominadas de barbarie. Así Homero en la barbarie antigua” y “Dante en la retoñada barbarie de Italia” (Scienza Nuova Segunda”). Por eso para Vico la poesía es “la lengua común de todas las naciones” (Scienza Nuova Primera).

La importancia que Carlos Fuentes da en su libro a los primeros cronistas es fundamental para entender y comprender la visión que tiene de la novela de Latinoamérica. Por eso coloca a Bernal Díaz del Castillo que llegó a América en 1514 y en 1519 se unió a la expedición de Hernán Cortés de Cuba a México. Por eso el autor del libro considera a Díaz del Castillo como el primero que se incorpora a la memoria compartida de los futuros escritores de América.

El mundo que evoca el español había desaparecido cuando escribió sobre él. Dice Fuentes: “Está en busca del tiempo perdido: es nuestro primer novelista. El lugar y el tiempo se conjugan para que el escritor pueda imagina. Y al hacerlo, escribir, usar la palabra y transformar sus dichos en novela.” De allí que Carlos Fuentes sostiene que “(…) el pasado de nuestra memoria aquí y ahora, y el futuro de nuestro deseo presente: éste es el horizonte de nuestros constantes descubrimientos y éste es el viaje que debemos renovar cada día, Para ello escribimos novelas”.

Precisamente Fuentes, cuando examina “Pedro Páramo” de su compatriota Juan Rulfo recurre a Vico “quien primero ubicó el origen de la sociedad en el lenguaje y el origen del lenguaje en la elaboración mítica Vio en los mitos la universalidad imaginativa de los orígenes de la humanidad: la imaginación de los pueblos ab-originales” (p. 131).

LA NOVELA

El tema central del libro es la novela latinoamericana. Fuentes comprende y explica cómo evolucionó la novela y de qué manera tuvo la latinoamericana una impronta propia. Para ello hace una distinción entre lo que llama la novela de La Mancha y la de Waterloo. La primera es la que inaugura Cervantes con el Quijote y se despliega en torno a esa tradición. La segunda interrumpe a la primera por la tradición de Waterloo, “es decir por la respuesta realista a la saga de la revolución francesa y el imperio de Bonaparte”.

Y es en medio de ambas corrientes que el brasilero Machado de Assís “revalida la tradición de La Mancha que estaba interrumpida. De allí en más, las grandes creaciones de la novelística latinoamericana se inscriben en la tradición de La Mancha y de esa manera surge la grandeza y la potencia de nuestra novela. Dice Fuentes: “La tradición de Waterloo se afirma como realidad. La tradición de La Mancha se sabe ficción y, aún más, se celebra como tal” (p.81).

Analiza a novelistas que trabajaron antes del denominado boom, como Rómulo Gallegos, Azuela y otros, nombres que me son conocidos puesto que de ellos hablábamos en recordadas pláticas con Martín del Pospós. Y entra en la novelística, a través de obras fundamentales, de Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, José Donoso, Nélida Piñón. Desfilan numerosos escritores latinoamericanos, muchos mexicanos que el autor ha leído, frecuentado y cuya obra conoce muy bien, chilenos, argentinos. No soslaya lo que en su tiempo, y desde la poesía, significó e hizo Sor Juana Inés de la Cruz. Todo ello para demostrar el aporte original, fuerte de la literatura latinoamericana en la tradición recuperada de La Mancha y en las innovaciones de la linealidad de la novela, hacia la complejidad que se logra con los autores de esta parte de América.

Ante la pregunta de cómo se resuelve el nivel de la escritura más allá del didactismo y los sermones, Carlos Fuentes responde que “El derecho más elemental de la literatura

es el de nombrar. Imaginar también significa nombrar. Y la literatura crea al autor tanto como crea a los lectores, también nombra a los tres: es decir, también se nombra a sí misma”. Y como admira a Milan Kundera, no elude citarlo cuando sostiene que “En el acto de nombrar se encuentra el corazón de esa ambigüedad que hace de la novela, en las palabras de Kundera, una de las grandes conquistas de la humanidad”.

Carlos Fuentes, gran novelista él, nos da verdaderas lecciones sobre la novela a través de los autores que analiza y, obviamente, gracias a su experiencia y capacidad enorme que tiene como creador de novelas. Reivindica, como no puede ser de otra manera, el valor imprescindible de la imaginación en quien escribe novelas. Asimismo dice: “La novela es un cruce de caminos del destino individual y el destino colectivo expresado en el lenguaje. La novela es una reintroducción del hombre en la historia y del sujeto en su destino; así, es un instrumento para la libertad. No hay novela sin historia; pero la novela, si nos introduce en la historia, también nos permite buscar una salida de la historia a fin de ver la cara de la historia y ser, así, verdaderamente históricos” (p. 104 y sgts.).

Carlos Fuentes muestra con claridad lo que es el barroco en nuestra literatura latinoamericana. Porque precisamente, con el encuentro de las etnias originales y las que llegaron en los buques, los escritores se vieron ante una realidad desconocida para Europa. Era eminentemente un producto de estas nuestras tierras. Escribe Fuentes que “(…) el ascenso de nuestro señor barroco en Hispanoamérica es veloz y deslumbrante. Se identifica con lo que Lezama llama la contraconquista: la creación de una cultura indo-afro-iberoamericana, que no cancela, extiende y potencia la cultura del occidente mediterráneo en América”. Afirma asimismo, que la obra de Sor Juana Inés de la Cruz hizo que “el barroco fue el refugio de la mujer y, por ser el de esta mujer, se identificó con la protección de la palabra, con la nominación misma que he venido señalando como uno de los centros de la narrativa hispanoamericana”.

En su exhaustivo análisis, Carlos Fuentes aparte de la revolución mexicana, trata el tema de los caudillos, los tiranos, los dictadores, que en América han sido temas de muchos novelistas. A lo cual se refiere con citas precisas de obras de diversos autores.

Asimismo justifica que incluya en el libro el nombre de Juan Goytisolo ya que en el español se da el encuentro con el otro, “el reconocimiento del otro. El abrazo a él o ella que no son como tú y yo”. Porque en el novelista Goytisolo “el mestizaje de la forma se funde con el de la materia. Para Goytisolo meztizar es cervantizar y cervantizar es islamizar y judaizar. Es abrazar de nuevo lo expulsado y perseguido. Es encontrar de nuevo la vocación de la inclusión y trascender el maleficio de la exclusión” (p. 411).

“La gran novela latinoamericana” es una obra valiosísima. Lo es porque cala hondo en los meandros de nuestra novelística. Y lo hace con saber y precisión. Expone, incluso, su visión de lo que es no sólo la novela latinoamericana, sino la novela a secas. De allí que termine esta nota con las palabras finales que escribe en su libro Carlos Fuentes: “Se escribirán novelas y ninguna novedad técnica o divertida cambiará esta necesidad y este goce vitales, anteriores a todo marco ideológico o tecnocrático. De allí la fuerza, de allí la molestia, de allí el goce que se llama novela”.





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