domingo, 31 de marzo de 2013


 LOS PERSONAJES DEL NOVELISTA
Escribe Carlos Sforza*
Algunos lectores inquietos se preguntan de dónde saca sus personajes el novelista. La respuesta, claro, es compleja. El novelista maneja sus temas a través de personajes que crea y que, muchas veces se parecen a él mismo. Otras veces nacen casi inconscientemente sobre todo cuando no son los centrales, sino las “comparsas” que rodean a los personajes centrales.
Jacques Robichon sostiene que  “Para el novelista nato, casi nunca existe la elección; no elige sus personajes, los recluta en las aguas que le son propias (…) Al margen de la pintura que le es propia el novelista puede intentar aproximaciones u oposiciones, puede inclinar su cuadro. Es raro que vaya muy lejos; ese algo hacia donde lo lleva su instinto es la garantía más segura de la autenticidad de su objeto.”
Es como decir que el personaje elige al autor. ¿Cómo? De muchas maneras. Hay en cada novelista un mundo interior y exterior que le señala y le propone diversos personajes. El lector se puede preguntar si los personajes tienen algo del autor. Y la respuesta es ambigua, y lo es en la medida en que todo personaje tiene, quizá, algo del autor. Lo que no quiere decir que en cada uno de esos personajes se refleje el autor. Tiene algo en la medida en que inconscientemente aparecen rasgos ocultos, no pensados, del escritor del que se trata.
François Mauriac escribió que “Aún en estado de gracia, mis criaturas nacen de los más confuso de mí mismo; se forman con aquello que subsiste en mí a mi pesar” Y cuando André Gide comenta ese texto en Journal del 4 de junio de 1931,  expresa: “¡Qué confesión! Eso quiere decir que si fuera un cristiano perfecto, no tendría materia para escribir sus novelas…” Y como escribiera en su libro “François Mauriac” el ensayista, novelista y periodista J. Robichon, “Si –el mismo Mauriac lo ha dicho- los personajes de una ficción nacen del matrimonio que el novelista ha contraído con la realidad, ¿en qué medida nutre consigo mismo las figuras y las almas de sus criaturas? ¿En qué medida los personajes de una ficción deben ser considerados chivos emisarios de quien los ha engendrado y hasta dónde es posible admitir de acuerdo con una teoría  bastante difundida que un héroe de novela libera al novelista de todo cuanto ha refrenado –deseos, cólera, crimen, heroísmo- por medio de un ejercicio que el psicoanálisis ha popularizado con el nombre de transferencia?” Y agrega el crítico citado: “En una hipótesis semejante a) el novelista sería un personaje verdaderamente monstruoso que encargaría a las criaturas de su invención ser infames (o heroicas) en su reemplazo, b) la ventaja más importante para el novelista sería estar dispensado de vivir.”
Precisamente el novelista francés, Mauriac, en su libro “La novela y sus personajes”, dice que afirmar lo anterior “(…) es no tener en cuenta un  extraordinario poder de deformación y acrecentamiento: elemento capital del arte del novelista (…) Suele suceder que a veces terminamos por encontrar en nuestro propio corazón el ínfimo punto de partida de alguna reivindicación que estalla en uno de nuestros héroes: pero es tan desmesurado que en realidad no subsiste nada en común entre aquello que ha experimentado el novelista y lo que sucede en su personaje.” Y también sostiene que “(…) el arte del novelista es una lupa, una lente bastante poderosa como para acrecentar ese enervamiento, para hacer un monstruo de él, para nutrir la rabia del padre de familia de “El nido de víboras”… De un impulso del humor, el novelista extrae una pasión furiosa. Y no sólo amplifica desmesuradamente y hace un monstruo con casi nada, sino que aísla, destaca aquellos sentimientos que en nosotros están envueltos, dulcificados, combatidos, por una multitud de sentimientos contrarios…” (págs. 114/116).
El  pensamiento de François Mauriac vale mucho en tanto se trata de uno de los grandes novelistas franceses del siglo veinte. Y tanto es así que sus aportes a la novelística y al pensamiento pueden recuperarse lozanos como cuando salieron a luz sus obras.
También hay que tener presente que, si hay rasgos inconscientes del escritor en sus personajes, no se debe caer en la tentación de identificar al personaje con el autor. Como tampoco podemos atribuirle las ideas o pensamientos de un personaje como si fueran los de quien lo creó. Hay que deslindar los campos y dar al César lo que es del César y, gen este caso, al novelista lo que es de él. Así de sencillo.             

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