domingo, 24 de marzo de 2013


EL LENGUAJE EN LA NOVELA
Escribe Carlos Sforza*
Mucho se ha escrito sobre el lenguaje en la novela. Hay quienes defienden el purismo a ultranza, hay quienes están a favor de un lenguaje llano, sin demasiados ornamentos, hay otros que sostienen la necesidad de mantener el lenguaje conforme a la época en que se desarrolla la narración, los hay, asimismo, quienes por el contrario, aunque la novela narre episodios antiguos, debe ser escrita con un lenguaje que sea adaptado al tiempo en que se escribe y, en consecuencia, accesible para el lector.
William Ospina, narrador colombiano que obtuvo en 2009 el Premio Rómulo Gallegos, y que ha escrito novelas sobe la conquista de América, afirma que “todo lenguaje fatalmente envejecerá, no vale la pena acelerar el proceso. Lo importante era revivir esa historia y tratar de hacer reales esas selvas en nuestro lenguaje actual”.
Ello significa que para el colombiano no es necesario emplear el lenguaje del siglo XV cuando se escribe hoy. De lo contrario estaríamos ante una narración casi ininteligible para el lector del siglo XXI.
Otro punto a tener en cuenta es cómo hablan los personajes. Y aquí se plantean diferencias entre puristas y novelistas. Ya en la antigua y cotizada revista CONTORNO el tema fue ampliamente debatido. Sobre el mismo tenemos, por ejemplo, la opinión de Manuel Gálvez. El autor de “La maestra normal” sostiene que cuando narra el autor se necesita “una cierta pureza de la prosa…: la novela no deja de ser una obra de arte. El novelista debe conocer bien su idioma Nada más abominable que una larga novela con pésima sintaxis…”. Pero a la vez, hace referencia a cuando quienes hablan son los personajes. Y en ello su posición es bien clara: “Los personajes deben hablar como en la realidad, inclusive incorrectamente. Son admisibles hasta los lugares comunes y los términos groseros, extranjerizados o hampescos, pero el autor no ha de complicarse con esas cosas”. Y agrega: “Los narradores idealistas hacen hablar a los personajes como escriben ellos. Proceden por afán de unidad o por horror a la vulgaridad del diálogo corriente. Valera no ignoraba cómo hablaba Juanita la Larga, pero juzgando de mal gusto el lenguaje campesino, hacía que su protagonista se expresase igual que él”.
Hablamos, claro, de quienes escribimos novelas en este tiempo, es decir, en la actualidad. Nuestro lenguaje puede con el tiempo envejecer pero, a la vez, mantendrá la lozanía con el que fue escrito pese al paso de los años. Como sucede con tantas obras que perduran y vencen el paso del tiempo. El Quijote es, entre otras, una de las novelas que son ejemplo de permanencia en el tiempo.
 Asimismo es necesario tener en cuenta no sólo el lenguaje empleado, sino el cómo se usa ese lenguaje. En la novela sería cómo se cuenta. Oscar Tacca en su libro “Instancias de la novela”, nos habla de la relación que existe entre el narrador y el personaje. Y entre otras cosas dice que el narrador es una abstracción ya que “su entidad se sitúa no en el plano de lo enunciado sino en el de la enunciación”. Esa diferencia la marca Todorov  cuando afirma que “el enunciado es exclusivamente verbal mientras que la enunciación coloca al enunciado  en una situación que presenta elementos no verbales: el emisor, el que habla o escribe; el receptor, el que percibe, y el contexto en el que esta articulación tiene lugar”.
Todo ello viene a cuento cuando tratamos de penetrar en la confección o, mejor, creación, de una novela. El “narrador debe saber para contar. Es sabido que el verdadero carácter de un narrador  no consiste tanto en lo que cuenta (los temas van y vienen), sino en cómo cuenta” (Tacca). Y esta afirmación que por repetida puede resultar redundante, siempre es bueno tenerla presente al momento de escribir una novela. Cuando se tiene una idea o varias, y se comienza a escribir, hay una perspectiva, la del narrador, que le dará la impronta a la obra. Pero, a la vez, el escribir una novela depara tantas situaciones que quizá el autor nunca las pensó, hay que afinar el trabajo de la escritura de tal forma que a la postre lo que se escriba no resulte un fárrago de ideas mal paridas por lo mal escritas, sino que se ensamblen de tal forma, que se logre una obra coherente, sólida, sin fisuras, y que deje también, un camino a veces estrecho, para que el receptor, el lector, pueda continuar la misma con su propia imaginación. De allí la necesidad de emplear un lenguaje acorde con los tiempos en que se vive, pero sin traicionar la esencia de los personajes que, a la postre como se ha dicho siempre, se liberan y transitan libremente por las páginas del libro.
Y para concluir estas reflexiones, quiero hacerlo con lo que piensa de la literatura
el novelista William Ospina, ya que comencé con una cita de él. Dice: “Creo que toda literatura es la manera en que la conciencia  recoge las preguntas de su tiempo, está siempre en la frontera entre los desafíos del mundo al que pertenecemos y los que comienzan para las generaciones que vienen. La aventura de escribir una novela es un esfuerzo por vivir los hechos, además de pensarlos”. 

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