martes, 5 de febrero de 2013

LA VIDA: ESCUELA DEL ESCRITOR


Escribe Carlos Sforza*

Hace poco apareció un libro en Italia que, conforme a lo que sobre él se ha escrito, reúne las conferencias de la periodista y narradora Oriana Fallaci (que falleció en 2006). La obra reúne, a estar a las informaciones, las conferencias de la polémica ex corresponsal de guerra italiana. Conforme a la traducción, el libro se titula “Mi corazón está más cansado que mi voz” y lo editó Rizzoli.

La vital, polémica y profunda Oriana Fallaci incursiona en una de sus conferencias sobre temas que hacen al quehacer de los periodistas y de los escritores. Darío Ferillo en el CORRIERE DELLA SERA, sostiene que la Fallaci tiene una idea del periodismo no “como oficio sino como misión”. Y agrega que esa misión le consumirá gran parte de su vida. Agrega que en la autora “(…) está esa fe chamánica en el rol del escritor a imagen y semejanza de un sacerdote guerrero, tal vez predestinado desde el vientre de su madre, y por lo tanto condenado a no desconectarse nunca y a decir siempre, y como sea, la verdad. Y también a ser objetivo a su manera, si por esa palabra se entiende una participación directa, sin mediaciones, con los hechos. Se les exige un sí incondicional a las razones de la vida, antes de sentarse en el escritorio para describirla.”

LA ESCUELA DEL ESCRITOR

Oriana Fallaci entre cuyas obras figura la novela “Un hombre” y donde sobre su admirado Alekos Panagulis y le dedica un capítulo cuando estuvo detenido, sostiene que cuando habla del protagonista de la novela (Alekos) ella tuvo oportunidad de conversar con él de muchas cosas, pero no de lo que sintió cuando estaba en prisión. Un entrevistador le preguntó entonces a la autora si Panagulis le contó lo que sentía en su largo confinamiento a lo que la italiana respondió que no. Y ahí surgió la pregunta que cómo ella lo sabía pues era fiel testimonio de lo que pasaba con el detenido. Oriana respondió: “Me lo imaginé. El motivo por el cual un escritor es capaz de todo eso, en mi opinión, es que la verdadera escuela del escritor es la vida misma, empezando por la propia. Y dado que su trabajo principal es observar la vida, empezando por la propia, jamás separa su trabajo de su vida personal. No se desconecta nunca.” Y agregó a renglón seguido que “Todo lo que hace, prueba, piensa, ve, entiende ingresa en su escritura como un líquido vertido en una botella a través de un embudo. Incluso cuando duerme y sueña. Incluso cuando ama y hace el amor. Y como es consciente de ello, nunca está satisfecho. Y en proceso de escritura, reinventa la realidad, la dilata, quiere que la verdad sea más verdadera que la verdad, arrancándole a la crónica periodística o a su vida personal un episodio particular para universalizarlo.”

Todo ello nos lleva a la conclusión que, en la opinión de la Fallaci y de muchos escritores, la mejor escuela para quien es narrador, es la vida. La ajena y la propia. Y el ojo del novelista, del fabulador, siempre está atento a los vaivenes de lo que lo rodea. Porque todo es materia novelable. Por supuesto que a ese aprendizaje que da la vida y que se asume consciente e inconscientemente, se le adicionan otros componentes, como puede ser el estudio, el aprendizaje en charlas personales o grupales, y, claro, sobre todo en la lectura de los narradores que son en esencia, verdaderos creadores de los mundos de la ficción.

Concordante con la opinión de Oriana Fallaci, conviene recordar que Emerson dijo: “Si quiere aprender a escribir, debe hacerlo en la calle. Tanto para los propósitos como para los medios de ese arte, debe frecuenta la plaza pública. El pueblo, no la universidad, es el hogar del escritor.”

Es que la vida enseña. La propia y la vida ajena. Nada escapa a la mirada inquisidora del narrador. Todo resulta interesante y puede serle útil en cualquier momento. Chesterton decía que “Estamos imbuidos de la primera de las doctrinas democráticas, que todos los hombres son igualmente interesantes.” No olvidemos que en las obras de un novelista entran muchas categorías de seres humanos. Manuel Gálvez sostenía que “Para el novelista los hombres, en cuanto objeto novelable, valen todos lo mismo: el santo y el bandido, el imbécil y el genio. Su misión es comprender lo humano y revelarlo (…) El novelista es más escritor que literato”. Y también el autor de “La maestra normal” afirma que “El novelista ama al pueblo. (…) “El novelista es casi siempre sencillo y sincero. No pude ser farsante quien vive buscando la verdad humana y transponiéndola en sus libros”.

Es que, como afirma quien dio pie a esta nota, Oriana Fallaci, la gran escuela del narrador es la vida. Y precisamente por eso, por conocerla, por interrogarla, cuando aparece reflejada en la ficción resulta verosímil, atrapante y demuestra que aunque sus temas sean del pasado, siempre el narrador marcha “de acuerdo con el tiempo nuevo”.

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