martes, 12 de febrero de 2013

LAS NOVELAS SEMANALES DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX


Escribe Carlos Sforza*

Acabo de leer un ensayo-investigación de Beatriz Sarlo sobre las narraciones de circulación periódica en la Argentina. La obra, originariamente se publicó en 1985 y tuvo una segunda edición. La que he leído con sumo interés es la tercera edición, revisada y corregida, editada en 2011.Se trata de “El imperio de los sentimientos: narraciones de circulación periódica en la Argentina, 1917-1925” (Siglo Veintiuno, Editores, Buenos Aires, 176 p.).

Se trata de un estudio pormenorizado, profundo, de las publicaciones semanales que bajo el título de novela (que incluía cuentos y en algunos casos otras materias) se publicaban y distribuían en Buenos Aires y otras ciudades, en quioscos o a domicilio. Es lo que se llamó el apogeo de la literatura sentimental, que, conforme se ha dicho, son “textos de la felicidad: aunque narren la desdicha de los amores contrariados y que la dicha puede alcanzarse a través del matrimonio.”

Beatriz Sarlo sostiene que esa literatura era de barrio y “también literatura predominantemente para mujeres o adolescentes y jóvenes de sectores medios y populares”. No era una literatura de vanguardia ni mucho menos. Se trabajaba sobre clisés y tenía una gran aceptación en las masas. Difería, claro, de la denominada literatura culta o de elite, que a la par comenzaba a publicarse en nuestro país y que en muchos casos era en lo temático semejante a la semanal, pero con el vuelo de lo que podríamos llamar buena literatura.

Hay que tener en cuenta, asimismo, que como dice Beatriz Sarlo refiriéndose a las publicaciones semanales, que éstas eran “escritas cuando la literatura psicológica ya había producido grandes novelas”. Y agrega: “estas publicaciones (las semanales) son regionales por su persistencia en la presentación de una misma temática. Se trata de un movimiento de la subjetividad: el amor, el deseo y la pasión.” (p.22)

Son discursos narrativos lineales, sin desviarse en temas secundarios, siempre teniendo en vista el gusto de los lectores que, ávidamente, esperaban la entrega semanal. Siempre aparece la joven bella, pobre, que aspira a ascender y que llegue su “príncipe” para rescatarla y formar una pareja ideal. Cosa que, que en la ficción de estas publicaciones (y muchas veces en la realidad) no sucede. De allí que en su ensayo, Sarlo sostenga que “Una figura de mujer se repite a lo largo de estos relatos: el de la bella pobre, alguien que merece mejor destino, aunque probablemente no lo alcance. Foco de identificación para las lectoras jóvenes, este tópico (que también forma parte de la literatura de folletín y que Dickens no desdeñó) es compartido por la literatura sentimental y por el cine, y recorre la narrativa semanal como uno de sus hilos conductores.” (p.23).

Es interesante comprobar que si bien Beatriz Sarlo se ha centrado especialmente en el análisis de la dimensión literaria de esas publicaciones, no desdeña hacer algunas incursiones por lo sociológico. Así por ejemplo, afirma que las narraciones semanales vienen a satisfacer las necesidades de amplios sectores medios y populares. En efecto, dice que “Como los lectores cultos, los populares también buscan en la literatura ese lugar de la ensoñación, de la evasión o de la aventura” También sostiene que la lectura de esas narraciones ha hecho posible que vastos sectores populares se hayan acostumbrado a leer y puedan dar, a la postre, un salto cualitativo con respecto a la calidad de la literatura que se presenta ante sus ojos. Ha creado el hábito de la lectura y así, posibilitado el acceso a una literatura que podríamos llamar grande en cuanto a la calidad de su escritura y al planteo de sus temas como a la forma en que esos temas son tratados. De allí que la autora sostenga que en los circuitos en que circulaban esas publicaciones, sectores sociales concretos, producían varios efectos. “Entre ellos, dice Beatriz Sarlo, uno que no carece de importancia: colaboraron en la formación del hábito de la lectura, desarrollando y afirmando destrezas y disposiciones adquiridas en un proceso de alfabetización que es, al mismo tiempo, una de las condiciones del éxito amplio de las narraciones semanales.” (p.25).

La autora menciona once publicaciones semanales: “El cuento ilustrado” (que dirigió Horacio Quiroga), “La mejor novela”, La Novela Argentina, “La Novela del Día” (católica), “La Novela de Hoy”, “La Novela de la Juventud”, “La Novela Nacional; La Novela para Todos”, La Novela Porteña”, “La Novela Semanal” (dirigida por Miguel Sans que salió en 1917 y llegó al número 400 en 1925, y que en marzo de 1920 publica “El Suplemento”) y “La Novela Universitaria”-

Como se puede apreciar, una cantidad de publicaciones que hablan del consumo que los lectores hacían de ellas en los lejanos años de comienzos del siglo pasado.

No se crea que en las narraciones semanales, quienes las escribían eran aprendices (los había sí, y otros que nunca pudieron trascender de esa zona de la literatura para masas). Habían autores que incursionaban por la denominada literatura culta: el caso de Horacio Quiroga, Hugo Wast, Héctor P. Blomberg y varios más. Era, para ellos, una manera de llegar a los que recién accedían a la literatura (muchos inmigrantes e hijos de ellos) y, a la vez, una forma de obtener dinero por las publicaciones que hacían, que no era sino un comienzo de la profesionalización del trabajo intelectual.

El análisis que hace Sarlo de esta literatura es amplio, profundo, y cala hondo en los temas, en la presentación de los personajes característicos de las mismas, en la forma en que se hilvanan las historias que eluden el ascetismo y proponen lo que llama un arte medio a la medida de su público. Dice que “Para contar sus simples y repetidas historias, estas narraciones no eligen un estilo simple. Eligen un estilo de clisé que garantiza la existencias de un plus. En ese plus está su estética, basada tanto en una pronunciada tipificación de personajes y situaciones como en una serie de moldes estilísticos”. (p.157).

Es una literatura de consumo, claro. Pero, como afirma la autora, ese consumismo de la literatura semanal, no se convirtió en regla de gusto, sino que, sucedió lo contrario: “el público nuevo no quedó indefinidamente fijado en el imperio de los sentimientos, sino que logró compartir este imperio con otros.” Y Agrega: “Construir un público, la historia de la literatura lo enseña, es una de las operaciones más complicadas de la cultura moderna. En esta perspectiva, las novelitas sentimentales pueden haber sido, más que un obstáculo, un agradable desvío o una sencilla estación para las iniciaciones” (p.160).

Beatriz Sarlo ha hecho un importante aporte para conocer una parte que fue muy importante y no puede desdeñarse, de la literatura de masas a que comienzos del siglo XX. A la vez, ha ilustrado con ejemplos de las narraciones incluidas en la novela semanal, sus explicaciones y afirmaciones. En suma, ha hecho un trabajo a conciencia, que ilustra y enseña. Yo debo decir que, después de leer este libro, he aprendido muchas cosas que ignoraba sobre aquellas ya añosas publicaciones. Lo que equivale a decir que me he ilustrado y nutrido con la lectura de “El imperio de los sentimientos”.

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