lunes, 18 de febrero de 2013

LA CRÍTICA Y EL VALOR LITERARIO


Escribe Carlos Sforza*

Siempre se vuelve sobre algunos temas. En el caso concreto de la literatura, esta vez regreso a raíz de una entrevista que le hizo Paula Escobar Cavarría periodista y editora de Revistas de “El Mercurio” de Chile, al inefable y siempre actual crítico y profesor Harold Bloom.

Lo visitó en su casa de New Haven (Estados Unidos) y el entrevistado, con sus lúcidos 82 años, accedió a varias respuestas, algunas que descolocan posiciones anteriores del propio Bloom.

Cuando la entrevistadora le preguntó que cómo se siente “ser el más influyente y controvertido crítico de nuestro tiempo según The New York Times”, el entrevistado simple y socarronamente respondió: “¡No sé de quien estás hablando! –Se ríe.”

Sostiene que pasados los 80, uno ya no se preocupa por esas cosas. Ante la pregunta “¿Cómo ha vivido con ser la voz que decide quien tiene valor literario o no?”, Harold Bloom que ya está más allá de muchas vanidades de este mundo, sencillamente respondió: “-Nadie puede hacer eso. El valor literario nunca es establecido por un crítico particular o un grupo de críticos. El valor literario se establece por generaciones de poetas, novelistas y dramaturgos que han tenido que luchar contra la influencia de escritores particulares, una influencia que consideran ineludible. Y haciendo eso, establecen su valor. Realmente no interesa lo que dices sobre ellos.”

En síntesis, el crítico estadounidense desliga la influencia de la crítica en cuanto al valor perdurable de una obra literaria.

Es evidente que los críticos, cuando ejercen su función con conocimiento y ecuanimidad, acercan una valoración, opinable por cierto, sobre una determinada obra literaria. Pero de allí a que ello constituya un juicio como valor definitivo, hay un gran trecho para andar. La opinión del crítico, sin dudas, ayuda a quien busca un derrotero y recurre a esa opinión para transitar por un camino de palabras como es la obra literaria.

Luego podrá ese lector, estar o no de acuerdo con las opiniones vertidas por el crítico consultado, leído o escuchado, conforme a lo que la obra en cuestión le depare a él (el lector) personalmente.

El propio Bloom en su libro “Anatomía de la influencia –La Literatura como modo de vida-” sostiene que “Practicar la crítica propiamente dicha consiste en reflexionar poéticamente acerca del pensamiento poético” (p.29). Y esa reflexión ayuda, sin dudas, al lector que se acerca a quien ejerce la crítica pero, como sostiene Bloom, no significa que se establezca necesariamente un valor literario definitivo.

Asimismo es interesante lo que el entrevistado dice sobre la sabiduría. Sostiene que “Yo no tengo sabiduría. Sé dónde la puedes encontrar. La puedes encontrar en Shakespeare, Cervantes o Dante, ahí puedes encontrar sabiduría, partes de la verdad.”. Y agrega: “Además yo estoy más y más consciente de mis propias limitaciones. La vida no funciona deseando mucho algo y obteniéndolo. Con los años ves los monumentos rotos de tus grandes deseos.”

Es evidente que transpuestos los 80 años, Bloom ha llegado a esa madurez que hace que uno se sienta cada vez más a la intemperie. Es decir, desprovistos de aquellos asuntos que creía que eran la verdad cuando en realidad son partes, a veces más amplias y otras muy pequeñas, de la verdad.

Y remite a tres grandes de la literatura occidental. El inglés, el español y el italiano. Ellos, en sus obras, en sus dramas, en sus poesías, en sus novelas, ha presentado sí, la sabiduría y a través de esa sabiduría de los que deambulan por sus libros, la verdad pese a que muchas veces (la mayoría de las veces, por mejor decir) se parte de una mentira. Como que la ficción es mentira pero, pese a serlo en la creación que hace el autor, se convierte en una verdad cabal, pura, que muestra los meandros más secretos del ser humano.

Se sabe que hay desde hace varios años, legiones de críticos de las más diversas escuelas, que dedican su tiempo precisamente no sólo a hacer crítica directa de textos, sino a enseñar (a veces a pontificar) sobre cómo debe ser la crítica y cómo debe evaluarse un texto.

Umberto Eco recuerda algo por lo que muchos hemos pasado. Dice que “Mi generación postcrociana (la primera) exultó con las revelaciones de Wellek y Warren, con la lectura de Dámaso Alonso y de Spitzer. Empezábamos a entender que la lectura no era una merienda campestre en la que se cogían casi al azar, ahora aquí, ahora allá, botones de oro o majuelos de la poesía, anidada entre el estiércol de las cuñas estructurales, sino que se afrontaba el texto como algo entero, animado de vida en distintos niveles. Parecía que nuestra cultura lo había aprendido.” (Sobre literatura, p. 183).

Yo recuerdo bien ese período en que leíamos “Teoría Literaria” (Edit.Gredos) de Warren y Wellek, como los estudio de Alonso y Leo Spitzer, al igual que los de Alfonso Reye y tantos otros. De ellos aprendimos mucho, claro. Pero en la dinámica de la literatura, debimos y debemos seguir aprendiendo de otros. Y, a la vez, tener nuestro propio juicio. Y saber, a la postre, que la valoración de una obra literaria como legado de la humanidad, la dará el tiempo. Mientras tanto, quienes escribimos ficciones, nos conformamos con aquellos lectores desconocidos que acceden a nuestras narraciones y gustan de ellas, como me acaba de suceder con un lector de Paraná que, quedó tan “atrapado” con mi novela “La guerra de los huesos” que comenzó a leerla, según su propio testimonio, en las primeras horas de la mañana y no la dejó hasta las seis de la tarde cuando llegó al final del libro.

Con ello el autor se siente reconfortado. La posterior perennidad de la obra, será cuestión no de un lector ni de un crítico, sino del paso del tiempo y de lo que la posteridad conserve de ella.





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