martes, 13 de diciembre de 2011

La palabra degradada

PALABRA DEGRADADA
Escribe Carlos Sforza*
Sabemos que el idioma lo crea el pueblo. El hombre, a través de la palabra expresa sus sentimientos, sus pensamientos, sus sueños. Y para ello utiliza no sólo lo gestual sino, único caso con coherencia en el reino animal conocido, lo hace a través de la palabra.
No hace mucho, el Presidente de la Academia Argentina de Letras, nuestro comprovinciano Pedro Luis Barcia sostuvo al hablar de cómo se empobrece el lenguaje, que “Cuando no hay capacidad de expresión, se achica el pensamiento”. Es evidente que la pobreza y la mala utilización de la palabra, hace que el hombre vaya achicándose en su capacidad de pensar, de comprender, de expresarse. Es como si estuviéramos asistiendo a una nivelación hacia abajo en vez de ser una nivelación hacia arriba, superadora y, a la vez, enriquecedora del ser humano.
Cuando hablamos o escribimos, tratamos de tener plena conciencia de las palabras que vamos a utilizar para que nuestro mensaje sea claro y preciso. Pero sucede que con el descenso notable que se advierte en el uso de las palabras, ello no sucede. No hablamos de un escritor que, se descarta, utiliza las palabras que cree justas para trasladarlas a la obra (sea narrativa, poesía, ensayo) que está creando.
En el lenguaje cotidiano asistimos a una degradación de la palabra. Se crean neologismos y a veces barbarismos que se lanzan sin ton ni son en una conversación, en una entrevista en los mensajes a través de la computadora o de la telefonía celular.
Hay, asimismo, una jerga o mejor jerigonza, utilizada con mucho desparpajo por comunicadores sociales de distintos medios y soportes, que crean confusión, degradan en suma el lenguaje pues se degrada antes la palabra.
El habla se aprende normal y originariamente en la casa. En el seno familiar. Y, en forma sistemática, en la escuela y las aulas de estudios superiores. Y se practica y amplía en el trato cotidiano. En la calle, en el club, en el bar, en los encuentros entre amigos, en las charlas formales e informales.
Barcia sostenía que la falta de lectura empobrece el lenguaje. Y es verdad. Pero no es menos cierto que, muchos que acceden a las lecturas, lo hacen de una manera tal que es como si las palabras le resbalaran. No asimilan lo que significan las palabras y eso, obviamente, debilita la comprensión de la lectura y, a la vez, empobrece el léxico de esa persona.
Uno debe tratar de subir a través del pensamiento. De elevarse. Y el mal empleo de la palabra no habilita ese ascenso. Por el contrario, lo empobrece. El usar bien las palabras produce un agrandamiento del pensamiento. Hay quienes, por esnobismo o picardía, usan palabras inexistentes, para que el lector o el oyente, se pierdan en los vericuetos de ese laberinto y dude si está ante la obra de un genio o de un charlatán. Hay quienes utilizan ese método para impresionar que saben. Pero en realidad es para cubrir con un tapiz de palabras lo que no saben.
En cuanto a los jóvenes (yo siempre sostuve que no leen menos que entes, sino que al aumentarse la población, se crea esa ilusión), al hacer la crónica del cierre de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara (México), Leonardo Tarifeño escribió que a esta 25ª edición “(…) tal vez haya que verla como la aparición de un público lector que ya no está dispuesto a perderse en el vértigo de las modas impuesta por la industria del libro. Dos clichés de la época dicen, primero, que se lee poco, y luego, que los jóvenes prefieren la pantalla a la hoja impresa. Ambos lugares comunes quedaron desterrados en esta fiesta literaria, que en definitiva fue tal gracias a la entusiasta participación de jóvenes en conferencias, foros, encuentros con autores y, también, en las largas colas para pagar los no siempre baratos libros exhibidos por las casi 2000 editoriales presentes en la FIL.”
Reitero que quienes usan mal las palabras y las degradan, no son solamente los jóvenes. También lo hacen, y a menudo, los adultos. Porque hay una actitud despreciativa hacia el buen decir, hacia el buen hablar, hacia el buen escribir. Es como si en este mundo acelerado, nos olvidáramos de lo que caracteriza al ser humano: la palabra. Y en consecuencia asistimos en gran medida a la degradación de la misma. Ello, a la vez que crea un verdadero caos en el lenguaje, conlleva al egocentrismo. Se elimina el diálogo pues se habla u lenguaje que, pese a ser el mismo, suena diferente. Y de esa forma el lenguaje en vez de socializarse, se repliega y queda en cada uno de los humanos.
Ante esta situación conviene reiterar que la lectura, hecha a conciencia y, diría, sin imposiciones externas, enriquece el lenguaje y aclara el significado y el buen uso de la palabra. Leer a autores que escriben bien, que muchas veces por razones de su narración o de su visión poética, inventan palabras, no desmerece a ellos y menos al lector, Así se ha ido enriqueciendo el lenguaje. Como dice el lema de la Academia Porteña del Lunfardo: “El pueblo agranda el idioma”. Y es verdad. Y con la decantación propia del tiempo, esas palabras creadas, inventadas quizá, se fijan en los diccionarios y se aceptan con el significado que le ha atribuido el creador individual (escritor) o el anónimo (pueblo).
Ello así, ante la oleada de palabras bastardeadas y vulgarizadas, debemos retomar la palabra con el sentido sagrado que le daban muchos pueblos y no degradarla. Estaremos en el buen camino y ascenderemos en la comprensión, el diálogo y el pensamiento.

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