viernes, 23 de diciembre de 2011

LA HISTORIA EN LA PICOTA
Escribe Carlos Sforza*
Ante la creación por el gobierno del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego (Decreto 1880/2011) se ha suscitado una reacción por parte de un número apreciable de historiadores y una defensa de la misma por quien lo preside, el Dr.Mario “Pacho” O`Donnell y quienes apoyan lo hecho por el poder ejecutivo.
En una palabra y como lo indico en el título, hoy la historia está en la picota. Tengamos en cuenta que en los fundamentos del decreto se dice que su finalidad:
“será estudiar, investigar y difundir la vida y la obra de personalidades y circunstancias destacadas de nuestra historia que no han recibido el reconocimiento adecuado en un ámbito institucional de carácter académico, acorde con las rigurosas exigencias del saber científico”.
Se agrega que el Instituto se abocará a “la reivindicación de todas y todos aquellos que (…) defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizantes de quienes han sido (…) sus adversarios (…)”. Y, según el artículo 1º, se revisará “el lugar y el sentido que les fuera adjudicado por la historia oficial, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX”.
EL REVISIONISMO HISTÓRICO
Yo vengo de la corriente del revisionismo histórico ya que en los comienzos de la década del cincuenta del siglo pasado, nuestro profesor de historia en el Colegio Nacional de Nogoyá, era un historiador destacadísimo y adscripto al revisionismo: Juan José Antonio Segura. En su oportunidad leí la mayoría de los libros de ese revisionismo, unos más ecuánimes que otros, pero todos encuadrados en la revisión de la historia que se impuso en el país después de Caseros. En esa corriente se ubican desde Adolfo Saldías con su “Historia de la Confederación Argentina”, pasando por Carlos Ibarguren con su libro “Juan Manuel de Rosas” editado en 1921 y reeditado cuatro décadas después. Por supuesto el valiosísimo aporte de Julio Irazusta con su historia de Rosas, Ernesto Palacio con su “Historia de la Argentina” y los estudios de Roberto H. Marfany y Federico Ibarguren sobre el mayo de 1810, las investigaciones históricas del P. Guillermo Furlong. No puedo dejar de mencionar a mi gran amigo Fermín Chávez que en mis primeros escarceos por la historia, aconsejado por Segura, me visitó en mi casa en Victoria y desde allí tuvimos, hasta su muerte, una amistad inclaudicable. Yo creo tener derecho a hablar del revisionismo, porque lo mamé en los libros, y trabajé en archivos cuando escribí “Victoria- Historia de su Templo-“ y en los más de cincuenta artículos publicados en “La Mañana” sobre los hombres de López Jordán en Victoria.
En ese entonces ya no estaba inserto en el primer revisionismo: el de la lucha sin cuartel entre la historia oficial o inicial como la llama Rosendo Fraga, la de Mitre, Sarmiento Fidel López, Levene, y la revisionista de los primeros tiempos. Esa lucha era una manera casi maniquea de ver la historia. De un lado los buenos, sin mácula. Del otro, los malos, Con el andar del tiempo y el estudio concienzudo de la historia, encontré, como muchos por suerte, que la historia no está formada por los que son buenos de un lado y por los que son malos del otro. Todos los hombres que han hecho nuestra historia tienen diversas facetas. Como me dijo una vez el monje benedictino Benito Ibarrola al referirse a Sarmiento: “es como una moneda, tiene dos caras”. En buen romance quería decir que tenía cosas buenas y cosas malas. Y era la misma persona.
De allí que hablar hoy de revisionismo a la manera del que estuvo en boga en gran parte del siglo pasado, es una actitud obsoleta.
Se supone que todo historiador cuando realiza sus investigaciones, lo hace con ecuanimidad, munido de las herramientas apropiadas para realizar un trabajo serio, basado en documentación y en la interpretación de esa documentación, teniendo en cuenta la época, las costumbres, la situación de los hechos investigados y que corresponde con el tiempo histórico en que sucedieron.
Hay, por suerte, en nuestro país instituciones oficiales y privadas que forman verdaderos investigadores. Sean universidades, academias, el CONICET, instituciones e institutos privados, todos ellos nutren de un plantel de historiadores capacitados para realizar una labor consciente y seria sobre hechos y personajes de nuestra historia.
Como escribió Amelia Galetti en “El Diario” de Paraná, “(…) sobre los diferentes relatos nos fuimos construyendo como Nación; no fuimos los unos o los otros, sino los unos y los otros con toda su gama de matices en la dialéctica que es necesario explicar, que hoy no es posible continuar anclados en términos maniqueístas que parcializan las interpretaciones del pasado, con poco felices proyecciones que dividen, resienten y desgastan nuestro cuerpo social” (10/12/2010).
LA HISTORIA Y EL NUEVO INSTITUTO
La creación del nuevo Instituto tiene algunos puntos que hacen dudar de su ecuanimidad. En primer lugar si se deseaba crear una institución oficial (aparte de la Academia Nacional de la Historia) para la investigación histórica, no debieron darle el título de “Revisionismo Histórico”, puesto que eso nos retrotrae a lo que comenzó en el siglo veinte cuando, como queda dicho más arriba, se lanzan nuevos investigadores para confrontar directamente, y muchas veces de una manera maniqueísta, con los que escribieron la llamada historia oficial, vista desde un lado: del liberalismo triunfante después de Caseros. El nombre debiera haber sido menos ampuloso y confrontativo puesto que puede dar lugar a suspicacias, como ver sesgada la historia de nuestra patria.
Reivindicar a Manuel Dorrego no hace falta. Siempre se lo tuvo como uno de los pilares del verdadero federalismo argentino, contrario a las ideas rivadavianas y defensor del pueblo de Buenos Aires como gobernador del mismo. Siempre se condenó el acto que la camarilla que rodeaba a Lavalle lo indujo al fusilamiento de Manuel Dorrego como aquella famosa carta donde se lo instaba a hacerlo y concluía con la recomendación de que documentos como esa misiva deben ser destruidos. Cosa que Lavalle, por suerte, no hizo para que se supiera con certeza lo que pasó entonces. Y llama la atención que se denomine Manuel Dorrego el instituto creado, puesto que de los caudillos federales y populares, fue quizá uno de los pocos que se incluyó en la historia oficial. Hasta tal punto que Rosendo Fraga en una nota en “La Nación” dice que Mitre en el prólogo que escribe para la obra “Galería de celebridades argentinas. Biografías de los próceres más notables del Río de la Plata sostiene que debe incluirse a Saavedra, Güemes y Dorrego.”
Y agrega que en 1841 el mismo Mitre escribió sobre Dorrego en su dimensión política y considera su pragmatismo frente a las teorizaciones de Rivadavia.”
Nadie puede negar la figura de Manuel Dorrego y en este punto, estoy de acuerdo que un instituto lleve su nombre. El temor que despierta es que se tome esta creación para parcializar la historia. Que se pretenda hacer con el instituto un arma para formar una historia tendenciosa. Que se busque sustituir el pasado con una actitud maniquea, para imponer una visión parcializada de la historia.
Permanentemente, en los últimos tiempos, los historiadores están haciendo trabajos de investigación y publicando sus resultados Y lo hacen con ecuanimidad como debe hacerse la historia y no pretender crear mitos y leyendas sin sustento verídico para imponerlos desde las aulas.
De allí las dudas que crea este nuevo instituto. Por lo demás, hay que diferenciar bien lo que es historia y lo que es divulgación histórica. En esa tesitura tenemos que tener presente que buenos historiadores han hecho labores de divulgación pero después de largos estudios e investigaciones. No con chismografía vendible se hace historia. Se la hace con la seriedad de quien se quema las pestañas y suda la camiseta investigando aunque después, los resultados los transmita al gran público en forma asequible para que puedan recibirlo los lectores no especializados.

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