sábado, 12 de noviembre de 2011

HAROLD BLOOM, ESCRITORES Y LECTORES
Escribe Carlos Sforza*
El destacado crítico literario estadounidense, Harold Bloom, acaba de publicar “Anatomía de la influencia”. A raíz de ello, en una entrevista hecha por “El País” ha dicho que “Para mí, leer es la única manera de dar sentido a la vida”. En una nota anterior hablé de qué quieren los lectores de ficciones, y comenté a Jonathan Franze y su experiencia como novelista que ha comprendido que los lectores quieren que les cuenten historias.
Por su parte, Bloom, que escribió un famoso Canon Literario, afirma en la entrevista que concedió al diario “El País”, que “Uno debe escribir para sí mismo y para los lectores disidentes”. Esto pareciera, a simple vista, una posición contraria a la de Franze. No obstante, pienso que no es tan así.
El escribir para sí mismo, creo, es una manera de decir. Pues el impulso que mueve al narrador a escribir, no tiene en vista al lector ideal. Lo que lo mueve es una necesidad imperiosa por expresarse a través de una obra literaria. Y no lo hace para satisfacer a algún lector. Más aún no piensa en el lector en el momento en que comienza a crear y su imaginación trabaja incansablemente para dar forma a lo que quiere narrar. Y ese dar forma no es sino ponerle la carnadura adecuada, precisa, a lo que se quiere transmitir. Es decir, la forma que la dan las palabras y el estilo para construir una estructura acorde con lo que se cuenta.
No olvidemos que en el juego dialéctico de la literatura hay quien la escribe y quien la recibe. De allí que se puedan compatibilizar las expresiones de Franze con las de Bloom. El que la escribe desea, claro, que su mensaje escrito tenga un lector. Pero no piensa en él en el acto concreto de la escritura. Se supone que estoy hablando de una obra literaria y no de escrituras por encargo como cierto tipo de libros que suelen aparecer, o contra los que Bloom, según dijo en la entrevista, lleva años “luchando contra la basura abominable de los best sellers”.
Distintos autores, reconocidos en la historia de la literatura, han hablado de los lectores. En su libro “El último lector”, Enrique Piglia cita a Borges que sostenía que la lectura es un arte de la distancia y la escala. Y agrega que “Kafka veía la literatura del mismo modo. En una carta a Felipe Bauer, define así la lectura de su primer libro: Realmente hay en él un incurable desorden, y es preciso acercarse mucho para ver algo”.
Hay diversa clase de lectores. Los que lo hacen por adicción, los ocasionales, los que buscan pasar un rato grato, los que consumen la popularista literatura al estilo de los libros de Corín Tellado…
Piglia caracteriza asimismo a dos tipos de lectores. Ellos son: “El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que siempre está despierto, (que) son representaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamados lectores puros; para ellos la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida” (p. 21).
En la introducción a “Anatomía de la influencia”, Bloom habla del cultivo de la sublimidad. Así dice entre otras cosas que “(…) los críticos poderosos y los lectores poderosos saben que no podemos comprender la literatura, la gran literatura, si renunciamos al amor literario auténtico a los escritores o lectores. La literatura sublime exige una inversión emocional, no económica”. A los 81 años de edad confiesa que “En mi papel de crítico veterano sigo leyendo y dando clases porque no es un pecado que un hombre trabaje en su vocación”. Y más adelante sostiene: “Yo sigo escribiendo con la esperanza stevenciana de que la voz que es grande dentro de nosotros se levante para responder a la voz de Walt Whitman o a los cientos de voces que inventó Shakespeare.
A mis alumnos y a los lectores que nunca conoceré sigo insistiéndole en que cultiven la sublimidad: que se enfrenten solo a los escritores que son capaces de darte la sensación de que siempre hay algo más a punto de aparecer”.
A través de las citas y las reflexiones que las mismas pueden desatar en los escritores y en los lectores, podemos acercar las posiciones de los dos estadounidenses acerca de cómo escribimos y para quiénes escribimos. Partimos de nosotros mismos pero no para realizar un movimiento autista, sino por una necesidad visceral de escribir. Y luego queda lo narrado para que encuentre un lector. No sabemos cuando escribimos (ni pensamos en ello) qué clase de lector será. Lo cierto es que uno, el escritor, al crear una obra literaria, una vez concluida y agotado el esfuerzo realizado durante su trabajo, se desprende de la obra y la misma echa a rodar hasta que encuentre un lector. Muchas veces pude dormir en los anaqueles de una librería, en los estantes de un quiosco. Pero siempre hay un ser ignorado que abre el libro, si es adicto olfatea el olor a papel y tinta, y se sumerge en la lectura. Entonces el ciclo de la creación literaria se completa y se puede ampliar, si ese lector en su imaginación, recrea la historia que le ha contado el escritor.
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