viernes, 19 de agosto de 2011

LA PALABRA QUE FUNDA
Escribe Carlos Sforza*
Es conocida la afirmación del poeta alemán Friedrich Hölderlin en los versos finales de su poema “Andenken” cuando dice que lo que perdura “lo fundan los poetas”. Y fue el filósofo alemán Heidegger quien hablando sobre el poeta citado al comienzo, expresó y en cierta forma popularizó la afirmación. Heidegger escribió que “Lo que existe, los poetas lo fundan” y que “la poesía es la fundación del ser por la palabra”. En su libro “Carta sobre el humanismo” el filósofo alemán escribió: “El lenguaje es la misma mansión del ser. En su abrigo habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de este abrigo. Su guarda es el cumplimiento de la revelabilidad del Ser, en tanto que por su decir, hacen acceder al lenguaje esa revelabilidad, y la conservan en el lenguaje” (p.25).
Tenemos que pensar que la poesía, en sus comienzos, no hacía distinción de la forma. Fuera en verso o en prosa, era la palabra poética la que se expresaba.
Es sabido que los filósofos a lo largo de la historia se han ocupado del valor de la palabra. Aristóteles lo hizo 300 años antes de Cristo en su “Poética y también en su “Retórica”. Es por demás conocida la afirmación que hace en el primer libro citado: la poesía es más filosófica y doctrinal que la Historia” y lo es, “porque el poeta expresa principalmente lo universal, y el historiador, lo particular y relativo, de donde resulta que la poesía viene a ser ago más filosófica y grave que la Historia, porque representa no lo que es sino lo que debe ser” (III, 7).
Hegel, por su parte, sostenía que “La poesía ha sido y es maestra de la Humanidad, y su influencia es la más general y la más extendida”.
De todas maneras y afirmado lo dicho por pensadores, estamos ante la palabra y su expresión a través de las creaciones de los que la dicen como poetas en sentido general y en las diversas formas y expresiones en las que se ha divido en géneros conforme a los tiempos y a los cánones que rigen en cada momento en que se produce la eclosión de la palabra.
Sucede que en la poesía expresada a través de los versos, lo que se capta no lo hacemos fijándonos en el tema sino en la presentación del mismo; a la forma. Lo que muchas veces he reiterado, citando a Faulkner, que lo que importa no es lo que se dice sino cómo se lo dice. Hay una simbiosis, una adecuación primera del motivo con la forma para poder ofrecer una obra literaria que sea tal y, a la vez, para atribuirle la cualidad de que sea fundante del ser. Y también casa del hombre desamparado en medio de un ambiente que puede ser hostil o no, pero en el que habita el creador.
El filósofo alemán Johannes Pfeiffer en su libro “La poesía”, al hablar del temple de ánimo que es una de las característica principales que exige la poesía, sostiene que: “Porque revela, ilumina y hace patente el temple de ánimo es verdadero; y por serlo –sólo por serlo- puede la poesía, poetizadota de los temples de ánimo humanos, poseer algo así como una verdad interior. Eso que en la trama de nuestra existencia no son sino chispazos sueltos ocurre en la poesía con reconcentrada receptividad y concentrada expresividad: la atemperada revelación de nuestro ser más auténtico.” Y ante las diversas expresiones que los creadores dan a sus obras, tratando un mismo motivo o tema, agrega que “El que un paisaje de luna se presente en tal o cual forma y coloración; el que una fuente o el otoño se nos ofrezcan así o de otro modo, todo eso está decidido de antemano por el temple de ánimo que los alumbra en cada caso” (pp. 54/55).
Es claro que, pese a lo que muchos creen, la palabra fundante del ser, la palabra poética en su aspecto general no cambia el mundo por su sola presencia. Pero contribuye a reformarlo. Lenta, pausadamente, la palabra penetra en los corazones y en las mentes de los que la reciben, y allí hace su trabajo. Trabajo silencioso, apartado quizá del oropel y del ruido del mundo, muchas veces palabra descarnada; otras, palabra cagada de imágenes, con metáforas y comparaciones; pero siempre con la impronta de ser una verdadera creación literaria, que socava y hace gozar, hace pensar, cambia como que es reveladora, a quien la recibe. Y así, poco a poco se adentra en el mundo y produce aquella fundación del ser de la que hablaba Hölderlin.


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