sábado, 13 de agosto de 2011

EL ESCRITOR Y LA REALIDAD
Escribe Carlos Sforza*
Desde remotas épocas los narradores, los primeros que lo hacían oralmente y los posteriores que recurren a la literatura (es decir a lo escrito), partieron muchas veces de la realidad para crear sus relatos. Ha habido (y hay) en la literatura una corriente que se ha llamado simplemente realismo y que tiene diversas vertientes. Se habla de un realismo naturalista, de un realismo mágico y otras muchas clasificaciones que con sutiles diferencias marcan la presencia de la realidad en las ficciones.
Cada escritor tiene una forma propia de acercarse a la realidad. Algunos buscan mostrar una fotografía de ella. Otros por el contrario, tratan de presentarla no como es sino como debiera ser. También están los que parten de ella y le dan una impronta propia, que si bien tiene por base la realidad esa realidad está transformada por la imaginación, por la visión, por el tratamiento que le da el escritor.
Mario Benedetti en la primera nota de su libro “Literatura uruguaya siglo XX” escribió que “(…) Hay que borrar y empezar de nuevo, hay que repasar y repensar el panorama interno, la estructura de los propios principios, porque éstos, en ciertos casos, pueden responder a una realidad que no es la que ahora viene de la calle.” Y agregaba: “Ese reajuste puede desconcertar al creador, a veces por atracción y a veces por rechazo, y en medio de tal desconcierto, el artista puede olvidarse de que es creador, es decir, alguien que debe reelaborar su realidad, dar su propia versión creadora de los sucesos externos. De lo contrario, corre el riesgo de transformarse en un mero registrador de noticias, en un inocuo grabador de ruidos.” (p. 26).
Hay escritores que son más realistas que otros. Hay escritores, asimismo, que eluden parte de la realidad (aunque algo siempre subyace en su inconsciente y se plasma en su escritura) y buscan cauces que llegan hasta la fantaciencia o ciencia ficción. Pero en todo caso, los unos y los otros, deben tener la condición esencial de ser escritor, para así, desde sus diversas perspectivas, encarar lo que debe ser una obra literaria.
El poeta, cuentista y ensayista uruguayo, en esa misma nota, hace algunas sencillas, no por sabidas siempre necesarias para tener en cuenta, acotaciones sobre cómo deben encararse los temas en la escritura. Dice: “Cuento realista o cuento fantástico, ambos deben cumplir en primer término con las exigencias del género literario al que pertenecen. Drama militante o comedia, antes que militancia o costumbrismo, deben funcionar como el teatro que dicen ser. (…) No alcanza con el realismo o la fantasía, con la militancia o el costumbrismo con el arraigo o con la evasión, para asegurar la calidad literaria, el nivel artístico de una obra.” (p. 27). Hace algunas esenciales disquisiciones sobre la confusión del tema con el ámbito y así afirma que “Desde el punto de vista del oficiante literario el narrador debe encontrar el tema para desarrollarlo en un ámbito determinado. Un tema de celos, de angustia o de crueldad tanto puede desarrollarse en una estancia como en un conventillo; o sea, que en el famoso aquí caben todos los grandes temas de la literatura universal.” (p.28)
Ello, claro, da por tierra con el preconcepto que tienen algunos que sostienen que la gran literatura se desarrolla en los grandes centros urbanos, en las ciudades convertidas en megalópolis. Muchas veces he tratado el tema y lo he debatido con aquellos que mantienen una postura intransigente sobre la necesidad de situar el ámbito siempre en los centros urbanos y sobre todo, en los de mayor población.
Los ejemplos de excelentes obras literarias que tienen por ámbito centros acotados de población, a veces lugares desérticos, otras veces pequeños suburbios de pueblos también pequeños, o simplemente el ámbito de una casa que no tiene situación geográfica determinada ni se sabe de otras linderas o si está sola en medio del campo o del desierto, sirven para que el escritor logre crear una obra literaria con valor intrínseco como tal.
El destacado crítico uruguayo Alberto Zum Felde en su libro “La narrativa en Hispanoamérica” sostenía que ha habido en la narrativa una evolución, por otra parte lógica. “En el plano de la realización literaria, -escribe- aquello que constituye el carácter propio y distintivo de esta evolución es la alteración del orden tempo-espacial, que pasa del euclidiano, objetivo, racional, a otro, subjetivo, supra o infra-racional, determinado por la vida interna de la conciencia, en la cual, a su vez, el subconsciente va cobrando una presencia imperiosa.” Y enseguida afirma que “No es que el mundo de la novelística actual –la más característica de este tiempo- sea menos real que el otro, el del realismo objetivo, sino que lo es de otra manera, acaso más profundamente real” y en lo formal, sostiene que “Sin un afilado y duro instrumento intelectual no se puede trabajar literariamente esa materia. De ahí las grandes invenciones técnicas que también caracterizan a los novelistas de este siglo (XX), de Proust en adelante. La narración simple, lineal, no responde; la composición se vuelve complicada, a veces laberíntica.” (p.27).
Es interesante conocer estas opiniones que ilustran e iluminan la creación literaria. Acerca del tema de los personajes y su identificación con las ideas del autor, se sabe que es uno de los errores más comunes en los que suelen incurrir los lectores. Salvo, por supuesto, cuando el escritor quiere imponer a través de su obra sus ideas o las ideas de una ideología. Pero ahí no estamos ante una verdadera obra literaria sino ante un escrito panfletario que quiere hacer militancia a través de una seudo literatura. Algo de esto refiere en su libro mencionado Zum Felde. Así dice: “El verdadero retrato del personaje, dentro de la técnica novelística, debe estar dado en su actuación misma en el relato, y no en lo que el autor opine de él, conceptuándolo; el personaje debe manifestarse él mismo al lector y no esperar que el autor lo explique en una apologética que no responde a los hechos novelados.” (p.115).
El artista, el escritor, debe llegar con humildad a trabajar su obra de arte. Aquí me viene a la memoria lo que escribiera hace varios años Stanislas Fumet: “lo que el artista hace es inclinarse ante la esencia del arte, mas no someterse ciega y sistemáticamente a convenciones que se llaman reglas.” Es decir que se debe tener la suficiente libertad de moverse dentro del arte, dentro de la escritura, teniendo presente ciertas reglas, pero no estar esclavizados por ellas. De lo contraria estaríamos forjando un arte que se constriñe solamente a cumplir reglas y no debemos por otra parte, olvidarnos que las reglas no deben tomarse como fin, según sostenía el autor de “El proceso del arte” sino gozar de la auténtica, insoslayable libertad que tiene cada artista, cada escritor, para crear su obra.
Es así como por necesidad el escritor busca con su imaginación los temas y las situaciones y arma una estructura narrativa para dar cabida y carnadura adecuada a lo que quiere expresar a través de la a veces indócil palabra. El filósofo francés, Jacques Maritain que escribió excelentes páginas sobre la poesía y el arte, hablaba de la intuición creadora. Y al respecto, y como cierre de esta nota, transcribo lo que él sostenía al afirmar que la intuición creadora es un don, “(…) Y ese don está presente acaso en todo hombre que se siente inclinado a trabajar en el arte por una necesidad interior (…) A veces ocurre que en los grande artistas la intuición creadora obra en las tinieblas y en una agonía desesperada. Entonces pueden pensar lo que Pascal sintió respecto a otra clase de gracia (…): Consuélate; no me buscarías si no me hubieras encontrado”.

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