jueves, 24 de febrero de 2011

LA ESCRITURA Y LOS LECTORES
Escribe Carlos Sforza*
Es indudable que toda escritura no es sólo un movimiento solipsista, sino es la expresión de quien la realiza y tiene, a la postre, un probable receptor: el lector.
Borges decía que él era fundamentalmente un lector. Claro que el Borges lector incansable, ha sido sobrepasado por el Borges escritor en cuanto a lo que ha contribuido para acrecentar la literatura universal.
El escritor normalmente no escribe para un lector modelo o ideal. Lo hace sencillamente porque, como queda dicho, necesita expresarse. Esa necesidad no piensa en el posible receptor de lo escrito, sino que lo trasciende y llega (o al menor puede llegar) a la comunidad de los lectores. Umberto Eco escribió que “cuando un texto se produce no para un único destinatario sino para una comunidad de lectores, el autor sabe que será interpretado no según sus intenciones, sino según una compleja estrategia de interacciones que también implica a los lectores, así como a su competencia en la lengua en cuanto patrimonio social”.
Una vez que una narración ficcional, un poema, están escritos y se dan a conocer a través del soporte libro, serán los lectores comunes quienes podrán gozar o no con esa escritura. Y de allí en más, serán ellos los que completen el circuito de la obra literaria, muchas veces con su imaginación, ampliándola.
Ricardo Piglia en su libro “El último lector” sostiene que cuando se interroga sobre qué es un lector, se está ante la pregunta de la literatura. “Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta –pata beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales- es un relato: inquietante, singular y siempre distinto”.
Es evidente que antes que el lector está el escritor. El que imagina mundos y crea ficciones o poemas que nacen de su interior y los expresa para que haya alguien que pueda llegar a ellos. Ese alguien es el lector. Yo siempre he sostenido que el narrador, el creador de ficciones, recurre a su imaginación (supuesto el don que tiene de ser escritor) para mostrar a través de la escritura, sus relatos sea con cuentos, novelas, fábulas u otras formas expresivas. En “Seis propuestas para el nuevo milenio”, Italo Calvino afirmaba: “Pero hay otra definición en la que me reconozco plenamente, y es la imaginación como repertorio de lo potencial, de lo hipotético, de lo que no es, no ha sido ni tal vez será, pero que hubiera podido ser” (p. 97).
Nosotros, como escritores, podemos pensar después de haber escrito una obra, en los lectores imaginarios que accederán a ella. Pero, una vez liberada la creación a través del libro, corre toda una aventura en busca de esos lectores imaginarios. Sucede muchas veces que quien accede a un libro es una persona que nunca imaginamos. Es un lector ignorado que en un rincón cualquiera del planeta, posó sus ojos sobre nuestra escritura y leyó nuestras creaciones.
A los escritores nos ha pasado más de una vez que, en momentos inesperados, alguien se nos acerque y nos hable de un relato, una novela, un poema de nuestra autoría, que ha leído, y nos comente sobre él.
Esos lectores, imaginados muchas veces por el escritor, son los anónimos que han recibido nuestro mensaje. No hemos escrito para ellos expresamente, sino para la comunidad de lectores. Y esos anónimos son los que nos deparan, al encontrarnos casualmente con ellos, las grandes satisfacciones cuando nos hablan de un libro de nuestra autoría o nos expresan su recuerdo gozoso sobre un cuento que a ellos los impactó de una u otra forma.
PREGUNTA
Siempre he pensado en una pregunta que la he formulado muchas veces y que hoy la reitero a quienes leen esta nota. Es la siguiente: ¿Una obra de arte, en este caso un libro, existe si no tiene un receptor, un lector que la reciba?
No hablo de la parte concreta de esa obra, de su apoyatura. Hablo de lo que desea transmitir el artista que la creó.
Pensemos en una obra de arte perdida en una isla remota o en el fondo del mar, a la que nadie tuvo ni tiene posibilidad de acceder. ¿Existe como obra de arte o no? Es decir, como una creación que debe ser compartida por otro u otros…
Pienso que existe como creación del artista. Pero como una entrega para que otro la comparta no existe. Es como si no hubiera sido creada nunca. Carece de entidad como comunicación para que el posible lector (hablo en concreto del libro) sea el receptor y complete el periplo que tiene toda creación que es una expresión del autor y, a la vez, busca comunicarse y completarse con el lector.
Sin dudas este tema da tela para cortar mucho. Pero es una realidad que se plantea, quizá más teóricamente que realmente, y que busca analizar la función o misión que el libro cumple en el circuito de la cultura. Se podría decir, simplificando la cosa: libro no leído no existe como tal pues carece del término de su circuito: el lector.
Diría que el lector es una parte indispensable en la existencia del libro. Es ese hombre, esa mujer, ese homo sapiens que puede leer y hacerse partícipe, cómplice de la lectura y lograr que las distancias, las diferencias entre la realidad cotidiana y la de la ficción se confundan y sean una.
Para eso, el libro es un elemento necesario, imprescindible. El libro que como ha escrito Piglia, se lee con el ritmo especial de un viaje en tren; o en una estación; o en la soledad de una gruta; o en el Mato Grosso como me dijo un mochilero que había leído uno de mis libros. O, también, como relataba Borges, en la inconmensurable biblioteca total, donde cada libro es un centinela que espera la voz de mando para abrirse y dar las nuevas a quien se acerca a sus páginas.
*Blog del autor: www.hablaelconde.com.ar

1 comentario:

  1. Es un tema discutible este de la obra de arte como tal sin un receptor. En mi opinión existe por sí misma, pero es indudable que el circuito se cierra, se completa, con aquel que la recibe, en esa relación dialéctica a la que se ha referido en otras notas el Conde. Así mismo considero que en esa misma relación, autor-receptor, la obra se resignifica con cada nuevo encuentro. Es, en cierta medida, inagotable el diálogo que se produce entonces, que trasciende fronteras, tanto espaciales como temporales. Empecemos entonces el viaje, sabrá el destino adonde lleguemos...

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