domingo, 13 de marzo de 2011

¿ES EL ARTE UNA MERCANCÍA?
Escribe Carlos Sforza*
Vivimos tiempos difíciles. Lo son así, puesto que la misma aceleración de la historia de que en el siglo pasado hablaba Peguy, lleva a ese ritmo que dificulta la marcha. Es decir, la propia vida.
Hoy asistimos en el mundo globalizado, a una carrera desbocada por lograr un buen negocio. Es como si todo estuviera comercializado. Todo tiene un precio y de ahí en más, vemos que muchos hombres se convierten no sólo en lobos del hombre, sino en traidores a los principios que alguna vez dijeron que los guiaban en su quehacer mundanal.
Todo parece que tiene un precio. Se advierte en las distintas actividades en las que se implica el accionar humano. Hay políticos que se transversalizan para sacar un provecho en su favor. Los hay que nunca tuvieron principios ni convicciones firmes, y trasbordan de un partido, de una ideología, a otra. Hay comunicadores que no hesitan en cambiar su pensamiento en aras de obtener un beneficio. Hay artistas que se venden al mejor postor. Hay gremialistas que en vez de defender a los agremiados, lucran y tranzan en provecho propio o de su familia. Hay profesionales que se olvidan de su juramento y convierten la profesión en un comercio.
También hay políticos, comunicadores, artistas, gremialistas y profesionales que se mantienen firmes en sus principios y, pese a los cantos de sirena, no claudican nunca.
En el caso concreto de los escritores, incluidos en el rubro de los artistas, tenemos casos de trepadores que buscan muchas veces el amparo del poder para lograr sus objetivos. Los hay que no trepidan en dejar de lado su libertad de pensamiento para defender una ideología que mandan los jerarcas de turno. Hay, también, los que buscan la popularidad y venden sus escritos convirtiéndose en simples escribas mercenarios.
El arte, la escritura no tiene precio. Hay libros que dentro de un período corto de tiempo serán olvidados y sus autores ignorados, que en el mercado cotizan a precios altos (o altísimos). Muchos de ellos, si no la mayoría, es pura basura. Hay excelentes obras literarias que carecen de venta, que se ignoran por la crítica interesada en otros negocios, y que no llegan a las grandes editoriales que se manejan con la ley del mercado. De allí que hoy, con el aumento de la población mundial y, obviamente de quienes dentro de esa población escribe, se multiplique las ideas para poder entrar en el circuito cultural de la literatura y establecer la relación fundamental del libro que llega a un lector.
Se crean cooperativas, se buscan otros soportes como es la pantalla de la computadora, se realizan reuniones grupales para dar a conocer lo que se escribe. En suma, se trata de mantener viva la llama de la escritura a través de esos módicos elementos de que la mayoría de quienes escriben tienen a su alcance.
Heinrich Böll sostenía en un artículo, que la calidad del arte nunca depende del precio que se le ponga. Afirmaba que “el arte se expone desde luego, y se ofrece: una novela por el mismo precio que una entrada al cine; un cuadro por lo que cuesta un buen almuerzo entre gentes de negocios. Estas cosas se hallan en el mercado pero el arte todavía no es una mercancía, ni puede convertirse en tal, mientras el que le da vida no se convierta en traidor a sí mismo y facilite su zona secreta a los inquisidores de mercados.”
El arte, la literatura, no vale entonces, por el precio de venta que tenga el libro. Vale por lo que él mismo es. Si es buena o mala literatura. No podemos hablar de otra manera. También podemos decir que una obra de arte, que el artista regala, que carece de precio de venta y de compra, será valiosa si es verdadera obra de arte. Y valdrá, no en dinero sino en sí misma, por lo que valga en cuanto es una buena o es una mala obra de arte.
Se dirá que el artista, el escritor, tiene que comer. Los pragmáticos siempre lo han sostenido. Pero no sólo de pan vive el hombre como está escrito en la Biblia. Y la mayoría de los escritores no vive de lo que publican en formato de libro. Muchos de ellos se han nutrido en la faz económica, ejerciendo los más disímiles trabajos.
En nuestro país, muchos de los escritores han ejercido el periodismo y algunos han sido eximios en su labor como periodistas y como escritores, Tal el caso de Roberto Arlt, de Alberto Gerchunoff, de Manuel Mujica Láinez, de Eduardo Mallea, para citar unos pocos de los muchos que quedan en el tintero.
Hay quienes intentaron otras vías para poder vivir, como lo hizo Horacio Quiroga con sus emprendimientos fallidos en Misiones. Hay quienes fueron sencillos empleados públicos como Juan L. Ortiz. No pocos vivieron (y viven) de sus trabajos como docentes en universidades, escuelas superiores o sencillamente en la escuela primaria o secundaria.
Sin dudas, los auténticos escritores no se mercantilizan porque por encima de ello está su férrea voluntad al servicio de una unívoca vocación.
Son los que a la postre valorizan con sus obras la literatura. No por el precio o las ganancias que le proporciona, sino por la certeza de que están creando algo que vale por sí mismo más que cualquier precio que el mercado pretenda ponerle.
Entonces, a la pregunta que plantea el título de esta nota, respondo que el arte no es una mercancía Trasciende cualquier valoración económica para transformarse en un valor único por sí mismo. Por lo que cada obra, encierra como una creación irrepetible y, a la vez, trascendente por su valor como obra de arte.
Hablando de un poeta, Mario Benedetti afirmaba que “la verdadera justificación reside en la sensibilidad y el talento del poeta.” Es decir en lo que los versos que ese poeta crea, sean buena literatura. Ese es el único valor que cuenta al hablar de una obra de arte. Lo reitero: es buena o mala literatura. Lo demás, es puro cuento como dice el tango.

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