lunes, 17 de enero de 2011

LAS APOSTILLAS DE UMBERTO ECO
Escribe Carlos Sforza*
Después de haber publicado su novela “El nombre de la rosa”, el escritor italiano Umberto Eco escribió en la revista Alfabeto en 1983, su “Apostillas a El nombre de la rosa”. Posteriormente este breve estudio sobre la gestación y escritura de la novela, fue publicado en forma de libro. He releído esta obra que poseo en su traducción al español por Ricardo Pochtar, de Ediciones de la Flor, del año 1987.
Es sumamente interesante leerlo puesto que en esta breve obra de 84 páginas, Eco relata como fue gestada y sobre todo, lo que él, que es un semiólogo notable, piensa desde su perspectiva de novelista sobre la novela en general y “El nombre de la rosa” en particular. Y, obviamente, para quienes transitamos por la creación de obras de ficción, los aportes de un colega de la talla de Umberto Eco nos resultan de mucho interés.
LA INSPIRACIÓN
Siempre he sostenido que no creo en la inspiración sino en la imaginación para crear ficciones. Ese rapto de inspiración del que algunos suelen hablarnos, para mí y por mi experiencia, no existe. Eco opina lo mismo. Expresa textualmente: “Miente el autor cuando dice que ha trabajado llevado por el rapto de la inspiración.(…) Cuando el escritor (o el artista en general) dice que ha trabajado sin pensar en las reglas del proceso, sólo quiere decir que al trabajar no era consciente de su conocimiento de dichas reglas. Aunque sería incapaz de escribir la gramática de su lengua materna, el niño la habla a la perfección. Pero el conocimiento de las reglas no es privativo del gramático: el niño las conoce muy bien, aunque no sepa que las conoce. El gramático sólo es aquel que sabe por qué y cómo el niño conoce la lengua”.
Precisamente el creador de ficciones no procede por un impulso irresistible que lo lleva a escribir, poseído por el famoso rapto de la inspiración. No. El creador de ficciones pone en juego su imaginación y escribe, quizá páginas y páginas sin detenerse, movido precisamente por la necesidad de expresar lo que quiere contar, lo que desea narrar para que alguien, el lector potencial, pueda luego sumergirse en sus historias para gozarlas o rechazarlas si no están bien contadas. Eco diferencia el hecho de que el escritor pueda luego contar como ha hecho su obra y otra es el probar que se ha escrito bien. Y cita a Poe cuando el autor de “El gato negro” decía que “una cosa es el efecto de la obra, y otra el conocimiento del proceso”.
De allí que la imaginación juegue un papel decisivo en la confección de una novela. Pues en cada escritor existe un creador que reescribe libros ya anteriormente escritos. Con una impronta propia, con un estilo (para decirlo de alguna manera) propio. Hay, como sostiene el autor de “El nombre de la rosa”, un eco de intertextualidad en cada nuevo libro que se crea. Afirma, en consecuencia, que “Así volví a descubrir lo que los escritores siempre han sabido (y que tantas veces nos han dicho): los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado. Lo sabía Homero, lo sabía Ariosto, para no hablar de Rabelais o de Cervantes”. Y agrega más adelante: “Descubrí, pues, que una novela no tiene nada que ver, en principio con las palabras. Escribir una novela es una tarea cosmológica, como la que se cuenta en el Génesis (Ya decía Woody Allen que los modelos hay que saber elegirlos)”.
LO COSMOLÓGICO
Cada novela es un mundo. De allí el sentido y carácter cosmológico que tiene. “La cuestión es construir el mundo, las palabras vendrán casi por sí solas” dice Eco. Y para construir ese mundo se necesita mucha imaginación. Imaginación que estará al servicio del mundo que se desea crear. Al fin, el fabulador es un creador, un hacedor. Es claro que no todo es moverse discrecionalmente, sin límites, porque el resultado sería un caos. Umberto Eco afirma que “Para poder inventar libremente hay que ponerse límites. (…) En narrativa los límites proceden del mundo subyacente. Y esto no tiene nada que ver con el realismo (aunque explique también el realismo). Puede construirse un mundo totalmente irreal, donde los asnos vuelen y las princesas resuciten con un beso. Pero ese mundo puramente posible e irreal debe existir según unas estructuras previamente definidas”. Y para ello es de suma importancia e insoslayable, que la historia que se cuenta sea verosímil para el receptor, es decir, para quien se convierte en lector u oyente de la historia. Y allí entra en juego la calidad del escritor. Que debe saber contar de tal forma que lo irreal, lo fabuloso, sea verosímil y atrape la atención de quien recibe lo que se le narra.
EL DIÁLOGO
En su “Apostillas…”, el escritor piamontés hace referencia expresa al planteo que se hizo al escribir su novela: el diálogo. Dice que las conversaciones a él le planteaban muchas dificultades y las resolvió escribiendo. El diálogo que parece una cosa sencilla, no lo es tanto al momento de escribir. De allí que mucha novelas carezcan prácticamente de diálogos o sean avaras en el uso de ellos.
Hugo Wast decía que “Nada es más viviente que el diálogo y nada más difícil de transportar a las páginas inmóviles de un libro”. Y también sostenía que “El diálogo pone ante nuestros ojos varios tipos a la vez, y los pintas mejor que una larga descripción, porque nos muestra sus almas, si está conducido por las manos de un artista”.
Eco afirma que los artificios de que se vale el narrador para ceder la palabra a los distintos personajes, “es un tema poco tratado en las teorías de la narrativa”. Y es verdad que el tema es de tener muy en cuenta a la hora de ponerse a crear una novela. Porque los diálogos bien ubicados en la estructura novelesca, dan un sabor muy especial a la narración.
DIVERSIÓN, INTRIGA, AMENIDAD
Al escribir “El nombre de la rosa” Eco dice que quería que el lector se divirtiese. Aclara que divertir no significa “desviar de los problemas”. Y a la postre, la novela que divierte, hace que el lector aprenda. Afirma que “Unas poéticas de la narratividad sostienen que el lector aprende algo sobre el mundo; otras que aprende algo sobre el lenguaje. Pero siempre aprende”.
Para ello retoma las controversias planteadas desde 1965 a la fecha de su “Apostillas…” y lo que la llamada posmodernidad aportó en su momento. Se volvió a la intriga en la novela y a ello se le sumó la amenidad. Y con no poca ironía sostiene que el significado de la posmodernidad retrocedió en el tiempo, aplicándoselo a escritores anteriores y “como sigue deslizándose, la categoría de lo posmoderno no tardará a llegar hasta Homero”.
Ante lo que llama el chantaje del pasado y la destrucción de ese pasado pretendida por cierta vanguardia, Eco dice que “La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse –su destrucción conduce al silencio-, lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con ironía, sin ingenuidad”. Y para ilustrarlo nos dice: “Véase lo que sucede con Joyce. El Retrato es la historia de un intento moderno. Dublinenses, pese a ser anterior, es más moderno que el Retrato. Ulises está en el límite. Finnegans Wake ya es posmoderno, o al menos inaugura el discurso posmoderno; para ser comprendido, exige, no la negación de lo ya dicho, sino su relectura irónica”.
En esta relectura de “Apostillas a El nombre de la rosa”. Umberto Eco me ha deparado un momento de placer y, a la vez, me ha hecho reflexionar sobre lo que muchas veces he vivido, y es el hecho de saber, conocer, sentir lo que es ser un escritor de novelas.

1 comentario:

  1. Lúcido comentario el del Conde sobre Eco, como sencillas y claras las reflexiones del autor mencionado sobre la creación artística. Entonces me surge una duda, el disfrute de la obra, ya desde el lado del receptor, ¿depende de la imaginación de éste?
    Mientras encuentro una respuesta seguiré gozando con la imaginación de los artistas, que se me hace propia en el momento sublime del diálogo que entablamos. Por ustedes y por nosotros, sigan creando!

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