miércoles, 26 de enero de 2011

LA NOVELA POLICIAL
Escribe Carlos Sforza*
Siempre he sido un consecuente lector de la novela y el cuento policiales. Desde mi adolescencia, como lo he registrado en otras ocasiones, fui un verdadero “consumidor” de novelas policiales. Es claro que no existían entre nosotros los medios audiovisuales (salvo el cinematógrafo) y, junto a los relatos policiales, las tiras de historias ilustradas en los diarios de entonces y las revistas también ilustradas, nutrían las apetencias juveniles.
Mi iniciación en las novelas policiales fue a través de las historias de Sir Arthur Conan Doyle con el detective privado Sherlock Holmes y su fiel ayudante el Dr. Watson, eran leídas con inusitado interés y placer.
El TIPO DE NOVELA PREFERIDO
Para mi gusto, quizá porque me inicié con la novela inglesa (traducida, claro), el tipo de novela policial que me ha apasionado es el de la deducción, el análisis, seguidos por la acción. Ello significa que prefiero el personaje central del tipo de Auguste Dupin, la inolvidable creación de Edgar Allan Poe, a la novela denominada “negra” donde los investigadores, privados o de la policía y los criminales hacen gala excesiva de la fuerza, el maltrato, las trompadas y el uso indiscriminado de ametralladoras.
Recordemos que Poe puso a Dupin como el gran razonador en sus relatos policiales “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt” y “La carta robada”.
Conan Doyle toma a un Sherlock Holmes misántropo, con cierta adicción a la morfina, con descansos en la música de su violín, con sus caracterizaciones para encontrar a los asesinos (como en “El sabueso de los Baskerville”), y ese personaje que utiliza la observación y la deducción para resolver los casos que se le presentan, deambula por los relatos del autor inglés y es un verdadero gozo leer sus aventuras.
Más cercano a nosotros, Gilbert Keith Chesterton, otro autor inglés, nos pone en escena al Padre Brown, un sacerdote insignificante en su aspecto pero con una mente brillante. Y los cuentos de Chesterton son un deleite para quien ama el relato policial. Jorge Luis Borges escribió en la revista SUR en julio de 1936 que “Chesterton, en las diversas narraciones que integran la Saga del Padre Brown y las de Gabriel Gale el poeta y las del Hombre Que Sabía Demasiado (…) presenta un misterio, propone una aclaración sobrenatural y la reemplaza luego, sin perdida, con otra de este mundo. Sus diálogos, su modo narrativo, su definición de los personajes y los lugares, son excelentes”. Efectivamente, los relatos policiales de G. K. Chesterton son un compendio de perfección en cuanto a las características de los personajes, a la ambientación de las secuencia narrativas y a la descripción de los ambientes.
A estos autores podríamos agregarle los nombres de Agatha Christie y su detective Hércules Poirot y Miss Marple, en novelas como “Asesinato en el Orient Express”
y “Muerte en el Nilo” y de Georges Simenon creador del inolvidable inspector Maigret protagonista de obras como “El crimen del inspector Maigret”, “El testamento de Donadieu” y “Maigret y el vendedor de vinos” entre otros.
EN LA ARGENTINA
En nuestro país hay una tradición de relatos policiales, muchas veces ignorados u olvidados por los lectores. Recordemos que el propio Jorge Luis Borges junto a su amigo Adolfo Bioy Casares son los creadores de un personaje llevado al libro y que desde su lugar, sin moverse, descubre y desenreda intricados problemas policiales. Se trata de don Isidro Parodi creado por la imaginación trabajando en conjunto de los dos escritores mencionados que firmaron los relatos como H. Bustos Domecq, tal el caso de “Seis problemas para don Isidro Parodi” o “Un modelo para la muerte” firmado con el seudónimo de B. Suárez Linch. No podemos olvidar que ambos escritores crearon en 1945 en EMECÉ la colección “El séptimo círculo” en la que seleccionaron y publicaron una serie de grandes novelas policiales de autores de diferentes nacionalidades. Comenzó esa recordada y valiosa colección con la novela de Nicholas Blake, “La bestia debe morir”. El nombre del autor es el seudónimo del poeta inglés Cecil Day Lewis y sobre este autor de novelas policiales escribió Howard Haycraft que “Es de los pocos escritores que concilian la excelencia literaria con el arte de urdir misterios perfectos. Trátase de un maestro del género policial”. Gracias a esa recordada colección creada por Borges y Bioy Casares pudimos acceder a obras, entre otros, de James M. Cain con “El cartero llama dos veces”, John Dickson Carr con “Hasta que la muerte nos separe”, Vera Caspary con “Laura”, Patrick Quentin con “Enigma para actores”.
También es imprescindible citar a Leonardo Castellani, prolífico autor de ensayos filosóficos y teológicos, de novelas y, a ello debemos sumarle las fábulas y, lo que hace a esta nota, los relatos policiales. Y en estos últimos la creación del personaje central: el padre Metri. El propio Castellani en una entrevista sostiene que ese personaje está inspirado en el padre Brown de Chesterton. Y agrega: “Ahora, del padre Metri yo inventé muchos cuentos y otros son verídicos, contados por mi tío Félix cuando yo era chico. Porque el padre Metri es una cosa histórica, existió. Se llamaba Hermete Constanzi y lo empezaron a llamar Metri como su fuera Demetrio”
Otro de los autores de relatos policiales de calidad, poco difundido entre nosotros, es Adolfo Pérez Zelaschi uno de nuestros excelentes autores policiales, creador del policía jubilado Leoni, protagonista de innumerables relatos del autor argentino. Su libro “Con arcos y ballestas” es una prueba de su calidad y de la labor de Leoni para resolver problemas criminales. Aparte de ese hermoso libro, Pérez Zelaschi, entre otras obras, publicó “El caso de la muerte que telefonea”, “Divertimento para revólver y piano”, “Mis mejores cuentos policiales”. Fue Miembro de la Academia Argentina de Letras y recibió las más altas distinciones nacionales y el premio de Plaza y Janés por su novela “Nicolasito”.
Los relatos policiales, cuando tienen calidad, son una lectura que atrapa, apasiona y
hace gozar al lector. De allí, quizá, nazca también y en gran medida, mi adicción por ellos.

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