miércoles, 4 de agosto de 2010

EL FUTURO DEL LIBRO FRENTE A LA CIBERNÉTICA
Escribe Carlos Sforza*
Cada tanto en medio del vertiginoso mundo en el que vivimos, surgen voces autorizadas que hablan del futuro del libro impreso como lo disfrutamos hoy frente a los avances de la tecnología.
Precisamente acaba de salir editado por Lumen un libro que recoge el análisis que sobre el tema hicieron el escritor, semiólogo y docente Umberto Eco y el guionista (conocido por muchas películas dirigidas por Buñuel) Jean-Claude Carrière. El diálogo mantenido por ambos fue recopilado por el periodista Jean-Philippe de Tonac y publicado como queda dicho.
En la revista ADN CULTURA La Nación del 3l de julio de 2010, se nos ha dado un anticipo de lo que, sin dudas, es un sabroso y esperanzado diálogo entre el escritor y el guionista, con breves intervenciones del compilador.
EL TEMA
Es evidente que el planteo del tema es actual, discutible y de suma importancia. Actual puesto que asistimos a diferentes formas y versiones a través de la computadora, de libros de diversa índole. Discutible ya que hay quienes sostienen la pervivencia del libro con el formato actual y quienes sostienes su desaparición eliminado por las nuevas tecnologías. Importante puesto que está en juego nada menos que el libro y su futuro. Es decir, si sobrevivirá a las nuevas tecnologías incorporadas por la cibernética o si desaparecerá con una muerte anunciada por algunos.
U. Eco asienta un gran verdad que muchos no han advertido sobre la nueva alfabetización que conlleva la aparición de Internet. Dice el autor de “El nombre de la rosa” que “Con Internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer. Para leer es necesario un soporte. Este soporte no puede ser únicamente el ordenador. ¡Pasémonos dos horas leyendo una novela en el ordenador y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis!” Y agrega: “Además el ordenador depende la electricidad y no te permite leer en la bañera, ni tumbado de costado en la cama. El libro es, a fin de cuentas, un instrumento más flexible”.
LOS SOPORTES DURADEROS
El compilador hizo en medio del diálogo una pregunta pertinente. Ante el interrogante por la caducidad o posible muerte del libro, quiso saber qué se puede pensar de los soportes diseñados para almacenar la información: disquetes, cintas, CD-ROM que ya han quedado atrás.
El cineasta Carrière hace sobre este punto una serie importante de aclaraciones con el aporte de su propia experiencia en el cine. Y al historiar la evolución de los soportes denominados duraderos, concluye que son los más efímeros. Duran poco tiempo y deben ser reemplazados por nuevos soportes que la tecnología va creando y produciendo. Y ello implica nuevas compras de aparatos, nuevos conocimientos sobre su funcionamiento. En suma, lo que hace dos años o poco más, se creía era un soporte para siempre, caduca ante el avance tecnológico. Cosa que, claro, no sucede con el soporte libro.
Con buen tino Carrière cuenta que un amigo, cineasta belga, conserva “dieciocho ordenadores, simplemente para poder ver trabajos antiguos. Lo que quiere decir que no hay nada más efímero que los soportes duraderos”. Como dice Umberto Eco:
“La velocidad con la que la tecnología se renueva nos obliga en efecto, a un ritmo insostenible de reorganización permanente de nuestras costumbres mentales. Cada dos años habría que cambiar de ordenador porque estas máquinas se han concebido exactamente para eso: para que se vuelvan obsoletas al cabo de un período determinado, cuando arreglarlas sale más caro que comprar una nueva”.
EL LIBRO
Sobre el libro, además de su ductilidad para ser transportado, para leerlo, para estar con él a solas, sintiendo el olor a tinta fresca cuando ha aparecido recientemente y lo leemos, o ese sabor a algo añoso cuando los extraemos de un estante de nuestra biblioteca y damos vuelta las páginas y nos encontramos con subrayados, apuntes, impresiones que hemos escrito en los márgenes y que, sin dudas, reflejan nuestros estados de ánimo, nuestros pensamientos en los momentos en los que hicimos los subrayados o las anotaciones, que no son los mismos cuando recorremos las páginas
nuevamente. Han transcurridos meses, años quizá, y el libro nos resulta nuevo y somos otro leyéndolo por quién sabe qué vez…
Umberto Eco dice en el diálogo que “Ante la disyuntiva, hay una sola opción: o el libro sigue siendo el soporte para la lectura o se inventará algo que se parecerá a lo que el libro nunca ha dejando de ser, incluso antes de la invención de la imprenta”. Y a renglón seguido expresa que “Las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función, ni su sintaxis, desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se ha inventado no se puede hacer nada mejor No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. (…) El libro ha superado sus pruebas y no se ve cómo podríamos hacer nada mejor para desempañar esa función. Quizás evolucionen sus componentes, quizás sus páginas dejen de ser de papel. Pero seguirá siendo lo que es”.
Los adelantos de la cibernética son innegables. La información al instante que podemos obtener a través de Internet no se discute. Pero es información y no más. Es comunicación virtual y no más. Pero no es el libro por más que se intenten hacer experiencias on line con los libros. Yo recuerdo que cuando leí el Ulises de Joyce, en dos tomos, me dispuse a hacerlo en un momento determinado, cuando mi espíritu y mi mente estaban dispuestos a ello. Y lo leí de un tirón. Pese a la densidad de ese día en el que Leopold Bloom anda por las calles de Dublín con Stephen Dedalus, el personaje de “Retrato de un artista adolescente”, y en el que las largas páginas finales son el monólogo interior de Molly Bloom, no dejé el libro hasta que llegué al final. Yo me imagino hoy, ante la pantalla de la computadora, leyendo el Ulises. Sería, pienso, una aventura imposible de llevar adelante. Y además de los inconvenientes visuales, conspiraría claramente sobre la lectura y comprensión de la misma. Sólo con el soporte del libro impreso, pude adentrarme en los vericuetos de la novela de Joyce y gozar con su lectura.
De esta manera he comprobado personalmente lo que vale el libro como soporte para la obra literaria. Sin desmerecer otras aportaciones, claro. Pero, hasta hoy e incluyo el mañana, el libro es insustituible. Quizá, como dice Eco, sea porque es una prolongación biológica del ser humano ya que viene de la invención de la escritura. “Podemos considerar la escritura, afirma el semiólogo, como la prolongación de la mano, y en este sentido tiene algo casi biológico, Se trata de un tecnología de comunicación inmediatamente vinculada al cuerpo. Una vez inventada, ya no puedes renunciar a ella. Otra vez más, es como haber inventado la rueda. Las ruedas de hoy siguen siendo las de la prehistoria. Al contrario, nuestras invenciones, cine, radio. Internet, no son biológicas”.
¡Larga vida, pues, al libro!

1 comentario:

  1. Que así sea, ¡larga vida al libro! Comparto la idea de que el libro es insustituible. Es como comparar la alegría que experimentamos en el cara a cara, al compartir un encuentro con amigos, con los amigos de facebook...
    El libro tiene magia propia, el recorrido por sus páginas, en los distintos momentos en que lo hagamos, nos devuelven siempre sensaciones diferentes, únicas, que como bien dice el autor, las dejamos plasmadas en anotaciones al margen...¡que grato reencuentro! Por más que avance la tecnología, siempre habrá "irreemplazables", y el libro es sin dudas, uno de ellos.

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