miércoles, 27 de enero de 2010

SOBRE EL COMPROMISO DEL ESCRITOR
Escribe Carlos Sforza
En todos los tiempos se ha hablado del compromiso del escritor. Ha habido quienes sostienen que el escritor debe comprometerse directamente con el mundo que habita y, concretamente, involucrarse en la política en cuanto es el canal donde se manifiestan los diferentes pensamientos y las diversas formas de encarar el bien común, que es uno de los fines esenciales del quehacer político. Y, también, ha habido quienes sostienen que el escritor no necesariamente debe comprometerse con la política, con la praxis de la misma, sino dedicarse a lo suyo: escribir.
Los extremos, decían los antiguos pensadores, suelen ser malos y hay que buscar el justo medio. Es decir, que en este tema no se puede ser absoluto sino que se debe encontrar un punto en el cual puedan converger las diversas posturas.
Cuando Jacques Maritain habla de la poesía, sostiene: “De manera que, como la poesía tiene su origen en esa vida fundamental donde las facultades del alma obran en común, la poesía implica esencialmente una exigencia de totalidad o integridad. La poesía no es el fruto ni del intelecto solo ni de la imaginación sola. Es más aún; procede de la totalidad del hombre, del conjunto de sentidos, imaginación, intelecto, amor, deseo, instinto, sangre y espíritu. De ahí que la primera obligación del poeta sea dejarse conducir a esas recónditas zonas, próximas al centro del alma, donde esta totalidad existe en el estado de fuente creadora” (“La poesía y el arte”, pp. 140/141).
Yo diría que esa afirmación del filósofo francés, podemos aplicarla al escritor en general. Y de allí que me atreva a decir que la primera actitud y el verdadero compromiso del escritor es con la literatura. Es decir, con lo que escribe. Ese compromiso primero, esencial, debe ser cumplido a rajatabla puesto que ese es su destino, su vocación, su necesidad de expresarse. Y ese compromiso es el de crear buena literatura. Más allá de su contenido, que la forma unida a lo que se dice, sean una obra que pertenezca al reino de lo que debe ser la literatura. No podemos decir por el contenido que una obra es buena o mala. Sino por todo el formato que ella adquiere una vez que el hacedor concluye su creación.
Esto es aplicable a toda clase de obras. No podemos, por esa misma razón, decir que una obra es mala porque es inmoral, o que es buena porque es moral, puesto que lo que debemos valorar esencialmente es si es buena o mala literatura.
El hombre en situación
Los que hemos sentido la influencia notable de la filosofía de la existencia, por haberla mamado y vivido en nuestra juventud, tenemos plena conciencia de que el hombre es un ser en situación. Y como tal, lo sostuve en los comienzos de la década de los sesenta en mi ensayo sobre Gabriel Marcel, ese hombre concreto tiene sin dudas compromisos que cumplir. El propio pensador perteneciente a lo que él llama socratismo cristiano, sostiene que “Sin lugar a dudas conviene señalar los temibles equívocos que comprota la expresión de moda de pensamiento comprometido. Estamos aquí en presencia de una confusión cuyas consecuencias son funestas y que la reflexión debe denunciar a toda costa. (…) Hay que decir también categóricamente que si la noción de compromiso tiene un sentido, éste no puede dejar de estar conectado con lo universal, que debe primero reconocerse” (“Decadencia de la sabiduría”, p. 96).
En este libro publicado en 1955, tiene palabras que bien pueden aplicarse a nuestro naciente siglo veintiuno y a nuestra propia historia. Así, dice: “Pero hoy, siempre, sin duda, bajo la influencia del pensamiento comprometido, hay una complacencia en emitir los juicios más sumarios, los más macizos, los más inicuos asimismo, y por lo tanto los más absurdos, sobre períodos enteros de la historia, sobre las “clases” que percibimos a través del espejo deformante del espíritu de abstracción. En cambio, y siempre en nombre de ese mismo espíritu de abstracción, aquellos que demuestran tanta severidad hacia todo lo que se refiera al pasado testimoniarán indulgencia sorprendente frente a los abusos que se multiplican en nuestros días y verán en ellos algo así como las matrices de la historia” (p.97).
Los escritores
Regreso al comienzo de esta nota. Los escritores y el compromiso. Sin dudas cada uno de quienes somos escritores, somos a la vez, seres en situación. Hay quienes por diversas causas, necesitan asumir un compromiso político concreto, para realizar una praxis conforme a su pensamiento. Y está bien que lo hagan porque así lo sienten. Hay otros que canalizan su compromiso con diversas acciones concretas, ya sea en instituciones públicas o privadas. Y lo hacen porque es su manera de manifestar un compromiso que sienten dentro de la comunidad concreta a la que pertenecen. Y también está bien que lo hagan Hay quienes actúan como “francotiradores” porque no se encuentran contenidos en ninguna asociación, partido, cofradía, ni grupo determinado. Y está, también, bien que lo hagan. Pero lo que debe quedar claro es que el escritor sí tiene un compromiso ineludible, al que no puede renunciar para no traicionar lo que es: el compromiso con la literatura. Y ese compromiso demanda un trabajo permanente, una labor que no tiene horarios concretos, un estar siempre alerta, con las antenas a punto, para captar su entorno, para buscar sus personajes, para hacer andar su imaginación.
Recordemos una anécdota atribuida al Venerable Beda, ese monje benedictino que rescató la primera literatura inglesa. Cuenta esa anécdota que un labrador de la campiña británica, viendo escribir al Venerable Beda, expresó: “-¡Qué oficio más fácil es el de escribir! ¡Le basta con mover tres dedos!” Esa apariencia de facilidad que veía el labrador, acostumbrado a su trabajo de sol a sol en los campos, no es tal. Porque detrás de esa labor del monje, como lo ha reconocido Borges en sus clases de Literatura Inglesa en la UBA, como en Literaturas germánicas medievales, estaba un teólogo, historiador y cronista anglosajón que fue una de las figuras más eruditas de la Edad Media. Y sus escritos salvaron buena parte de la literatura de la isla. Y su oficio, pese al decir del labrador, no era nada fácil, puesto que cumplía con un trabajo que demandaba estudios, conocimientos y condiciones para escribir lo que escribió. Y su compromiso estaba, pues, con la escritura. Y lo cumplió con creces.
Sepamos, a esta altura, deslindar los campos. Y afirmemos, sin titubeos, que como queda dicho, el compromiso primero, esencial, vocacional del escritor es, pues, con la literatura. Lo demás, en sus diversas manifestaciones públicas y/o privadas, vendrá o no, por añadidura.
(Publicado en “El Diario” de Paraná (E.R.) el 26/01/2010

1 comentario:

  1. Así como en una nota anterior quedó bien en claro la relación equivocada que se tiene en ciertas ocaciones entre el Arte y la Moral, en ésta se establece perfectamente cual es la verdadera "deontología" a la que se debe atener el escritor, en este caso.
    Comparto plenamente el claro mensaje del autor. El compromiso escencial de todo artista es para con el Arte, sea cual fuera la rama a la que se dedique, el otro, el social, vendrá solo, según el propio artista.

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