domingo, 10 de enero de 2010

ARTE Y MORAL
Escribe Carlos Sforza
Mucho se ha escrito sobre el arte y la moral. Sus relaciones, su subordinación, su independencia, cuándo una obra es inmoral y cuando una obra es arte. Si hay arte en una obra que los hombres consideran inmoral. Y, a la recíproca, si una obra de arte puede consideras inmoral como tal (obra de arte).
Desde tiempos inmemoriales este tema ha devanado los sesos de muchos pensadores y de no pocos improvisadores. Lo cierto es que hay una tendencia a ser absolutos en el tema. Se está de un lado o del otro. No hay términos medios. Pero el asunto no es así, creo. Hay que saber colocar los puntos sobre las ies y buscar una solución o una posición que sea lo más ecuánime posible.
Es cierto, y se ha visto a lo largo de la historia, que de ambos lados existen fanáticos que no admiten discusión alguna. Son, en última instancia, fundamentalistas en un tema que no necesita y debe prescindir de los fundamentalismos.
Dos campos diferentes
En primer lugar debo decir que en el tema del arte y la moral estamos en dos campos diferentes. Jacques Maritain, filósofo francés, enrolado en la tradición tomista, ha hecho muchos e importantes aportes sobre el tema. Dice Maritain que “El valor artístico y el valor moral pertenecen a dos esferas diferentes. El valor artístico se refiere a la obra, el valor moral al hombre”. No es ni más ni menos lo que sostengo al hablar de dos campos diferentes. Y en su libro “La responsabilidad del artista”, agrega: “Los pecados de los hombres pueden ser tema de una obra de arte. De ellos el arte puede crear belleza estética. Si fuera de otra manera, no habría novelistas. La experiencia del mal moral hasta puede contribuir a alimentar la virtud del arte, quiero decir, por accidente, no como exigencia necesaria del arte. (…) El arte, pues, se vale de cualquier cosa, aún del pecado. El arte se comporta como un dios: piensa sólo en su propia gloria” (p. 21).
De allí que cuando estamos ante una obra de arte debemos admirar (si es admirable) la obra en sí, despojándonos de su contenido desde el punto de vista moral. La obra vale por ser estéticamente bella, o armónicamente bien construida. Por los valores que encierra en sí misma como obra de arte.
Ello, claro, no significa caer en un esteticismo paranoico, que no conduce a ninguna parte. La obra de arte que vale por sí misma, tiene suficientes elementos para dejar de lado ese puro esteticismo y entrar de lleno en el corazón del receptor, porque sus valores son eso: valores que conforman sí, una estética, pero que eluden el puro esteticismo.
Afirma J. Maritain en la obra citada que “El arte por el arte, no significa el arte por la obra, que es la fórmula correcta; significa un absurdo, esto es, una supuesta necesidad del artista de ser solamente un artista, no un hombre, y por el arte se separa de sus fuentes de aprovisionamiento y de todo alimento, combustible y energía que recibe de la vida humana” (p.40). Es el denominado artista encerrado en su torre de marfil.
Ello resulta imposible. Como sostenía F. Mauriac refiriéndose a sus novelas: “Nuestras pretendidas criaturas están formadas por elementos tomados de lo real; combinamos con más o menos habilidad, lo que nos suministra la observación de los otros y el conocimiento que tenemos de nosotros mismos”.
La propia experiencia, el conocimiento de uno mismo, unido al saber ver en los demás lo que son, cómo actúan y por qué lo hacen, el tener una visión no sólo de nosotros mismos sino también, complementada con los demás, con el otro, nos da la posibilidad de ser capaces de crear una verdadera obra de arte. Y si el arte es según Aristóteles, una virtud, lo es del intelecto práctico, de allí que el arte se refiere a la bondad de la obra, no a la bondad del hombre.
En el caso de los escritores, hay los que a través de sus obras, quieren hacer una apologética. Hay los que en ese afán apologético, hacen primar sus convicciones personales por las que puedan tener los personajes que habitan sus narraciones. Y es un error que decididamente va en menoscabo de la calidad de las obras que adoptan ese canon.
Siempre recuerdo una entrevista que le hicieron hace más de cincuenta años en la revista Lector, a Graham Greene. En ella le preguntaron si él era un novelista católico. Y el inglés, con precisión y no poca sutileza respondió: “Yo no soy un novelista católico, soy un católico que escribe novelas”. En esa respuesta estaba toda una definición de lo que es la novela y a contrario sensu, de lo que no es la novela. No es una obra apologética donde aparece la creencia religiosa del autor. Sino que si el autor tiene una creencia religiosa, cuando crea una novela no lo hace desde esa creencia sino desde la libertad de sus personajes que, muchas veces, pueden pensar y creer de forma distinta a la del autor.
En un largo estudio que escribió Eduardo Mallea sobre la novelística de Graham. Greene, decía que “Como en Dostoiewski, la idea de libertad sirve en Greene de base a la idea del hombre como valor absoluto”. Y agregaba: “Toda la literatura significativa de nuestro tiempo es una literatura de libertad” (…) y lo es “(…) porque echa abajo las columnas que la aprisionan y da importancia a Sansón luchando con los fragmentos –o estancamientos- que intentan aplastarlo”.
Pensemos entonces que el arte y la moral, ubicados en distintos segmentos, tienen vigencia por sí mismos. Es decir, cuando el artista crea, lo hace buscando la bondad de la obra que está haciendo. Y cuando el hombre actúa en su vida, lo hace conforme a sus convicciones morales o a su amoralismo si es el caso.
La obra de arte vale no por ser moral o inmoral, sino por ser bella, que traducido a lo práctico, es decir: por ser precisamente una obra de arte que vale por sí misma. Aunque parezca una afirmación de Perogrullo.

4 comentarios:

  1. Exelente aclaración sobre el Arte y la Moral, que como bien queda dicho en la nota, no son lo mismo. Valen de ejemplo el Guernica de Picasso o Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares.

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  2. Muy buen análisis. Lo mismo cabría para deslindar la esfera política del arte. Si no, ningún ciudadano con ideales genuinamente democráticos podría valorar estéticamente la obra de Borges.
    M.S.

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  3. Estimado señor Sforza: es una alegría para mi, haber descubierto su blog; de a poquito lo iré visitando y nutriéndome de sus interesantes artículos. Le envío mis cordiales saludos. ¡ Dios lo bendiga !
    Pascual Migale

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