LOS PERSONAJES Y LA NARRACIÓN
Escribe Carlos Sforza*
A veces los lectores se preguntan
de dónde sacó los personajes este escritor. Cómo los buscó y los creó para
convertirlos en actores de la narración-.
Se ha dicho infinidad de veces que
todo lo que existe y lo imaginado, es materia apta para el novelista. De allí
que por las narraciones desfilen hombres y mujeres de toda laya. Es decir,
desde el santo al peor de los pecadores.
Mario Benedetti decía que “con
personajes desagradables y hasta crapulosos, puede hacerse buena literatura” y
daba como ejemplo de lo que denomina “antigua ley”, el cuento de su connacional
Juan Carlos Onetti, “El infierno tan temido”.
En primer lugar debemos tener
presente que el lector, cuando se sumerge en una ficción, se topa con
personajes y no con personas. Y debe ser consciente de este hecho como lo
afirma el citado Benedetti. Lo que sucede es que esos personajes, cuando son
creados por un auténtico narrador, se transforman a la vista del lector, en
personas. Y así se trate de mendaces, asesinos o seres de otras galaxias, si
están bien realizados y cumplen su función en el relato, son verosímiles. Y por
lo tanto, aceptados como personas por el lector.
Por otra parte, como lo he dicho
siempre, lo que tiene suma importancia es no lo que se dice o presenta sino cómo
se lo dice Es decir, de qué manera se narra una historia con esos personajes
para que resulte atractiva (que atraiga la atención del lector) y a la vez, se
la vea como real por el carácter que a lo escrito le imprime el autor.
En un artículo titulado “El
quehacer convertido en invención” incluido en el libro “Literatura uruguaya
siglo XX” de Mario Benedetti, éste afirma que “quizá el único modo de asumir
legítimamente lo real y transformarlo en arte sea encontrar (no importa por qué
ni con qué medios) un lenguaje propio”. Es decir tratar de imprimir a la
narración la impronta del creador. No actuar como un copista de otros
escritores, sino tomar lo que a la postre es indiscutible: un estilo. Y ese
estilo lo traduce la voz del narrador y las muchas voces de sus personajes. Por
supuesto, con el valor que ello conlleva en cuanto a que se está manifestando a
través de la escritura, la calidad o no de quien escribe.
Ahora que se cumplen cincuenta años
de la aparición de “Rayuela” de Julio Cortázar, viene a cuento lo que escribió
el autor en cuanto a los personajes transformados en personas dentro de la
narración: “(…) la novela que nos interesa no es la que va colocando los
personajes en la situación, sino la que instala la situación en los personajes.
Con lo cual estos dejan de ser personajes para volverse personas.”
Ese dejar de ser personajes para
convertirse en personas, hace que el lector se implique en la narración y sea
partícipe activo a través de la lectura. Y, por qué no, se convierta en coautor
al buscar otras alternativas a la que encuentran en el texto los actores que
deambulan por las páginas del libro.
Eduardo Mallea en “Palabras sobre
un arte (A un novelista que comienza)”, le escribió que “A nada deberá servir
más que a la verdad profunda de sus criaturas: si son fuertes, de todos modos
se rebelarán sobre usted mismo; sólo
tocará escucharlas con lealtad. (…) Su papel altanero e invulnerable consistirá
en algo superior a toda contingencia. Pues residirá no en la suerte de lo que
usted haga, sino en cómo lo haya hecho” (“Poderío de la novela”, p. 91 y
sgts.).
El gran testigo que es el
novelista, no puede sustraerse a esas contingencias. Los personajes convertidos
en personas, que viven una realidad que se le escabulle de las manos al
narrador, son los que determinan, si están bien representados en la ficción, la
calidad de la obra. Es decir, se conjugan los personajes, la trama y, cosa
fundamental, cómo se dice, cómo se narra.
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