lunes, 3 de junio de 2013

LOS PERSONAJES Y LA NARRACIÓN
Escribe Carlos Sforza*
A veces los lectores se preguntan de dónde sacó los personajes este escritor. Cómo los buscó y los creó para convertirlos en actores de la narración-.
Se ha dicho infinidad de veces que todo lo que existe y lo imaginado, es materia apta para el novelista. De allí que por las narraciones desfilen hombres y mujeres de toda laya. Es decir, desde el santo al peor de los pecadores.
Mario Benedetti decía que “con personajes desagradables y hasta crapulosos, puede hacerse buena literatura” y daba como ejemplo de lo que denomina “antigua ley”, el cuento de su connacional Juan Carlos Onetti, “El infierno tan temido”.
En primer lugar debemos tener presente que el lector, cuando se sumerge en una ficción, se topa con personajes y no con personas. Y debe ser consciente de este hecho como lo afirma el citado Benedetti. Lo que sucede es que esos personajes, cuando son creados por un auténtico narrador, se transforman a la vista del lector, en personas. Y así se trate de mendaces, asesinos o seres de otras galaxias, si están bien realizados y cumplen su función en el relato, son verosímiles. Y por lo tanto, aceptados como personas por el lector.
Por otra parte, como lo he dicho siempre, lo que tiene suma importancia es no lo que se dice o presenta sino cómo se lo dice Es decir, de qué manera se narra una historia con esos personajes para que resulte atractiva (que atraiga la atención del lector) y a la vez, se la vea como real por el carácter que a lo escrito le imprime el autor.
En un artículo titulado “El quehacer convertido en invención” incluido en el libro “Literatura uruguaya siglo XX” de Mario Benedetti, éste afirma que “quizá el único modo de asumir legítimamente lo real y transformarlo en arte sea encontrar (no importa por qué ni con qué medios) un lenguaje propio”. Es decir tratar de imprimir a la narración la impronta del creador. No actuar como un copista de otros escritores, sino tomar lo que a la postre es indiscutible: un estilo. Y ese estilo lo traduce la voz del narrador y las muchas voces de sus personajes. Por supuesto, con el valor que ello conlleva en cuanto a que se está manifestando a través de la escritura, la calidad o no de quien escribe.
Ahora que se cumplen cincuenta años de la aparición de “Rayuela” de Julio Cortázar, viene a cuento lo que escribió el autor en cuanto a los personajes transformados en personas dentro de la narración: “(…) la novela que nos interesa no es la que va colocando los personajes en la situación, sino la que instala la situación en los personajes. Con lo cual estos dejan de ser personajes para volverse personas.”
Ese dejar de ser personajes para convertirse en personas, hace que el lector se implique en la narración y sea partícipe activo a través de la lectura. Y, por qué no, se convierta en coautor al buscar otras alternativas a la que encuentran en el texto los actores que deambulan por las páginas del libro.
Eduardo Mallea en “Palabras sobre un arte (A un novelista que comienza)”, le escribió que “A nada deberá servir más que a la verdad profunda de sus criaturas: si son fuertes, de todos modos se rebelarán  sobre usted mismo; sólo tocará escucharlas con lealtad. (…) Su papel altanero e invulnerable consistirá en algo superior a toda contingencia. Pues residirá no en la suerte de lo que usted haga, sino en cómo lo haya hecho” (“Poderío de la novela”, p. 91 y sgts.).
El gran testigo que es el novelista, no puede sustraerse a esas contingencias. Los personajes convertidos en personas, que viven una realidad que se le escabulle de las manos al narrador, son los que determinan, si están bien representados en la ficción, la calidad de la obra. Es decir, se conjugan los personajes, la trama y, cosa fundamental, cómo se dice, cómo se narra.


   

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