domingo, 9 de junio de 2013

LOS FANTASMAS DEL ESCRITOR
 Escribe Carlos Sforza*
Sabemos por experiencia propia que, como escritores, unos más, otros menos, todos tenemos nuestros fantasmas. Eso significa simple y sencillamente que hay ciertas obsesiones que consciente o inconscientemente, moran en el interior de quien es escritor. Son los fantasmas de que nos habla Sábato en su ensayo “El escritor y sus fantasmas” y que uno reconoce que existen cuando escribe.
Es claro que no son fantasmas que se manifiesten con claridad. Como fantasmas que son, aparecen y desaparecen cuando ellos quieren, pero hay algo que no se puede negar: esos fantasmas están presentes, existen y pueblan el mundo interior del escritor.
Cuando el narrador escribe, crea personajes que son ficcionales y pertenecen a historias hechas por el escritor que como tal es un hacedor. Y como sostenía Juan Rulfo, no debemos olvidar que “la literatura es ficción y por lo tanto es mentira”.
Es cierto que la ficción es una cosa imaginada. Y en ese sentido es mentira. Pero como bien sostiene Mario Vargas Llosa, “La ficción es una mentira que encierra una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla.” (Carta a un novelista, pp. 14/15). También, en una nota publicada en el diario porteño “La Nación, el escritor peruano sostenía  que “si la novela es buena aquello que cuenta pasa a ser verdad, porque está escrito de una manera que no permite no creer en ella”.
Recordemos que todo lo que existe es materia apta para el novelista. Desde el santo al pecador, desde lo más pequeño a lo más grande. Nada escapa a la posibilidad de ser tomado por el narrador y transformado, cuando se posee el don y se sabe cómo decir lo que se quiere decir, en una obra de arte literario.
Es claro que cada escritor, como tiene en sí sus obsesiones, sus fantasmas, los transfiere a muchos de los personajes que crea. No es que cada personaje sea el autor; que sus opiniones sean las del que escribe; que si el personaje es un asesino, lo sea el escritor; si es un santo, lo sea también el escritor. Hay partes, fragmentos del autor que sin dudas, aparecen en los personajes que crea. De allí que el dicho de Flaubert: “Madame Bovary soy yo” sea cierto. Pero también es cierto que el cochero, el farmacéutico y los otros personajes de la célebre novela de Flaubert, son él. Lo son como que son hechuras de su imaginación. Y lo son porque, a la postre, tienen ciertos rasgos que son como un aire de familia con el autor.
Es claro que como es sabido, cuando un narrador crea un personaje, ese ser nuevo, de ficción, se independiza del creador y comienza a andar con paso propio y con amplia libertad de quien fue su hacedor. Es decir, abandona al creador y hace su propia vida. Heinrich Böll, el novelista alemán que fue Premio Nobel de Literatura, escribió en un artículo publicado en 1963 lo siguiente: “Yo soy católico y lo soy, también en mi calidad de escritor y periodista, pero no soy un novelista católico (…). Me considero tan libre como libres dejo yo a los personajes de mis novelas. Quien se tome todo esto a la ligera y me confunda con alguna de las figuras de mis novelas, hace muy mal. Hasta ahora he escrito cinco novelas con un considerable número de personajes, les he ofrecido mucho y los he dejado libres; y existe un acuerdo definitivo entre nosotros: jamás daré información sobre ellos”.
Es la independencia  que adquieren los personajes una vez que el escritor los crea. Se liberan y marchan y hacen su propio camino muchas veces contrario a lo que pensaba el creador que iban a hacer.
Como escribiera el siempre recordado Oscar Wilde: “Cuando las personas nos hablan sobre otros suelen aburrirnos. Cuando nos hablan de ellas mismas casi siempre son interesantes”. Daré algunos lineamientos de mi quehacer, de mi propia experiencia como escritor. He citado y quizá cite a algunos colegas, ilustres escritores, como apoyatura y corroboración de lo que personalmente siento y pienso como escritor. Y nunca olvido el valor del aprendizaje humano “sin el cual el aprendizaje literario es Irrisorio” (E. Mallea). De allí que siento la necesidad de escuchar a la gente, vivir junto a ella,  transitar las redacciones de los diarios y periódicos como lo he hecho desde mi primera juventud y lo he continuado hasta hoy, conocer lugares y admirar sus casas; incluso, visitar los cementerios y leer viejas lápidas, adquirir allí una experiencia que nos hace remontar a nuestros antepasados y nos hace ver, en gran medida, nuestro futuro.
Todo ese aprendizaje, esas vivencias, hacen que nos marquen de una u otra forma. La mayoría de las veces, en mi caso, se fijan en lugares oscuros del subconsciente o del inconsciente y, cuando uno escribe, libera esos fantasmas que moran en nosotros.


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