UN POETA CÁLIDO Y DE CALIDAD
Escribe Carlos Sforza*
En varias ocasiones me he ocupado
de la poesía de Jorge Isaías. Lo que sucede es que el “Turco”, como le decimos
sus amigos y otros consecuentes seguidores de su obra, es un verdadero
trabajador de la palabra. Y al decir trabajador va implícita, claro, su
condición de creador, de hacedor de poesía.
A las últimas reediciones de
anteriores libros, ahora suma uno nuevo (no publicado). Se trata de “Esas ramas
altas” (editorial, Ciudad Gótica, contratapa de Ana Bugiolacchio, Rosario,
abril de 20l3, 88 p.). El libro está dedicado “a la memoria de mi madre”.
Y digo en el título que es cálido,
puesto que en los poemas que integran la obra se nota esa calidez que despierta
rememorar momentos vividos, soñados, deseados, en el lar nativo (será sin dudas
Los Quirquinchos), bajo la tutela y la memoria presente de la madre. Y digo de
calidad, puesto que, una vez más, Jorge Isaías muestra a través de los versos
que es un creador auténtico, es decir un poeta. Y al decir poeta o “el
Poyetés”, hablamos del creador. Aristóteles escribió en su “Política”: “Entre
los actos humanos, unos se refieren a lo necesario, a lo útil; los otros se
refieren únicamente a lo bello. Es oportuno saber realizar lo necesario y lo
útil; sin embargo, lo bello es superior a lo uno y a lo otro.” Y Hegel decía
que “la poesía ha sido y es maestra de la Humanidad.”
En Jorge Isaías se ponen a prueba y
se confirman esas afirmaciones escritas por dos filósofos distantes en el
tiempo.
En “Esas ramas altas” asistimos a un
verdadero juego poético; en ese juego se entrelazan los recuerdos, las
vivencias y el paisaje exterior. Que es como darle corporeidad a lo que el
poeta siente y vive. Estamos, creo, ante una poesía que no es sino una gran
elegía. Es decir, pertenece a ese subgénero lírico en que se expresan lamentaciones o se reviven
momentos ya lejanos, de hechos que han marcado nuestra existencia y que se
actualizan en base a la memoria y el amor por lo que ya no está con nosotros.
El poemario de Jorge, “el Turco, se
inicia con un poema donde prevalecen los versos de arte menor, y que indaga por
su esencia original: “”Nunca sabré/ quién fui/ qué desiertos/ cruzaron otros/
transidos de fe/ agotados de cansancio/ sedientos/ caídos/ en la arena
calcinada/ por el sol/ de todos los eneros./ Nunca sabrán por dónde anduve/
quien bebió/ conmigo/ de qué países/ volví/ como vuelve/ un ciego/ o un
derrotado” (p.7).
De esa llamémosla, búsqueda de sí
mismo en sus ancestros, se prende en el inicio del poemario para luego asentar
sus reales en esta tierra, en su lugar primero en el mundo: Santa Fe. Y allí
despliega toda su calidad poética en versos que eluden en su mayoría, la
puntuación y se nutren de un ritmo interior que quien accede a ellos, lo
encuentra de inmediato.
Son poemas que se leen como si se
rezaran. Poemas donde los árboles juegan un papel importante. Donde el ocre del
otoño se enseñorea a su gusto. Donde ni los vientos pueden arrancarlo del
recuerdo y las vivencias: “Lo vientos/ que azotaron/ esa ventana/ con los
goznes/ comidos/ por el óxido/ tuvieron la impiedad de los años/ idos/ pero no
lograron/ sacarme/ de la memoria/ en donde estás.” (p.54). A la vez, Isaías
hace una cerrada defensa poética de lo que realiza el creador: “Vinieron/ a
decirme/ que no querían/ saber nada/ de mí/ de mis versos/ de mis historias/
totalmente inventadas/ según ellos./ Fueron intolerantes/ no me quedó sino el
exilio/ pues la condena/ a la cicuta/ me pareció/ una honra enorme/ para mí/ ya
que/ antes que yo/ la frecuentaron/ grandes filósofos/ para dar testimonio/
donde nació/ la cultura.” (p. 55)
Los recuerdos se suceden en versos
sencillos en cuanto a que eluden todo oropel superfluo. Así esos lugares
frecuentados en la infancia junto a su perro. Versos que producen una especial
ternura en quien los lee: “No crucé/ esta tarde/ aquella sombra/ de esos
eucaliptos/ que bordean/ aquel callejón/ perdido./ El callejón/ donde
corrieron/ los cuises presurosos/ perseguidos por aquel/ perrito blanco/ rabón/
compañero para siempre/ pegado a la matriz/ más fiel de mi memoria” (p. 61).
Toda una gran elegía donde no falta
nada. Y no sobra nada. Un hermoso libro que no hace sino reiterar la calidad
poética de Jorge Isaías.
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