lunes, 20 de mayo de 2013


UN POETA CÁLIDO Y DE CALIDAD
Escribe Carlos Sforza*
En varias ocasiones me he ocupado de la poesía de Jorge Isaías. Lo que sucede es que el “Turco”, como le decimos sus amigos y otros consecuentes seguidores de su obra, es un verdadero trabajador de la palabra. Y al decir trabajador va implícita, claro, su condición de creador, de hacedor de poesía.
A las últimas reediciones de anteriores libros, ahora suma uno nuevo (no publicado). Se trata de “Esas ramas altas” (editorial, Ciudad Gótica, contratapa de Ana Bugiolacchio, Rosario, abril de 20l3, 88 p.). El libro está dedicado “a la memoria de mi madre”.
Y digo en el título que es cálido, puesto que en los poemas que integran la obra se nota esa calidez que despierta rememorar momentos vividos, soñados, deseados, en el lar nativo (será sin dudas Los Quirquinchos), bajo la tutela y la memoria presente de la madre. Y digo de calidad, puesto que, una vez más, Jorge Isaías muestra a través de los versos que es un creador auténtico, es decir un poeta. Y al decir poeta o “el Poyetés”, hablamos del creador. Aristóteles escribió en su “Política”: “Entre los actos humanos, unos se refieren a lo necesario, a lo útil; los otros se refieren únicamente a lo bello. Es oportuno saber realizar lo necesario y lo útil; sin embargo, lo bello es superior a lo uno y a lo otro.” Y Hegel decía que “la poesía ha sido y es maestra de la Humanidad.”
En Jorge Isaías se ponen a prueba y se confirman esas afirmaciones escritas por dos filósofos distantes en el tiempo.
En “Esas ramas altas” asistimos a un verdadero juego poético; en ese juego se entrelazan los recuerdos, las vivencias y el paisaje exterior. Que es como darle corporeidad a lo que el poeta siente y vive. Estamos, creo, ante una poesía que no es sino una gran elegía. Es decir, pertenece a ese subgénero lírico  en que se expresan lamentaciones o se reviven momentos ya lejanos, de hechos que han marcado nuestra existencia y que se actualizan en base a la memoria y el amor por lo que ya no está con nosotros.
El poemario de Jorge, “el Turco, se inicia con un poema donde prevalecen los versos de arte menor, y que indaga por su esencia original: “”Nunca sabré/ quién fui/ qué desiertos/ cruzaron otros/ transidos de fe/ agotados de cansancio/ sedientos/ caídos/ en la arena calcinada/ por el sol/ de todos los eneros./ Nunca sabrán por dónde anduve/ quien bebió/ conmigo/ de qué países/ volví/ como vuelve/ un ciego/ o un derrotado” (p.7).
De esa llamémosla, búsqueda de sí mismo en sus ancestros, se prende en el inicio del poemario para luego asentar sus reales en esta tierra, en su lugar primero en el mundo: Santa Fe. Y allí despliega toda su calidad poética en versos que eluden en su mayoría, la puntuación y se nutren de un ritmo interior que quien accede a ellos, lo encuentra de inmediato.
Son poemas que se leen como si se rezaran. Poemas donde los árboles juegan un papel importante. Donde el ocre del otoño se enseñorea a su gusto. Donde ni los vientos pueden arrancarlo del recuerdo y las vivencias: “Lo vientos/ que azotaron/ esa ventana/ con los goznes/ comidos/ por el óxido/ tuvieron la impiedad de los años/ idos/ pero no lograron/ sacarme/ de la memoria/ en donde estás.” (p.54). A la vez, Isaías hace una cerrada defensa poética de lo que realiza el creador: “Vinieron/ a decirme/ que no querían/ saber nada/ de mí/ de mis versos/ de mis historias/ totalmente inventadas/ según ellos./ Fueron intolerantes/ no me quedó sino el exilio/ pues la condena/ a la cicuta/ me pareció/ una honra enorme/ para mí/ ya que/ antes que yo/ la frecuentaron/ grandes filósofos/ para dar testimonio/ donde nació/ la cultura.” (p. 55)
Los recuerdos se suceden en versos sencillos en cuanto a que eluden todo oropel superfluo. Así esos lugares frecuentados en la infancia junto a su perro. Versos que producen una especial ternura en quien los lee: “No crucé/ esta tarde/ aquella sombra/ de esos eucaliptos/ que bordean/ aquel callejón/ perdido./ El callejón/ donde corrieron/ los cuises presurosos/ perseguidos por aquel/ perrito blanco/ rabón/ compañero para siempre/ pegado a la matriz/ más fiel de mi memoria” (p. 61).
Toda una gran elegía donde no falta nada. Y no sobra nada. Un hermoso libro que no hace sino reiterar la calidad poética de Jorge Isaías.       
    
 
  

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