martes, 11 de septiembre de 2012

ROBERTO ROMANI Y SU CANTO ENTRERRIANO


Escribe Carlos Sforza*

Con Roberto Romani me une una antigua amistad. Son esas empatías que se dan cuando uno está en un mismo quehacer y cuando encuentra en el otro, la posibilidad de entablar una relación dialógica. Algo tan necesario hoy y siempre.

Recuerdo que en 1986 en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la entonces Dirección de Cultura de Entre Ríos entre los actos del día dedicados a nuestra provincia, se presentó un panel. El mismo, por sugerencia de quien esto escribe, lo coordinó Roberto Romani y en la mesa estábamos Héctor Izaguirre (Concepción del Uruguay), Rosa Sobrón y yo (Victoria). Era entonces un joven poeta y Licenciado en Comunicación Social, que residía en Gualeguay. Yo había leído algunos de sus primeros cuatro libros publicados a esa fecha y veía la calidad incipiente que ya mostraba su estro poético.

A esos primeros libros se sumaron otros y se agregó su labor en discos y compactos, sus actuaciones en diversos escenarios y su canto y su guitarra. Es en este último aspecto, un verdadero juglar de la entrerrianía.

“SUAVES CUCHILLAS”

Su nuevo libro, con olor a tinta fresca, característica que siempre me ha apasionado cuando hojeo un libro recientemente impreso, es “Suaves Cuchillas” –Romancero Entrerriano- (Ediciones del Clé, contratapa de Ricardo Maldonado, Breve prólogo de María Cristina Saluzzi, Paraná, julio de 2012, 180 p.).

Como bien se aclara estamos ante un romancero ampliamente desplegado que es, pienso, una especie de autobigrafía espiritual de Roberto Alonso Romani.

Como buen cultivador del romance, Romani emplea la forma canónica del mismo. Es decir en octosílabos y con rima asonante en los versos pares. Esta forma del romance que, históricamente se remonta en sus comienzos a los siglos XIV y XV, se ha cultivado hasta el presente con diversas entonaciones.

Romani no entra, claro, en alambicados versos para nutrir su romancero. Por el contrario, diría que se planta en una posición que para él es bien definida: la claridad, la transparencia, la sencillez. Pero todo ello hay que manejarlo con la calidad de un creador, de un verdadero hacedor de versos.

Por el romanecero entrerriano que hoy nos ofrece Romani, desfilan situaciones personales, ambientes de diversa índole, personas que han tenido que ver directa o indirectamente con el creador. Y, por supuesto, la tierra entrerriana. Sus pájaros, sus campos, sus flores, sus cielos límpidos o llorando la lluvia. Y a través de ellos las “suaves cuchillas” y el río, sobre todo el Gualeguay, en cuyas aguas se nutre mucho el canto de los poetas y en forma especial, en este romancero, la creación que hace Romani.

Hay romances que se graban en quien los gusta a través de la lectura. Por ejemplo, “Rezaban las casuarinas”. Desde las oraciones junto a la madre y el recuerdo de Araceli, pasando por el rezo de las casuarinas que enmarcan el largo y excelente romance, todo hace que estemos ante una verdadera muestra de la calidad poética que despliega en el libro Romani.

En ese romance, como síntesis de la actitud del poeta, se muestra él como es y como siente y como piensa. Un hombre que es abierto a la amistad, que cree en Dios, que ama al prójimo y que, siempre, muestra un canto esperanzado y por lo mismo alegre pese a los pesares que puede depararle la vida.

Cuando habla de las casuarinas, en sus octosílabos dice: “(…) Ellas cantaban felices/ muy cerca de las glicinas/ y reían como el patio/ en tiempo de golondrinas./ Yo pensaba por las noches/ en sus ramas bailarinas/ y en el misterio lejano/ de sus bellas melodías.// Con los años, otro duende/ se incorporó a mis vigilias,/ trayendo en sus manos buenas/ una inocente caricia,/ la misma que allá en la escuela/ me daba la bienvenida,/ cuando la campana vieja/ convocaba nuevas risas.// Araceli se llamaba/ y tenía dos trencitas/ prolongando el rubio mundo/ de su piel hermosa y gringa./ El celeste de sus ojos era un cielo de alegría,/ y cantaba dulcemente/ como el zorzal de las islas,/ arrullando mi destino/ igual que las casuarinas. (…)”.

Para poder penetrar en la esencia del terruño, hay que vivirlo en plenitud. Y una vez que el hombre lo logra, si es poeta, le canta. Que no es otra cosa que lo que hace Roberto Romani en su romancero. Pero para ello, y al elegir una forma o carnadura para sus versos, como la del romance, hay que tener un dominio del temple interior que se pueda traducir en los octosílabos cantarinos, sencillos y a la vez profundos, que crea el poeta. No otra cosa pasa con los versos de Romani en “Suaves cuchillas”.

Diría que este nuevo aporte del creador a la lírica de la provincia, es un verdadero acierto. Y leer sus romances es un bálsamo para el corazón y el alma de quien se acerca a los mismos.

Con una muy buena impresión y diagramación de Ediciones del Clé, los versos de Romani traen luz y poesía en un mundo donde se necesitan voces claras y profundas que, a la vez, lleguen al lector. Y, está dicho, “Suaves cuchillas” nos hace encontrar romances que causan gozo al leerlos.



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