viernes, 21 de octubre de 2011

¿CÓMO DEBE SER UNA NOVELA?
Escribe Carlos Sforza*
Es indudable que los lectores de novelas saben cómo es la estructura de la novela. Pero muchas veces sucede que hay detalles que escapan a ciertas obras que se rotulan dentro del género novelístico.
Hay escritores y ensayistas que han tratado el tema en profundidad. Y conviene fijar algunos puntos para ilustrar al lector porque no todo lo que reluce es oro y no todo lo que se dice novela es tal.
El crítico argentino Oscar Tacca en su libro “Instancias de la novela” sostiene que “No leemos hoy como leían los lectores de El Quijote, Robinson Crusoe, ni siquiera los de Balzac, Somos nosotros los verdaderos Pierre Menard de Borges; nosotros, quienes las hacemos nuevas en la lectura.” Y agrega: “Quizás toda la problemática de la novela podría distribuirse en las relaciones establecidas entre las diversas instancias de la narración. ¿En qué consiste la riqueza de un texto? En la multiplicidad y complejidad de las relaciones sutilmente establecidas entre sus categorías.”
Pensemos que para el novelista lo importante es partir del hecho que está manejando hombres. Es decir seres de carne y huesos, que piensan, tienen pasiones, aman y también odian. De allí que la narración debe ser escrita en forma vívida, “con sentido humano”.
Reitero un concepto que por repetido no está demás recordarlo: el novelista tiene un plan para su obra, pero los personajes se imponen dentro de ese plan y se le escapan de las manos al escritor. Empiezan a andar con libertad en las acciones que realizan. Manuel Gálvez sostenía que “fracasa el novelista que pretende someter a los personajes a su plan”.
Recuerda el autor de “La maestra normal” que “(…) El momento de “Niebla” en que el protagonista se le presenta a Unamuno y le dice que no quiere morir, no es tan fantástico como pudiera creerse. Los personajes no se le aparecen al novelista como si fuesen seres humanos o como fantasmas, pero sí en una realidad semejante al sueño”. Y es así, por ello el autor tiene que extremar su imaginación para que las acciones dentro de la novela se adecuen a cada personaje.
Incluso la manera de expresarse. De allí que los buenos novelistas hacen hablar a sus personajes como realmente hablan y no a la manera de las novelas idealistas donde los personajes no se expresan “como en la realidad: hablan pulcra y correctamente como escribe el autor”.
Por supuesto que no se debe caer en la chabacanería. Debe ensamblarse el lenguaje del escritor, el literario, con el de los personajes para que la obra sea una auténtica novela y por ende, una obra de literatura y no un folletín barato.
Uno de los caracteres que han marcado como esenciales en las novelas algunos autores, es el diálogo. La gente se conoce hablando. Y en una novela, cuando hay personajes que se relacionan de una u otra forma, la mejor manera de presentarlos es creando diálogos. También hay que tener presente que los diálogos deben ir acompañados muchas veces de acotaciones del narrador, pues depende de las circunstancias y del tono que ponga en las palabras el personaje, la validez del poder conocerlo el lector. Allí, una acotación certera del novelista puede darle el verdadero tono y alcance aunque sea a una sola palabra dicha por un personaje.
Muchos personajes de novelas son tomados de la vida real y transformados o desfigurados. F. Mauriac opinaba que “Nuestras pretendidas criaturas están formadas por elementos tomados de lo real; combinamos con más o menos habilidad lo que nos suministra la observación de los otros y el conocimiento que tenemos de nosotros mismos”.
Es claro que a los personajes debemos dejarlos hacer su propio camino. Es la vida de ellos la que nos impone narrarla. Y ahí está la necesaria capacidad del autor para que ello suceda. Cuando se dan esas interacciones del personaje con el autor, se llega a lograr una novela que valga como tal. De lo contrario estaríamos escribiendo una historia informativa, o un folletín que es como un calco de otro que ya escribimos o el modelo del podríamos escribir luego.
Otro rasgo que debe ser desterrado es el pretender que los personajes hablen con las ideas del autor. Muchas veces el lector cree que lo que dice el personaje, es precisamente lo que piensa el autor. Y se equivoca cuando lee una verdadera novela. Romain Rolland escribió al respecto: “No solamente los actos y las opiniones de Juan Cristóbal, sino las consideraciones y los juicios intelectuales expresados en la obra bajo una forma impersonal, participan de la atmósfera moral de mi héroe. Es perfectamente estúpido atribuirme todas las ideas, a menudo paradójicas de mi obra”.
Estas acotaciones, creo, sirven para que el lector tenga una idea clara sobre cómo es una novela cuando se trata de una obra literaria.

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