jueves, 8 de septiembre de 2011

EL POR QUÉ DE LAS FICCIONES
Escribe Carlos Sforza*
En el mes de agosto ppdo. se realizó un diálogo público sobre la ficción con la participación de la novelista, ensayista y poeta norteamericana Siri Hustvedt y la novelista argentina Luisa Valenzuela.
En la revista “adn La Nación”, se publicó un adelanto de los argumentos de cada una de ellas para explicar por qué contar historias.
El tema es recurrente en quienes escribimos ficciones. Ya sea cuando se nos interroga sobre el mismo y el por qué contamos historias, o en diálogos con colegas y, también, en una interrogación íntima que los escritores solemos hacernos.
Al lector puede interesarle el tema ya que abre caminos en las razones que cada autor, contador de historias, tiene para dedicarse a esa tarea de narrador.
El título para el diálogo público entre las dos escritoras fue “La escritura y el cuerpo” y fue elegido, conforme dice Valenzuela, porque creen que “ambos términos están intrínsecamente ligados”. Dice la norteamericana, que la creencia que la separación entre cuerpo y mente “aún está entre nosotros”. No se ha asumido que la psicología está íntimamente ligada con la fisiología. Expresa que “pensar, recordar y fantasear son procesos fisiológicos, y la neurociencia está develando lo que los científicos llaman los correlatos neuronales entre ambos”.
Afirma asimismo, que “aunque no hay trabajo de ficción sin conciencia de sí y sin lenguaje, los orígenes de la ficción son inconscientes”. Por su parte, Luisa Valenzuela sostiene que “lo que me conmueve y me mueve es el lenguaje, lo que la palabra dice y lo que calla”. Yo por mi parte, agrego lo que siempre he sostenido: escribo por una necesidad visceral de hacerlo. En el acto de la escritura hay conciencia y, a la vez, hay recuerdos que está como guardados en el inconsciente y afloran al momento de la escritura.
La argentina cita a Rudiger Safranski cuando expresa: “En el interior del arte hay un rumor misterioso que amenaza al arte mismo. El misterio procede de la imaginación, que es una creación de la nada”. Esa nada que no es tal porque se nutre de la memoria y los recuerdos, de las experiencias vividas, de la circunstancia que rodea a cada individuo, del propio paisaje y hábitat en que se vive y se actúa.
La imaginación es el motor que crea las historias y las transforma en literatura. Sin la imaginación, pienso, no habría historias contadas. Y asimismo, entran en juego situaciones y razones que muchas veces no se pueden explicar, para encarar una historia determinada. Esas historias que uno no busca de ex profeso, sino que ellas lo buscan a uno.
Hustvedt piensa que “el lenguaje está allí antes de nuestra llegada; está fuera de nosotros”. Y asimismo afirma algo con lo que estoy de acuerdo: “La facultad de la imaginación no puede ser separada de la memoria. Y la memoria consciente no es un depósito fijo en la mente, sino una realidad móvil”. Hay una relación entre imaginación y memoria y hasta con el olvido, que hace que cuando uno escribe, todos esos elementos confluyan y hagan posible la escritura. Es evidente que uno escribe por necesidad. Una necesidad que suele deparar placer. Una necesidad que no puede dejar de aceptársela y es cuando todo el mundo interior asimilado por el escritor, los libros leídos, las experiencias propias y ajenas, todo en suma, aporta algo para esa historia que se ha apoderado de nosotros y nos pide que la contemos.
La novelista norteamericana cita al filósofo francés Merleau Ponty para quien “el mundo nos llega a través del lugar que ocupa nuestro cuerpo. Yo me contacto con el mundo a través de mi cuerpo (…)”; la historias que contamos “es también algo hecho de memorias inconscientes y de percepciones. Está hecha de gestos y movimientos y sentimientos relacionados con el mundo”. Es, en suma, lo que afirmo líneas arriba: las circunstancias que nos rodean, que están fuera de nosotros pero que, al momento de escribir historias, nos nutren directa o indirectamente. Por eso Hustvedt dice: “Los seres humanos somos los únicos animales que cuentan historias, los únicos que se recuerdan como personajes del pasado y se imagina como habitantes del futuro. Percibimos el tiempo de una manera especial. Pero la escritura de ficción emerge de aquello que no sabemos, suspensiones del ser que llamaste lo inefable”.
Sin dudas el diálogo entre las dos narradoras debe haber sido sápido. Porque el tema, apenas esbozado en esta nota, da para muchísimo más. Lo cierto es que entre quienes escribimos hay, en general, una coincidencia de las razones que tratan de explicar por qué escribimos historias. Por qué con la palabra, creación del hombre, que “es hablado por la palabra” según Heidegger, un ser quizá perdido en un lugar del mundo, remoto o cercano, se pone a contar historias. Y son historias que pueden o no perdurar pero que necesitan ser escritas y, una vez escritas, necesitan sin ninguna duda, ser leídos u oídas por otro. Es cuando se entabla la relación dialógica entre el yo y el tú. Entre el escritor y el lector que recibe las historias que aquél ha escrito. Así de simple.

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