viernes, 17 de junio de 2011

BORGES POETA
Escribe Carlos Sforza*
A 25 años del fallecimiento de Jorge Luis Borges, hecho ocurrido el 14 de junio de 1986 en Ginebra (Suiza), por una elección muy especial, quiero recordarlo como poeta. Como hacedor de versos en suma.
Y esa elección tiene que ver, pienso, a que mi conocimiento de Borges a través de la lectura, nace en la segunda mitad de la década del cincuenta del siglo pasado cuando se publicó el libro POEMAS, por Emecé, que reunió los tres primeros libros del escritor; FERVOR DE BUENOS AIRES, LUNA DE ENFRENTE y CUADERNO SAN MARTÍN y Otras Composiciones, que luego integrarían parte de EL HACEDOR.
De aquella época nace mi admiración, que he reiterado en muchas ocasiones, sobre Borges poeta. Puesto que, lo repito, es la faceta creadora de Jorge Luis que considero, personalmente, más valiosa dentro de su obra general.
En una de sus últimas intervenciones, en diálogos públicos, el 6 de agosto de 1985, cuando el coordinador Jorge Cruz inició la reunión, le preguntó al escritor: “¿Sigue sin definición, todavía, la poesía?” La respuesta de Borges fue clara y reiterativa de lo que a lo largo de muchos años sostuvo. Dijo: “La única que yo recuerdo no es una definición, es un ejemplo de poesía. Cuando Platón habla de esa cosa liviana, alada y sagrada, eso, desde luego, nos es una definición, es un ejemplo. Yo sigo siempre buscando la poesía, encontrándola sobre todo en las obras ajenas, no en lo que yo escribo, pero mi destino es ése, un destino literario, y no me quejo de ese destino que consiste, sobre todo, en sentir las cosas. Si uno fuera realmente un poeta sentiría cada momento como poético. Pero no basta con sentirlo, como uno está limitado por el lenguaje y a veces, digamos, favorecido por el lenguaje también. Hace tantos años sigo ese curioso destino de sentir, de tratar de sentir todas las cosas y de tratar de expresarlas. Cuando yo era joven tenía teorías poéticas. Creía, por Lugones, que la metáfora es un elemento esencial del verso. Creí alguna vez que la rima lo fuera, luego traté de excluir la rima. Pero ahora creo que la poesía es un acto mágico. No sé si puede definirse. Como dijo el pintor americano Whistler, y como repito ahora: El arte sucede, es decir, no hay teorías”.
Esta larga cita de Borges la he traído porque, en gran medida, resume su postura ante el hecho poético. Máxime que fue una respuesta dada pocos meses antes de su muerte. Y es, claro, un resumen de lo que en sus largos ochenta años, fue realizando a través de los libros que escribió.
Los tres libros de poemas que conocí de Borges, según anoté más arriba, corresponden a lo que podríamos llamar el primer Borges.
Sucede que cuando regresa en 1921 a Buenos Aires, se produce lo que podríamos decir el descubrimiento de la “ciudad junto al río inmóvil” para llamarla con título feliz de Eduardo Mallea.
Cuando publica FERVOR DE BUENOS AIRES en 1923, Borges muestra un descubrir a Buenos Aires. Un Buenos Aires lejano que se fijará para siempre en la memoria borgeana, y que reaparecerá posteriormente. No la urbe de cemento que reemplazó a la de casas chatas, con patios y traspatios que memora siempre el poeta. Dice: “Las calles de Buenos Aires/ ya son la entraña de mi alma./ No las calles enérgicas/ molestadas de prisas y ajetreos,/ sino la dulce calle de arrabal/ enternecida de árboles y ocasos.”
Horacio Armani escribió que con este libro Borges cambia la mirada sobre Buenos Aires. Dice Armani: “Borges la desnuda (a la ciudad) con mirada metafísica”.
LUNA DE ENFRENTE es de 1925 y Borges dijo, muchos años después de ese poemario lejano en el tiempo que “… la ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima: la de este volumen (Luna de enfrente) tiene algo de ostentoso y de público.” Y recupera dos poemas: “El General Quiroga va en coche al muere” y “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad”. No obstante lo expresado por el poeta, es un libro eminentemente argentino. Lo que pasa es que la visión borgeana no era la que muchos tenían entonces de la Argentina. Concretamente de Buenos Aires en la que se reencuentra el poeta con los temas que había recibido de la memoria que le llegaba de sus ancestros. Así, por citar uno, sus “Versos de catorce”: “A mi ciudad de patios cóncavos como cántaros/ y de calles que surcan las leguas como un vuelo/ a mi ciudad de esquinas con aureolas de ocaso/ y arrabales azules, hechos de firmamento,// A mi ciudad que se abre clara como una pampa,/ yo volví de las viejas tierras del Occidente/ y recobré sus casas y la luz de sus casas/ y la trasnochadora luz de los almacenes/ y supe en las orillas, del querer, que es de todos/ y a punta de poniente desangré el pecho en salmos/ y canté la aceptada costumbre de estar solo/ y el retazo de pampa de un patio”. Y siguen las enumeraciones. Es que Borges ha descubierto su país. Y si es universal, lo es por ser argentino y trascender los límites de su tierra, esa tierra que querría integrada en un gran cosmos, como lo dice en uno de sus últimos poemas. “Los conjurados”, dedicado a Suiza precisamente, donde descansan sus restos.
A su segundo poemario, lo siguió CUADERNO SAN MARTÍN, en 1929. El poemario se abre con “La fundación mitológica de Buenos Aires” en la que se imagina que la ciudad se fundó en su barrio y que concluye con los recordados y repetidos versos: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires/ la juzgo tan eterna como el agua y el aire”.
En sus versos, Borges elimina letras, como la d en mitá, y en Suestada, y le da fuerza, fluidez y lirismo al verso. Es que se ha reencontrado con el lenguaje, con el idioma nuestro, y como él mismo escribiera a raíz de una encuesta sobre El oficio de traducir publicada en la revista SUR en 1976, “Los diccionarios bilingües, por otra parte, hacen creer que cada palabra de un idioma puede ser reemplazada por otra de otro idioma. El error consiste en que no se tiene en cuenta que cada idioma es un modo de sentir el universo o de percibir el universo.”
Después de esos tres poemarios, Borges no insistió en la poesía. Y hay una explicación que la anota en su libro “Las raíces del pensar”, José Luis de Imaz por tres hechos fundamentales en la vida de Borges: El escritor al promediar la treintena comienza a trabajar regularmente, el fallecimiento de su padre, y en la Navidad de ese mismo año (1938) tuvo un gran accidente. Fue en la escalera de su casa y permaneció inconsciente durante varios días Al emerger, con los primeros destellos de lucidez, pidió un lápiz y comenzó a escribir. Pero no poemas sino cuentos. Y de allí en más continuó escribiendo cuentos fantásticos. El cuento que escribió entonces Borges fue “Pierre Menard, autor del Quijote”.
No obstante ello, Borges regresó a la poesía. ¡Y de qué forma! Porque a partir de EL HACEDOR hasta LOS CONJURADOS, la lectura lírica borgeana es un encuentro con la belleza.
Borges no creía, lo expresó y lo transmitió de diversas formas, en la poesía comprometida. “Yo creo, contestó a una pregunta en agosto de 1985, que la poesía tiene un solo compromiso: con la belleza.” Y agregó: “…ahora, eso no quiere decir que los temas políticos no puedan inspirar(…) La poesía comprometida no tiene sentido. La poesía está comprometida con la poesía”.
En los poemas de Borges, del segundo Borges diría mejor, hay temas recurrentes: tal el caso del tigre, que según explicó él mismo, por el que tuvo pasión y admiración desde niño cuando iba al Jardín Zoológico y cita a Blake cuando dice “Que el tigre es un emblema de terrible elegancia”. Asimismo está el laberinto que según sus propias palabras “(…) es el símbolo más evidente de estar perdido”. Y otro de los temas recurrentes es el puñal que sale a relucir en medio de la noche. Borges mismo aclara que “(…) el arma blanca –sobre todo el puñal- viene a ser un símbolo del coraje (…) el puñal es un arma íntima”.
Claro que pese a esos temas recurrentes en la obra borgeana, como escribió Oscar Hermes Villordo, “La impresión más fuerte que le queda al lector de los poemas de Borges es la de la belleza. Más allá de de los laberintos, los espejos y los tigres, lo bello es la presencia constante en sus versos”
Jorge Luis Borges que era un creador por antonomasia, no sólo creó belleza a través del verso libre, a través de la enumeración caótica, sino que manejó con soltura,, con maravillosa perfección los versos clásicos, ya sea en los sonetos a la manera inglesa, los endecasílabos, su incursión, feliz es cierto, en las milongas sobre todo en “Para las seis cuerdas”, que son un poco recoger los motivos orilleros y enhebrarlos, míticamente, con sagas y con historias de otros lares. Ello muestra la ductilidad de que era capaz Borges para tratar distintos temas con diferentes metros, con diversa entonación, pero siempre con esa belleza que, diría, es la característica esencial de su poesía total y que muestra la cadencia, el ritmo, que son esenciales para la alta poesía o, mejor, para la poesía a secas.
En el poeta, como en el escritor de cuentos y relatos siempre bien recordados, en luminosos ensayos y comentarios, hay una duplicación, es la misma que da la metáfora conforme dijo en otra parte, la de los espejos, la del relato “Agosto 25, 1983”, en el que habla de los espejos repetidos, del otro Borges que lo había precedido y cuya firma estaba aún fresca en el libro del hotel y al que encuentra, de espaldas, en la cama de hierro. Los dos Borges que se multiplican y que hacen que, en sus textos nos nutramos muchas generaciones, que encontremos diversas explicaciones y sobre todo, interpretaciones Pero, fundamentalmente, la belleza que sus poemas pueden regalarnos y, por ellos, hacernos comprender lo de Silesius. LA ROSA ES SIEMPRE SIN POR QUÉ.

1 comentario:

  1. Es muy grato reencontrarse con el Borges poeta, a quien confieso no he leido lo suficiente. Reviste a Borges un manto de ser poco accesible, cosa que he comprobado no es más que una creencia cómoda de quienes no se toman el tiempo para disfrutar de un pensador, creador de exelencia.
    "Gradualmente el hermoso universo fue abandonándolo, una terca neblina le borró las líneas de la mano, la noche se despobló de estrellas, la tierra era insegura bajo sus pies" J.L.B.
    La ceguera no le impidió seguir llenado espacios de poesía.
    Espejos, laberintos...misterio. Rebelan el espíritu inquieto y su atracción por lo esotérico.
    Nuevamente debo agradecerle al Conde, la posibilidad de acercamiento al Borges poeta.

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