sábado, 16 de abril de 2011

LIBERTAD Y FANATISMO
Escribe Carlos Sforza*
En un mundo convulsionado, cambiante, vertiginoso, hay poco tiempo para la reflexión. Se actúa más por impulsos que por razonamientos. Se encasillan los hombres y los sectores a los cuales ellos pertenecen, y de allí en más, sólo vale, sirve, lo que esos hombres piensan que es la verdad. Lo demás es el mal que hay que destruir.
Esa actitud que la vemos reflejada en la intemperancia, en la lucha contra el que piensa distinto, dimana de un sentimiento profundo que nace del fanatismo.
Se dirá que hoy por hoy (y como ha sucedido durante siglos más o menos desembozadamente) esa actitud se ve reflejada en el accionar de muchos grupos: políticos, religiosos, de corporaciones, de lo que en lenguaje coloquial llamamos “capillismo”.
En París, en febrero de 1938, el filósofo Jacques Maritain pronunció una muy recordada conferencia sobre el tema “Los judíos entre las naciones”. En una parte de su alocución sostuvo que “En el orden político y moral, el desarrollo de las diversas clases de totalitarismo que miran todos al no conformista como a un enemigo biológico de la comunidad temporal, amenaza la adhesión natural de los judíos a la independencia y la libertad”. Y no se equivocaba el pensador francés puesto que luego devino el holocausto. El pensamiento libre y diferente, es un mal que, conforme a la mirada del fanatismo, no debe ser debatido sino combatido hasta destruirlo.
El fanático se encierra en un círculo del que no puede ni quiere salir. Y en ese círculo está su verdad que debe imponer contra viento y marea. El fanático es el propulsor del fundamentalismo que buscará la lucha para eliminar al otro que no piensa como él, pues dentro de su lógica de hierro, de su encerramiento miope, ese otro es el mal al que hay que extirpar.
¿DÓNDE SE DA EL FANATISMO?
Es sabido y la historia así lo demuestra, que el fanatismo se da en todos los tiempos y en diversas circunstancias se manifiesta con mayor virulencia. No están exentas del fanatismo ni las religiones, ni las agrupaciones políticas, ni las corporaciones de diversa índole. Lo que hay que tener presente y estar alerta, es que ese fanatismo cuando nace si no se detiene a tiempo, crece y se propaga y se transforma en persecución, en atentados, en quema de herejes y brujas en hogueras. Empieza muchas veces como una reacción virulenta ante los adversarios convertidos en enemigos. En crear un ambiente de mentiras en torno a esos considerados representantes del mal (porque no piensan como los fanáticos), en ridiculizarlos, en incitar a los niños y jóvenes al desprecio para crear en ellos el mismo sentimiento fanático de los mentores.
Se coarta la libertad de expresión, se cercenan derechos elementales, se transgreden impunemente las leyes. Todo en aras de la lucha entre el bien y el mal, en un falso maniqueísmo que termina en odio y venganzas.
En política ese fanatismo se manifiesta de diversas formas. Y lo que muchas veces llama la atención es que intelectuales (o así llamados) sumen sus voces de aliento en esa lucha fanática por imponer ideas y destruir a quien no las comparte.
En religión también se da. Hay en las iglesias, y la iglesia católica no es una excepción, sectores que se amparan en la verdad que creen es posesión de ellos solos, y menosprecian a otros sectores o grupos que no pertenecen a su propio círculo áureo.
El teólogo Kartl Rahner en su libro “La libertad de palabra en la Iglesia” sostiene que “Nadie podrá discutir el simple hecho de una opinión pública en la Iglesia” (p.11) y ante el peligro de silenciar voces disidentes dentro de la gran discusión que permite el pertenecer a una iglesia, el teólogo alemán afirma que “Si se quiere conocer, realmente la situación (espiritual, pastoral, social, etc.), se debe dejar hablar a la gente, también en la Iglesia” ya que si no se dejara hablar a la gente, “correrían peligro de gobernar a la Iglesia , burocráticamente desde el gabinete, en vez de escuchar la voz de Dios también en la del pueblo” (pp. 24/26).
Algo parecido había enunciado el P. Leonardo Castellani en 1954, en su famosa carta al Nuncio Apostólico en la Argentina. Y es sabido que por pensar diferente a muchos de la jerarquía eclesiástica, Castellani sufrió como jesuita destierro en Manresa (España) y expulsión de la orden y retiro de las facultades sacerdotales de administrar los sacramentos y celebrar Misa. Cosa que luego, en un acto de misericordia y justicia, le restituyó el recordado Papa Juan XXIII.
¿CÓMO SE PIERDE LA LIBERTAD?
La libertad se pierde de a poco. Como se conquista de a poco. Cuando uno va cediendo ante el avance de los fundamentalismos, deja hacer, baja la cabeza y no se inmiscuye en la realidad circundante, comienza a perder su libertad. En uno de sus recordados artículos en el diario “Combat”, Albert Camus sostenía: “Es verdad que los gobiernos
son culpables de una culpabilidad tan vasta y espesa que ya no se ve su origen. Pero no son los únicos responsables. (…) Si la libertad está hoy encadenada y humillada, no es porque sus enemigos la han traicionado. Es porque sus amigos han defeccionado en parte y porque ella ha perdido en realidad a su protector natural. Sí, la libertad es viuda pero hay que decirlo porque es cierto, ella es viuda de todos nosotros.”
Ese dejar hacer a los que tienen un pensamiento único y creen que es el que vale y lo demás es basura que hay que barrer y quemar, forma parte de la pérdida de la libertad. Tenemos que tener claro que como seres humanos podemos tener distinto pensamiento. Y la forma de llegar a entendernos no es combatiendo y exterminando a quien piensa diferente, sino sentándonos frente a frente y discutir. Podremos llegar a un acuerdo o no. Pero lo que no podemos es destruir al otro porque piensa distinto. Al fin de cuentas, la esencia de la filosofía es saber discutir en un diálogo en el que se exponen ideas y se debate sobre ellas. Lo hacían los antiguos. Lo hacían en le medioevo los verdaderos filósofos (que como en todas partes, había simples repetidores y también no pocos fanáticos). Lo han hecho los pensadores auténticos. Y eso se hace extensivo a los otros estamentos de la sociedad: llámense políticos, gremialistas, empresarios, periodistas…
No podemos quedarnos en una situación que es un soliloquio que a la postre deviene en ese pensamiento fundamentalista y atentatorio contra la libertad. La libertad, claro, se debe conquistar día a día. No se regala así nomás. Se merece. Y para ello hay que luchar.

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