miércoles, 23 de junio de 2010

EL HABLA Y LA EXISTENCIA
Escribe Carlos Sforza*
Sostiene Tomás Abraham que “Lo que se dice necesariamente es. Es imposible decir el no ser. El habla instala la existencia”. Con esta afirmación, el filósofo argentino ubica el nacimiento de la filosofía griega aunque también hace notar la presencia de Heráclito quien afirma que en la realidad acontece el devenir.
Podemos decir, desde nuestra perspectiva, que la palabra hace presente el ser. El habla posibilita no sólo la afirmación presente de quien la dice, sino que posibilita el diálogo donde hay palabras y silencios. Es decir, donde se instala el ser y se dice para que el otro reciba esa palabra. Y mientras ello sucede, el que emitió la palabra entra en silencio y ese silencio es también, una afirmación del ser. Hay, a través de la palabra, un encuentro dialógico entre el yo-tú que hace posible la convivencia y eleva el pensamiento gracias a ese encuentro.
Cuando la palabra entra en la escritura, cuando se deja la oralidad, resulta imprescindible que ese decir sea justo, apropiado, no elusivo ni desfigurado, para que el otro, el lector potencial de lo escrito, pueda recibirla y apropiarse de ella como un verdadero tesoro. Eduardo Mallea afirmaba que “la grandeza de un escritor y su prueba verdadera consisten en cómo se ha escrito lo que estaba destinado a decir”.
Octavio Paz en su libro “Vislumbres de la India” escribió que “(…) un libro de poemas es una suerte de diálogo en el que el autor intenta fijar ciertos momentos excepcionales, hayan sido dichosos o desventurados (…)”. Por eso adentrarse, como lectores, en un poema no es sólo un encuentro con el poeta, el hacedor, sino entrar en una relación dialógica con aquellos momentos excepcionales que nos transmite el creador.
La presencia del ser por la palabra demanda, en el caso del escritor, que en el verbo esté la vida. Eso significa que esa vida presente en la palabra, es la que a la postre salva el ser que encarna la palabra dicha o escrita. De lo contrario caeríamos en un bla-bla incesante donde la palabra pierde significado, presencia transformadora.
En la creación del lenguaje a través de la palabra que es vida y afirma la presencia del ser, ese lenguaje debe ser fiel al hacedor. Porque precisamente el creador mantiene esa fidelidad pese a las aparentes diversidades que puedan encontrarse en sus diferentes creaciones.
El citado Mallea, que escribió lúcidas páginas sobre el lenguaje, sostiene que el lenguaje creador es cuando se define como invento puro y a la vez como original. Así afirma: “Original quiere decir lo que se crea diferente desde el origen, lo que pertenece al origen. Y es la aparición y existencia de ese elemento de lenguaje original poderoso lo que hace que una obra de creación exista en sí, ya que, si no, no habría necesidad de hacer eso que se llama novelas, o poemas, y la Ilíada y la Odisea habrían quedado siendo tradición oral y no escrita. El lenguaje creador decide que una obra salga a ser, que salga a ser lo que ha querido ese singular lenguaje.”
La presencia del ser se patentiza por el habla. El habla es la que da existencia, la que hace presente al ser en la palabra. Esto lo entendieron los creadores de la filosofía griega y, diría yo, no sólo ellos, sino la escritura del Apóstol San Juan cuando estampa en el comienzo de su Evangelio: “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Biblia de Jerusalén, S. Juan, 1, 1-3).
La palabra que forma el lenguaje, es la casa del ser. Así lo han entendido muchos desde la antigüedad hasta la modernidad. En su Carta sobre el Humanismo, Martín Heidegger escribió: “El lenguaje es la misma mansión del ser. En su abrigo habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de este abrigo. Su guarda es el cumplimiento de la revelabilidad del Ser, en tanto que por su decir, hacen acceder al lenguaje esa revelabilidad, y la conservan en el lenguaje” (p. 25).
El filósofo alemán, hablando en cierta ocasión de Hölderling dijo que “Lo que existe, los poetas lo fundan” y que “poesía es la fundación del ser por la palabra”. Entonces tenemos que tener presente siempre que el habla instala la existencia. De allí la importancia de la palabra. Que siempre va acompañada del silencio. Es como una afirmación del ser que dice y que calla. En esas dos instancias que hacen a la vida del hombre, del creador, del hacedor, se centra la razón de ser de esa caña pensante que es el hombre como supo definirlo Blas Pascal.
De todas maneras debemos tener sumo cuidado en el uso del lenguaje, debemos respetar la palabra y no desvirtuarla porque estaríamos sacrificando lo que es esencial y diferencial en los humanos. Italo Calvino advertía en una de sus conferencias que existe una epidemia pestilente que azota a la humanidad en el uso de la palabra. Afirmaba el gran escritor italiano que “ existe “una peste del lenguaje que se manifiesta como una pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias”. Ante esta realidad, el autor de Las Ciudades Invisibles, no se pregunta sobre los orígenes de esta epidemia (aunque enumera algunos), sino que lo que le interesa “son las posibilidades de salud. La literatura (y quizá sólo la literatura) puede crear anticuerpos que contrarresten la peste del lenguaje” (Seis propuestas para el nuevo milenio, p. 68).
Conviene que reflexionemos sobre estas cosas que hacen a lo que caracteriza al ser humano: la palabra. Que es mansión del hombre y a la vez de ser su casa, el hombre, usted lector y yo, debemos defenderla para que continúe siendo la creadora del ser y que el habla siga siendo la que instala la existencia.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

1 comentario:

  1. Nuevamente el autor de la nota nos invita a la reflexión sobre la palabra, su importancia como significante de vida, y lo hace no sólo desde el lugar del escritor, sino como postura filosófica, existencialista a mi entender, donde la palabra ocupa un lugar único, de ahí el compromiso de todos en su rescate y respeto.
    Palabras y silencios se entrelazan configurando una red vincular entre los hombres. Me resta el agradecimiento a él y a todos los que nos llaman a la reflexión y al buen uso de las palabras.

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