martes, 16 de marzo de 2010

SABER ESCRIBIR LO QUE SE QUIERE DECIR
Escribe Carlos Sforza*
Es ya un lugar común decir que los hombres no se expresan con claridad ni con propiedad. Es sabido que asistimos a una lamentable deformación de nuestro idioma (el español o castellano). Que en los medios de comunicación se emplean palabras inexistentes como neologismos que luego desaparecerán como desaparecen las estrellas fugaces. Que ese lenguaje se transporta al pueblo y en las conversaciones cotidianas se distorsiona de tal manera que se comienza a vivir una nueva babel del lenguaje.
Hay que hablar con claridad, con precisión, con justeza. Y ante la duda, recordar que el hombre es el amo de sus silencios y es el esclavo de sus palabras. Y si esas palabras o la palabra, están deformadas, se convierte el que las expresa en un mal esclavo de ellas. Y cae en una especie de trampa de la cual es muy difícil salir.
EL ESCRITOR
En el caso del escritor el tema es más delicado habida cuenta que se trata de alguien que quiere transmitir una idea, crear una historia, ser hacedor de un poema en verso.
El hoy olvidado por muchos escribidores, Eduardo Mallea fue y es en su obra que lo hace perdurar entre nosotros, un intelectual preocupado por lo que es la palabra, por lo que significa la palabra en la escritura. De allí que él, como lo he hecho yo en algunas ocasiones, rescate una frase de William Faulkner que tiene gran significación y no pocas implicancias. Decía el autor de “Agosto” que lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice. Como anota Mallea, “se trataba naturalmente de la opinión de un novelista sobre su propio arte. Pero alcanzaba al arte de escribir en general”.
El valor del verbo, de la palabra es tal en la medida en que ocupa su lugar y expresa con precisión y hasta con galanura, lo que se quiere decir. Y si tomamos el Evangelio según San Juan, el evangelista habla del Verbo que era Dios, que en el Verbo estaba la vida. Ese pasaje de San Juan que he citado muchas veces, también lo encuentro en los escritos de Eduardo Mallea. Y basado en él, el autor de “Historia de una pasión argentina” escribe: “El hombre que alguna vez se ha propuesto crear algo poéticamente, sea poesía, novela o drama, descubre, en cuanto su inteligencia se vuelve experta, que lo que ha de salvar o matar su producto dramático es precisamente aquello de estar o no la vida en el verbo”.
Para que ello suceda es necesario utilizar la palabra como debe ser usada. Escribir lo que se quiere expresar de forma tal que pueda comunicarse con el receptor. Pero no, en el caso de una obra literaria, como una simple información sino con los condimentos propios que le confiere calidad de arte a lo que se ha escrito.
Reconocemos a un verdadero creador cuando reconocemos su lenguaje. Cada escritor tiene una impronta en su lenguaje que es como el sello que lo identifica y diferencia de otros escritores. Es un estilo que debe imponerse por propio peso de la palabra dicha, de la palabra escrita.
PESSOA Y LA LITERATURA
El poeta portugués Fernando Pessoa en “Eróstrato y la búsqueda de la inmoralidad” nos acerca sus reflexiones, breves, casi lapidarias, sobre la literatura y las celebridades o seudo celebridades que se han valido de ella. Así dice que “Toda celebridad vive en verdad en la medida en que puede ser leída o en que se lee acerca de ella. El hombre de acción no vive más allá de su acción; es el historiador quien lo hace vivir. Toda celebridad es en verdad literaria, porque la literatura es la verdadera memoria de la humanidad” (p. 68).
Es claro que para que ello se cumpla debe darse la existencia de verdaderos escritores, de auténticos hacedores de ficciones o de versos que sepan encontrar la palabra justa. Que el cómo se dice tenga la importancia de ser un valor ineludible de la escritura para que lo dicho adquiera entidad por sí mismo a través del verbo que es y da vida.
Lamentablemente también hoy asistimos a la presencia de escribidores que creen ser artistas y no saben que para serlo no hay que estar llenos de ideas sino tener ese duende que unos lo tienen y otros no. Y saber dar con la forma y el lenguaje apropiados para que las palabras sean más importantes que el silencio.
En la obra citada, Pessoa alertaba ya sobre la existencia y la proliferación de esos falsos o seudos escritores. Así escribe que “El artista inestético y la canalla triunfante se han transformado en productos distintivos de nuestra civilización” (p. 94).
Como decía Vargas Llosa en “Cartas a un novelista”, “Un tema de por sí no es nunca bueno ni malo en literatura”. Y a renglón seguido agregaba que “Todos los temas pueden ser ambas cosas, y ello no depende del tema en sí, sino de aquello en que un tema se convierte cuando se materializa en una novela a través de una forma, es decir, de una escritura y una estructura narrativas. Es la forma en que se encarna, la que hace que una historia sea original o trivial, profunda o superficial, compleja o simple, la que da densidad, ambigüedad, verosimilitud a los personajes o los vuelve unas caricaturas sin vida, unos muñecos de titiritero” (p.37). Es la organización, con un cierto orden, de las palabras. Es, como afirmaba el novelista estadounidense, cómo se dice, lo que hace que una obra literaria sea eso o se convierta en una caricatura cuando no en un mamarracho.
Todo lo escrito está dicho para justificar con largueza la actualidad del título de esta nota.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

2 comentarios:

  1. Como bien afirma el autor de la nota, las palabras adquieren su verdadera significación según como estén dichas, o escritas, y según como estén combinadas entre sí. Bien es sabido que el lenguaje nos identifica como seres humanos, nos da "forma", será quizas por este mal uso de las palabras que nos estemos deformando? Nuevamente el autor nos da motivos para pensar y reflexionar. Dejo aqui mis palabras, me llamo al silencio y me pongo a pensar....

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