viernes, 25 de marzo de 2011

UN PENSADOR POLÉMICO
Escribe Carlos Sforza*
Hace treinta años, el 15 de marzo de 1981, moría en Buenos Aires el Padre Leonardo Castellani.
Con él, pese a la diferencia de edad, me unió una gran amistad y aparte de haberlo conocido personalmente y conversado largo y tendido en su departamento porteño de calle Caseros, mantuvimos una continua comunicación epistolar.
Castellani brilló con luz propia desde muy joven. Estudió en nuestro país y se perfeccionó en Europa, donde fue discípulo de Joseph Marechal el recordado autor de “El punto de partida de la Metafísica”. Aprovechó su estada en Francia para asistir en ka “Ecole d’Antropologie” de París a las clases del P. Marcel Jousse, especialista en psicología lingüística aplicada a la crítica bíblica, que Castellani utilizó e hizo conocer a muchos, en el estudio introductorio a su libro “El Evangelio de Jesucristo” (1958) donde comenta los evangelios de los domingos y que, con su estilo personalísimo, introduce mucha luz en la interpretación de los mismos.
En Francia, asistió a las famosas reuniones de Meudon, organizadas por los esposos Jacques y Räissa Maritain y en las que alternó con Jean Cocteau, Gustave Thibon, Stanislas Fumet, Jacques Madaule y muchos otros destacados intelectuales que eran habitués a esos encuentros.
En 1929, estando en el Vaticano, estuvo con Gilbert K. Chesterton a quien hizo conocer con sesudos estudios en nuestro país incluidos en su libro “Crítica Literaria” (1945) en el que también descubre para muchos lectores argentinos a Paul Claudel.
Fue ordenado sacerdote el 31 de julio de 1930 en la iglesia romana de San Ignacio por el Cardenal Marchetti-Selvaggiani. Al recordar ese momento, Castellani escribió: “Me emocioné mucho. Estuve llorando todo el tiempo”.
TITULOS ACADÉMICOS
El P. Leonardo Castellani obtuvo diversos títulos académicos en su larga y azarosa vida. Así fue Doctor en Teología por la Gregoriana y en Filosofía por la Sorbona. Asistió a cursos de los grandes maestros de teología, filosofía y psicología en su estada europea. Discípulo de Santo Tomás a través de la exégesis que del aquinatense hizo Joseph Marechal, fue asimismo lector de Rosmini. El filósofo y amigo Alberto Caturelli escribió que Leonardo Castellani ha mostrado “un pensar escatológico, doloroso y místico. Por él pasa la Argentina contradictoria, la lucha con los hermanos, el dolor de la creación y, sobre todo, por él pasa la evidencia de la Existencia como radicalmente re-ligada”. Otro filósofo amigo, que en más de una ocasión pasó por Victoria (Entre Ríos) y me visitó en mi casa en calle Sarmiento, Luis Farré, escribió que Castellani “profesa un escolasticismo crítico, mesurado, no solamente conocido, sino profundamente vivido… Su alerta contra el intelectualismo plasmó luego en una transfiguración por el dolor, que convierte a un hombre en signo. En el dolor del hombre religioso está la existencia del gran salto, en una intuición que lo aproxima a Kierkegaard”.
De él, expresado por el propio Castellani, el P. Gaynor dijo, después de escucharlo en una conferencia, “Padre, ya sé lo que es usted. Usted no es tomista, es agustiniano”. Y el propio Castellani expresó al respecto: “Pero Santo Tomás también fue agustiniano. De manera que puede ser que haya alguna dosis mayor de agustinismo en mí; pero en el fondo, yo soy tomista”.
Diría yo, que Leonardo Castellani recibió una verdadera impronta de San Agustín, como filósofo de la existencia. De allí el estudio, conocimiento y valoración que el autor hizo, entre otros, del danés S. Kierkegaard.
Fue docente, crítico, escritor, periodista, pensador y, esencialmente hombre religioso y comprometido con el dolor de una Argentina que amaba y a la que, como el tábano de Sócrates, permanentemente la picaba para mantenerla despierta.
SUS LIBROS
La bibliografía de Castellani no sólo es amplia en cuanto a libros publicados sino lo es en cuanto a los géneros y materias que abarcaban. Desde la teología, pasando por la filosofía, la psicología, la crítica literaria, la novela, las fábulas, los cuentos policiales, nuestro autor abordó los más diversos géneros en sus muchos libros.
Entre nosotros en 1944 comenzó a traducir y anotar la Suma Teológica de Santo Tomás en una edición que se publicó en veinte volúmenes y que luego continuó el P. Ismael Quiles, otro gran filósofo especializado en las filosofías orientales.
Quiero rescatar lo que Castellani escribió en el Anteprólogo de esta monumental obra que se editó en nuestro país, sobre el filosofar: “La discusión es absolutamente necesaria en filosofía, cuando menos como método didáctico. Nadie puede enseñar la filosofía, se puede enseñar a filosofar. Filosofar es ejercitar la propia razón sobre los primeros principios hacia las últimas razones de las cosas”.
En 1946 se publicó el libro “Lugones” en el que analiza la obra poética y en prosa de don Leopoldo y rescata la figura de gran poeta nacional y, al referirse al suicidio del escritor en una casa del Delta, concluye que don Leopoldo estaba animado por una actitud: la de sentir la Argentina.
Anteriormente había publicado un libro en el que muestra las líneas esenciales de su Psicología. Se trata de “Conversación y crítica filosófica” (1941). También, con anterioridad, había reunido una serie de ensayos sobre la educación que publicó en 1939 bajo el título de “La reforma de la enseñanza”.
Como autor de cuentos policiales, Leonardo Castellani es uno de los nombres insoslayables en cualquier enumeración referida al género en nuestro país. Fue el creador del P. Metri, sacerdote detective, una versión criolla del P.Brown de Chesterton que el autor, conforme lo ha dicho él mismo, tomó de un personaje real del norte del chaco santafesino.
En “El nuevo Gobierno de Sancho”, campea el humor a la par que penetra en profundidad en diversos estratos y dolorosas llagas de la vida argentina. No puedo dejar de mencionar la labor de fabulista criollo de Castellani, reunidos sus trabajos en “Camperas” donde se sirve de los elementos de la flora y la fauna y de los hombres de nuestros país, para relatar hermosas fábulas que lo colocan entre los grandes fabulistas argentinos.
La novela “Su Majestad Dulcinea” (1956) es una obra que cala hondo en el ser nacional. Gaspar Pío del Corro la llamó en su momento “una novela teológico-nacional”. Leerla es encontrarse con las heridas profundas de nuestros males y, a la vez, transitar por una obra profunda y que a la postre, hace pensar.
A esta novela siguió “Juan XXIII (XXIV). Una fantasía” que es una obra original, fuera de serie, con un personaje también fuera de serie como es el Papa Don Pío Ducadelia, a través de quien, también algunas ideas fuera de serie del autor, son llevadas a la Cátedra de Pedro por el Papa argentino.
Libros donde campea la teología y la exégesis bíblica son “El Evangelio de Jesucristo” (1958), “Las Parábolas de Cristo” (1959), “Doce parábolas cimarronas” (1959). A esta labor, el P. Castellani añade una traducción e interpretación del libro de la Revelación, como lo llama, bajo el título “El Apocalipsis de San Juan” (1963) y “La Iglesia Patrística y la Parusía” (1962) en el que toma como base el texto del P. Florentino Alcañiz y realiza lo que él llama la vía media: “insertar el texto literal del autor en un marco nuestro, que no toque el texto, mas lo encuadre en convenientes o necesarias elucidaciones”.
COLOFÓN
Podría seguir con el análisis de otros libros y artículos de Leonardo Castellani. Pero creo que como necesario recuerdo a su figura quizá hoy ignorada por cierta seudo inteligencia argentina, con lo dicho basta. Y, a la vez, como homenaje a quien me honró con su amistad y me nutrió con sus escritos.
Leonardo Castellani había nacido en Reconquista (Santa Fe) el 16 de noviembre de 1899.

miércoles, 16 de marzo de 2011

LO FANTÁSTICO
Escribe Carlos Sforza*
Mucho se ha hablado sobre lo fantástico en la literatura. Para dar un ejemplo, diría que Edgar Allan Poe, creador del cuento policial al decir de Borges, fue uno de los grandes precursores de lo fantástico. Sus cuentos deambulan entre lo fantástico y lo extraño.
Tzvetan Todorov define lo fantástico de la siguiente manera: “En un mundo que es el nuestro, el que conocemos, sin diablos, sílfides, ni vampiros que producen un acontecimiento imposible de explicar por las leyes de ese mismo mundo familiar. El que percibe el acontecimiento debe optar por una de las dos soluciones posibles: o bien se trata de un ilusión de los sentidos, de un producto de la imaginación y las leyes del mundo siguen siendo lo que son, o bien el acontecimiento se produjo realmente, es parte integrante de la realidad y entonces esta realidad está regida por leyes que desconocemos (…) Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre. En cuanto se elige una de las dos respuestas se deja el terreno de lo fantástico para entrar en un género vecino: lo extraño o lo maravilloso. Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural.”
Poe, por su parte, conforme a la definición de Todorov, camina por la cuerda floja. Anda en una zona fronteriza entre lo propiamente fantástico y lo extraño. Él describe cierta atmósfera, presenta personas que parecen estar prontas para el sillón de un psicoanalista (tal el caso de “William Wilson”), y es el lector el que descubre y pone en cierta medida, ese ámbito de lo fantástico en los cuentos del autor.
De allí que de Poe a la fecha, lo fantástico en la literatura ha pasado por diversas etapas. Pensemos en los cuentos de Horacio Quiroga, para dar un ejemplo nuestro.
Muchos relatos de Ray Bradbury transitan el género de lo fantástico. No solamente los de ciencia ficción o fantaciencia, sino otros, como “El hombre ilustrado”. Es que el hombre escritor con su imaginación desafía muchas veces las leyes de la naturaleza, y penetra en la psicología profunda, misteriosa del ser humano que encarna a sus personajes.
Lo fantástico está presente, a veces sin quererlo el autor, en cuentos y narraciones de diversa índole. En mis cuentos y novelas, aparece lo fantástico en muchísimas ocasiones. Piensen los lectores en mi novela “Como a través del tiempo…” y comprueben si hay o no, elementos fantásticos. Y en cuento recogidos en varios de mis libros también. Muchas veces sucede que lo fantástico se mezcla con lo puramente realista y produce un contraste que da consistencia al relato. Que logra que el lector siga con atención la narración y se sumerja en ella como parte misma del relato.
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo publicaron en 1940 “Antología de la literatura fantástica”. Y en el prólogo que firma Bioy Casares en esa primera edición afirma que “Este volumen es, simplemente, la reunión de los textos de la literatura fantástica que nos parecen mejores.” Y el propio Borges, en otra parte, escribió que “(…) toda la literatura es esencialmente fantástica (ya que) la idea de la literatura realista es falsa.”
Sabemos que los géneros en literatura se crean para poner cierto orden en un gigantesco mar como es el de la literatura. Y dentro de ello, existe lo fantástico. De allí que en la reedición de la mencionada obra, como Posdata al Prólogo, El mismo Bioy Casares aclara por qué atacaban a las novelas psicológicas y 25 años después (la reedición se hizo en 1965) dice que “Desde luego, la novela psicológica no peligró por nuestros embustes: tiene la perduración asegurada, pues como un inagotable espejo refleja rostros diversos en los que el lector siempre se reconoce”. Y más adelante agrega: “Tampoco peligra el cuento fantástico, por el desdén de quienes reclaman una literatura más grave, que traiga algunas respuestas a las perplejidades del hombre (…) moderno.”
Lo psicológico puramente realista, lo fantástico, lo policial, la vida propuesta desde diversos ángulos y con diferentes cristales, es lo que ayer, hoy y mañana, ofrecen y ofrecerán las novelas, los cuentos, en suma las ficciones de los escritores. Lo que importa, lo reitero una vez más, es que lo que se escriba sea buena literatura.

domingo, 13 de marzo de 2011

¿ES EL ARTE UNA MERCANCÍA?
Escribe Carlos Sforza*
Vivimos tiempos difíciles. Lo son así, puesto que la misma aceleración de la historia de que en el siglo pasado hablaba Peguy, lleva a ese ritmo que dificulta la marcha. Es decir, la propia vida.
Hoy asistimos en el mundo globalizado, a una carrera desbocada por lograr un buen negocio. Es como si todo estuviera comercializado. Todo tiene un precio y de ahí en más, vemos que muchos hombres se convierten no sólo en lobos del hombre, sino en traidores a los principios que alguna vez dijeron que los guiaban en su quehacer mundanal.
Todo parece que tiene un precio. Se advierte en las distintas actividades en las que se implica el accionar humano. Hay políticos que se transversalizan para sacar un provecho en su favor. Los hay que nunca tuvieron principios ni convicciones firmes, y trasbordan de un partido, de una ideología, a otra. Hay comunicadores que no hesitan en cambiar su pensamiento en aras de obtener un beneficio. Hay artistas que se venden al mejor postor. Hay gremialistas que en vez de defender a los agremiados, lucran y tranzan en provecho propio o de su familia. Hay profesionales que se olvidan de su juramento y convierten la profesión en un comercio.
También hay políticos, comunicadores, artistas, gremialistas y profesionales que se mantienen firmes en sus principios y, pese a los cantos de sirena, no claudican nunca.
En el caso concreto de los escritores, incluidos en el rubro de los artistas, tenemos casos de trepadores que buscan muchas veces el amparo del poder para lograr sus objetivos. Los hay que no trepidan en dejar de lado su libertad de pensamiento para defender una ideología que mandan los jerarcas de turno. Hay, también, los que buscan la popularidad y venden sus escritos convirtiéndose en simples escribas mercenarios.
El arte, la escritura no tiene precio. Hay libros que dentro de un período corto de tiempo serán olvidados y sus autores ignorados, que en el mercado cotizan a precios altos (o altísimos). Muchos de ellos, si no la mayoría, es pura basura. Hay excelentes obras literarias que carecen de venta, que se ignoran por la crítica interesada en otros negocios, y que no llegan a las grandes editoriales que se manejan con la ley del mercado. De allí que hoy, con el aumento de la población mundial y, obviamente de quienes dentro de esa población escribe, se multiplique las ideas para poder entrar en el circuito cultural de la literatura y establecer la relación fundamental del libro que llega a un lector.
Se crean cooperativas, se buscan otros soportes como es la pantalla de la computadora, se realizan reuniones grupales para dar a conocer lo que se escribe. En suma, se trata de mantener viva la llama de la escritura a través de esos módicos elementos de que la mayoría de quienes escriben tienen a su alcance.
Heinrich Böll sostenía en un artículo, que la calidad del arte nunca depende del precio que se le ponga. Afirmaba que “el arte se expone desde luego, y se ofrece: una novela por el mismo precio que una entrada al cine; un cuadro por lo que cuesta un buen almuerzo entre gentes de negocios. Estas cosas se hallan en el mercado pero el arte todavía no es una mercancía, ni puede convertirse en tal, mientras el que le da vida no se convierta en traidor a sí mismo y facilite su zona secreta a los inquisidores de mercados.”
El arte, la literatura, no vale entonces, por el precio de venta que tenga el libro. Vale por lo que él mismo es. Si es buena o mala literatura. No podemos hablar de otra manera. También podemos decir que una obra de arte, que el artista regala, que carece de precio de venta y de compra, será valiosa si es verdadera obra de arte. Y valdrá, no en dinero sino en sí misma, por lo que valga en cuanto es una buena o es una mala obra de arte.
Se dirá que el artista, el escritor, tiene que comer. Los pragmáticos siempre lo han sostenido. Pero no sólo de pan vive el hombre como está escrito en la Biblia. Y la mayoría de los escritores no vive de lo que publican en formato de libro. Muchos de ellos se han nutrido en la faz económica, ejerciendo los más disímiles trabajos.
En nuestro país, muchos de los escritores han ejercido el periodismo y algunos han sido eximios en su labor como periodistas y como escritores, Tal el caso de Roberto Arlt, de Alberto Gerchunoff, de Manuel Mujica Láinez, de Eduardo Mallea, para citar unos pocos de los muchos que quedan en el tintero.
Hay quienes intentaron otras vías para poder vivir, como lo hizo Horacio Quiroga con sus emprendimientos fallidos en Misiones. Hay quienes fueron sencillos empleados públicos como Juan L. Ortiz. No pocos vivieron (y viven) de sus trabajos como docentes en universidades, escuelas superiores o sencillamente en la escuela primaria o secundaria.
Sin dudas, los auténticos escritores no se mercantilizan porque por encima de ello está su férrea voluntad al servicio de una unívoca vocación.
Son los que a la postre valorizan con sus obras la literatura. No por el precio o las ganancias que le proporciona, sino por la certeza de que están creando algo que vale por sí mismo más que cualquier precio que el mercado pretenda ponerle.
Entonces, a la pregunta que plantea el título de esta nota, respondo que el arte no es una mercancía Trasciende cualquier valoración económica para transformarse en un valor único por sí mismo. Por lo que cada obra, encierra como una creación irrepetible y, a la vez, trascendente por su valor como obra de arte.
Hablando de un poeta, Mario Benedetti afirmaba que “la verdadera justificación reside en la sensibilidad y el talento del poeta.” Es decir en lo que los versos que ese poeta crea, sean buena literatura. Ese es el único valor que cuenta al hablar de una obra de arte. Lo reitero: es buena o mala literatura. Lo demás, es puro cuento como dice el tango.