domingo, 26 de septiembre de 2010

NUEVO APORTE A LA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Nuestra provincia se ha caracterizado por la cantidad y calidad de sus poetas. Ello no desmerece, claro, la existencia de escritores valiosos que cultivan otros géneros que no pertenecen a la escritura en versos.
Esa verdad de Perogrullo sirve de pie para escribir sobre una obra recientemente publicada y cuyo autor es Héctor César Izaguirre.
EL AUTOR
Izaguirre es oriundo de San José (Departamento Colón) pero diría que por residencia y trabajo, es una parte importante de los intelectuales de Concepción del Uruguay. Ha ejercido la cátedra de Castellano y Literatura en diversas instituciones como el Colegio Nacional del Uruguay, la Escuela Normal, los Cursos del Profesorado de la misma ciudad y de Concordia, entre otras casas de estudio. Como escritor ha sido galardonado en numerosas ocasiones, destacándose entre otros, el Premio “Fray Mocho” (en colaboración) en dos oportunidades, en el género ensayo. La provincia de Entre Ríos le concedió el Premio al Mérito Artístico. Sus trabajos en diarios y revistas son numerosos y siempre hemos rescatado la labor desarrollada en la Revista SER de Concepción del Uruguay junto al recordado Roberto Parodi y sus estudios publicados en los tres tomos de la Enciclopedia de Entre Ríos, dedicados a la Literatura. Publicó “Defilippis Novoa: una dramaturgia al servicio de la redención del hombre” (Premio “Fray Mocho”, en colaboración con Laura Erpen), el poemario “De otoño y raíces encendidas”, “El Colegio del Uruguay”, “La Fraternidad”.
Conozco a Héctor Izaguirre desde hace años y sé de su valor como ensayista, poeta y conferenciante.
EL LIBRO
Y ahora nos acaba de regalar un nuevo poemario: SINFONÍA GUALEYA (Editorial Dunken, Ilustración de tapa de Luis Alberto Salvarezza, Buenos Aires, 2010, 88 páginas).
Leer este libro de Izaguirre es adentrarse en las entrañas mismas de nuestra gran hembra fluvial: Entre Ríos. Y es hacerlo a través de la recuperación lírica del Río Gualeguay, con todas las connotaciones que ese flujo de agua conlleva.
Es evidente que este trabajo de Izaguirre es original y a la vez de una textura envidiable. Original por cuanto nos sumerge en muchas voces de otros poetas, y arranca del mitológico Ñamandú, el que creó la tierra primeriza, para hacer todo un periplo que es como si anduviera por un tiempo circular y regresar a ese creador primero.
Es evidente que el poeta conoce a fondo la literatura entrerriana, sabe de sus voces, sabe de sus cantores populares, sabe de lo que la tierra que habitamos en esta parte de la Argentina significa y encierra. Ello hace posible que su canto nos introduzca en distintos momentos, con diferentes voces; toma versos prestados de autores que nombra y, a la vez., introduce su temple anímico para que la sinfonía no sea una enumeración caótica, sino una armoniosa composición lírica que con el rescate del Gualeguay, no hace sino rescatar la esencia de la entrerrianía.
Hay recuerdos, hay hombres y mujeres que han cantado a estos lares, hay naturaleza y colores, sabores y hasta olores, en esta SINFONÍA GUALEYA. Y lo que es importante, la carnadura que elige el autor para darnos este libro, es la adecuada. Porque mezcla el pasado legendario, el pasado histórico y el presente y, por qué no, nos proyecta hacia el futuro. Y lo hace con alegorías, con adjetivación justa, con metáforas, con comparaciones. Porque en todo el libro prima un tono diría elegíaco y hasta epopéyico. Sin descuidar las formas y con versos que denotan el dominio del poeta sobre los a veces encabritados modos que presenta la escritura.
Diría que este aporte de Héctor César Izaguirre es uno más que se suma a lo que han hecho nombres ya señeros en estas lides. Y hablo, para citar unos pocos, de Carlos Mastronardi, de Juanele, de Alfredo Veiravé, de Jorge Martí de Delio Paniza, de Rubén Vela, de Miguel Ángel Federik… Y es claro que la mayoría de las voces que resuenan en los versos de Izaguirre, quedan afuera de los enunciados. Pero están ahí. Y esperan que el lector se introduzca en la obra, recupere esas voces en la voz del autor y goce con la lectura de este original, hermoso y perdurable libro de Héctor César Izaguirre.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

lunes, 20 de septiembre de 2010

Sobre Bradbury

Mi nota sobre los noventa años de Ray Bradbury, provocó un feliz comentario de mtreseses. Y dice bien quien hace el comentario al explicitar que la narrativa de Bradbury no se agota en la ciencia ficción, sino que va más allá con narraciones fantásticas y a la vez, sugeridoras pero siempre con ese tono tan especial que es lo que llamaría el estilo de la escritura de Bradbury. mtreseses dice que leyó en su juventud varias de las obras fundamentales del estadounidense. Y habla de lo bien que le han hecho. Es que cuando uno se compenetra con una narración, cuando goza con su lectura, cuando al fin de cuentas no hace sino recibir un bien, esa lectura marca al receptor del mensaje y de una u otra forma, produce en él un cambio. Cambio que se traduce luego en un pensamiento, en una escritura, en un dibujo y hasta en una visión nueva sobre la vida. Gracias por el comentario, mtreseses.

viernes, 17 de septiembre de 2010

LOS NOVENTA AÑOS DE BRADBURY
Escribe Carlos Sforza*
Decir que Ray Bradbury ha cumplido noventa años es trivial. Lo es por cuanto sabemos de su longevidad y, sobre todo, de su actitud creadora que se ha batido en mil batallas con la escritura y ha salido triunfante de ellas.
Decir el nombre de Ray Bradbury es para muchos, hablar de una de las expresiones máximas de la ciencia ficción. Yo agregaría que es también hablar de un escritor de literatura fantástica y de un narrador que tiene cuentos y novelas de extraordinaria factura literaria no exenta, claro, de un sutil toque de poesía.
Tzvetan Todorov escribió que “la fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural”. Y podríamos agregar que el narrador cuando afronta lo fantástico, transgrede esas leyes y se sumerge en un mundo donde todo es posible. Y muchas veces, como sucedió con Julio Verne y otros autores, esas transgresiones no son sino anticipaciones a hechos que luego sucederán.
Bradbury está en la línea de los grandes creadores de ciencia ficción o fantaciencia (como la llamaba Castellani). Y el puesto que ocupa entre los grandes autores del siglo pasado y de lo que va de éste, lo ha ganado con una obra continuada, en la que aparece la gran imaginación del creador y un trabajo constante y pertinaz.
No en vano se ha dicho que Bradbury “ha recorrido caminos disímiles: las rutas solitarias que atraviesan el corazón de los pueblos pequeños de su país, los senderos extraviados que llegan a lugares oscuros y peligrosos, y las veloces autopistas interestelares que se extienden sin límites por los planetas más lejanos. Maestro de los narradores norteamericanos, pionero de la fantaciencia, Ray Bradbury nos hace cerrar los ojos para llevarnos en un viaje vertiginoso a través de los mundos de su imaginación”.
Lo notable de este escritor es la soltura que tiene para presentar diversos tipos de literatura fantástica. Además de su nombrada “Crónicas marcianas” (1950), su nombre es reconocido en el mundo por su celebrada novela “Farenheid 451 (1953) que fue llevada al cine por F. Truffaut. Pero para quienes hemos seguido la trayectoria de la narrativa del autor estadounidense que nació en Waukegan, Illinois, en 1920, no nos son desconocidas sus incursiones por lo fantástico en obras celebradas como “Las doradas manzanas al sol”, “El hombre ilustrado”, “El país de octubre” que es un libro que a mí, personalmente, me gusta sobremanera.
El nonagenario escritor nos da varias pistas sobre lo que para él es la ciencia ficción, la literatura fantástica y las narraciones de anticipación, en un libro que nos muestra su pensamiento y nos devela un poco la vida del autor. Se trata de “FUEISERÁ” que subtituló “Respuestas obvias a futuros imposibles”. Afirma que a él las ideas le “llegan en silencio a la hora en que trato de despertarme y recordar cómo me llamo. Las ideas y las fantasías se sientan en el borde de mi cordura, me susurran al oído y luego, si no me despierto, me dan más de lo que ofrece cualquier gato: un buen golpe en la cabeza, lo que me lleva directamente a correr a mi máquina de escribir antes de que las ideas huyan o mueran o ambas cosas a la vez. En todo caso, hago que las ideas vengan a mí. Yo no voy a ellas (…)”.
Es interesantísimo el planteo que hace Bradbury con referencia a la influencia del arte, la arquitectura, el cine y otras expresiones como las ilustraciones, en la ciencia ficción. Habla de lo que ha significado y significa el cine en el crecimiento de la imaginación y tiene una gran fe en el porvenir de la ciencia ficción. Así afirma que algunos “Tal vez se sientan tentados a decir que aún falta lo peor. Sí, pero yo diría que también falta lo mejor. ¿Por qué no? La ciencia ficción sigue siendo la arquitectura de nuestros sueños y sus ilustraciones seguirán inspirando a la próxima generación de soñadores”. Cuando en 1997 publicó su libro “A ciegas”, en el San Antonio Express-News escribieron: “Ray Bradbury toma situaciones comunes y las transforma en extraordinarias. El tiempo no ha conseguido disminuir la voz elocuente y elegante de Bradbury, ni su vívida imaginación, que lo lleva a hacerse las preguntas más fascinantes, y a proveer las respuestas”.
La grandeza de Bradbury está en su gran imaginación y su capacidad de trabajo. Pensemos que este creador ha escrito también obras de teatro, guiones cinematográficos y guiones para radio y televisión. Y que a los noventa años de edad, continúa con sus grandes ilusiones que comenzaron en su juventud con obras cortas publicadas en revistas y luego, a partir de 1945, con la publicación de obras de ciencia ficción “en las que presenta una imagen despiadada y cáustica de lo que puede llegar a ser un mundo tecnificado, inhumano y brutal”. Esa imagen luego se suaviza y entra por otros cauces donde reina cierto optimismo y aparece una luz esperanzada para el futuro del hombre si sabe utilizar esa técnica para el bien de sí mismo y de sus semejantes.
Cabe consignar que la publicación en nuestro país de “Crónicas marcianas” se produjo por la editorial Minotauro fundada por “Paco” Porrúa en 1955, año en que se edita el libro de Bradbury con un profundo prólogo de Jorge Luis Borges.
La tenacidad por la escritura y los diseños del futuro de Bradbury, se pueden sintetizar en las palabras finales de su “Libro para inspirar a Curas, Rabinos y Pastores Desanimados” publicado en nuestro país por EMECÉ en 2001: “¡Miren!, el misterio se agita…/ ¡Ya vienen los topos humanos,/ Se alzan tras la máscara de Dios/ Atisbando desde sus madrigueras! Es lo que hacemos precisamente. En nuestras vidas. En nuestra ciencias ficciones. En nuestros sueños más queridos. En nuestras tecnologías. En nuestros futuros que, como resultado, se extenderán por siempre desde aquí a la Nebulosa de Orión, que debe ser una metáfora de nuestra existencia a través de todos los Tiempos Futuros. El resto no es silencio. Escribiré de esto, hablaré de esto, actuaré respecto de esto por el resto de mis días”.
Así piensa porque así es Ray Bradbury. Y este es mi homenaje en sus noventa años, como lector y admirador de su extensa y gran obra.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

lunes, 13 de septiembre de 2010

SOBRE EL QUÉ Y EL CÓMO
Escribe Carlos Sforza*
Sin dudas hay un tema recurrente que se plantea al escritor. Es el de considerar dos aspecto de la escritura. Y al hablar de escritura y del escritor, me refiero a la composición de una obra literaria. Ese tema recurrente hace referencia al qué y al cómo.
El qué, se dirige directamente a lo que se desea contar o expresar. La idea o ideas que tiene el escritor para desarrollar en una obra literaria.
El cómo, se refiere a de qué manera se va a desarrollar aquella idea o ideas. Es decir, la forma en que se va a volcar a través de la escritura lo que desea expresar el escritor.
EL QUÉ
Lo que se trata de expresar a través de la escritura, el qué en suma, es importante en la medida en que debe ser una expresión de hechos, personas o historias verosímiles, creíbles, que atraigan al potencial receptor del mensaje. Muchas veces nos encontramos con personas que nos dicen que tienen múltiples historias para contar. Y nos relatan algunos puntos de esas historias. A quien escribe le sucede también tener que escuchar a algún lector que quiere allegarle una historia o le expone una idea para que el escritor, que pacientemente lo escucha, luego las transporte a la escritura y haga de esas historias o ideas, una obra literaria. Por supuesto que he escuchado muchas veces a esos expositores de ideas brillantes para una obra que me las han expuesto de buena fe, pensando que colaboraban en mi tarea de creador de ficciones. Sin dudas todos estamos llenos de historias vistas, vividas u oídas. Pero no sólo de historias e ideas se hace un escritor. Como escribió hace muchos años el hoy olvidado y denostado Hugo Wast, “Todo depende del arte con que se trata un asunto. Si el autor carece de ingenio y amenidad, convertirá en tontería y aburrimiento la cosa más importante; si tiene ese don divino de la gracia y vitalidad en la exposición, que poseen algunos autores, extraerá pepitas de oro de las arenas de cualquier río, aún de los que parezcan más pobres”.
EL CÓMO
En las últimas palabras del autor de “Desierto de piedra” encontramos un atajo para sumergirnos en el cómo. Porque es evidente que cuando se escribe una obra literaria hay que tener presente el cómo se dice lo que se quiere decir. Siempre he citado las palabras de W. Faulkner: “lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice”. Y esta afirmación del gran novelista norteamericano tiene validez permanente. La forma en que el escritor narra, en que el poeta crea su poema, el ritmo y el tono que le dan a sus palabras y a la estructura de la obra, hacen de ella que sea una verdadera obra de arte o de lo contrario, un mamarracho que solamente eslabona palabras pero que carece de lo que denominamos el cómo.

Eduardo Mallea, otro olvidado gran escritor argentino, escribió que “En el orden de los valores de estructura, el tono y el ritmo no son la misma cosa. Siendo el primero un índice de sonoridad o resonancia, y el segundo un índice de medida, de cadencia, cobran en la materia de una novela el enigmático valor de la no materia”. Y agrega que “puede afirmarse que no hay libro grande sin un gran tono dominante”. Esos dos elementos de los que habla el autor de “La bahía del silencio” no son sino partes esenciales del cómo. Porque al lograr un tono y un ritmo, se ha encontrado el cómo expresar literaria y artísticamente lo que se quiere revelar. Y digo revelar porque como muchos sostienen y lo escribió hace varios siglos Plotino, el artista es un revelado.
USO DEL LENGUAJE
Vivimos una etapa en la que el lenguaje no sólo se ha devaluado sino que se ha desvirtuado. La creación de palabras inexistentes, la tergiversación de muchas de ellas en cuanto a su significado, el uso grosero de expresiones chabacanas en los medios de comunicación social y en las discusiones de diverso calibre, nos enfrentan con una depreciación del lenguaje. Hay un verdadero desprecio del lenguaje en el uso cotidiano que, lamentablemente recibe el ejemplo de quienes son comunicadores, dirigentes políticos y hasta algunos que dicen pertenecer a una élite de intelectuales.
En una de sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, Italo Calvino sostenía que “La palabra une la huella visible con la cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil puente improvisado tendido sobre el vacío. Por eso para mí el uso justo del lenguaje es el que permite acercarse a las cosas (presentes o ausentes) con discreción y atención y cautela, con el respeto hacia aquello que las cosas (presentes o ausentes) comunican sin palabras” (p.85).
En el uso cotidiano del lenguaje debemos nivelar siempre hacia arriba y no hacia abajo. No me cansaré nunca de reiterar esa afirmación que del lenguaje se puede trasladar a todos los actos de nuestra vida.
Ese uso adecuado del lenguaje hace directa referencia al cómo. A ese dicho que expresa que lo más importante en un texto no es lo que se cuenta, sin cómo se cuenta. En el apéndice al libro de Calvino, el autor de “Las ciudades invisibles” nos dice que del estudio de los distintos lenguajes elaborados a través de los siglos, en los que se han expresado civilizaciones e individuos “(…) lo que nos proponemos es extraer de ellos el lenguaje más apropiado para contar lo que queremos contar, un lenguaje que sea aquello que queremos contar” (p.126).
De allí que si bien los importante es el cómo, el qué no deja de tener su importancia ya que es lo que se quiere transmitir. Por ello es necesaria la complementación adecuada de ambos términos que constituyen lo que se debe expresar: el qué y el cómo. Así de simple, claro.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

lunes, 6 de septiembre de 2010

DIÁLOGOS SOBRE EL LIBRO
Escribe Carlos Sforza*
Acabo de leer el libro que reúne los diálogos sobre el libro mantenidos por el escritor y semiólogo Umberto Eco con el dramaturgo y guionista Jean-Claude Carrière. Ese encuentro que devino en libro, y que denominan charla erudita y amena, fue coordinado por Jean-Philippe de Tonnac quien escribe el prólogo. Se trata de “Nadie acabará con los libros”, con ilustraciones de André Kertész, traducción de Helena Lozano Miralles, Editado por Lumen (Buenos Aires, julio de 2010, 266 págs.).
Había leído y comentado algunos aspectos, en los adelantos publicados por ADN Nación y ahora he tenido la oportunidad de gustar de la sabrosa charla entre dos grandes bibliófilos como Eco y Carrière.
Sin dudas se trata de un ensayo hecho a dos voces, con intervenciones esporádicas del coordinador, en el que aparecen no sólo la perdurabilidad del libro ante los avances de la cibernética, sino también numerosos aspectos que hacen a lo que es el libro, a lo que para los convocados a debatir sobre él, significa. Y, claro, muchas, muchísimas cuestiones conexas con el tema libro.
Cuando hablan de los libros antiguos, las palabras de ambos ensayistas son iluminadoras y por lo tanto esclarecen muchos aspectos que, obviamente, el común de los lectores desconocen. Dice Eco al hablar de esos libros antiguos, que “(…) Los libros impresos circulaban sobre todo en los ambientes cultos. Sin duda circulaban mucho más que los manuscritos que los precedieron y, por lo tanto, la invención de la imprenta significó una auténtica revolución democrática”. Y agrega: “En el siglo XVI, Aldo Manuzio tuvo incluso la gran idea de imprimir libros de bolsillo, mucho más fáciles de transportar. Nunca jamás se ha inventado un medio más eficaz, que yo sepa, para transportar información. El ordenador, con todos sus gigas, tiene que conectarse de algún modo a un enchufe eléctrico. Con el libro este problema no existe. Lo repito. El libro es como la rueda. Una vez inventado, no se puede hacer algo mejor” (pp.108/109).
LA VANIDAD
Es interesante y causa verdadero placer cuando ambos dialoguistas se refieren a la vanidad del hombre. Concretamente a los escritores o a quienes pretenden serlo sin tener condiciones para ello. Vienen a cuento entonces las ediciones de autor, donde incluso no se menciona editor, pero que llenan los deseos insatisfechos de algunos que imperiosamente necesitan ver sus nombres en letras de molde, en un libro, como autores. Esa misma vanidad que se advierte en los que se “cuelan” en algunos espectáculos y desde atrás saludan con los brazos en alto para aparecer en la pantalla del televisor como presentes. Se sienten alguien al hacerlo y, a la vez, llenan su vanidad. Asimismo en esa parte del libro se habla de los que esconden sus nombres porque temen represalias, censuras y, en algunas épocas, la hoguera. Hay ediciones anónimas que se denominaban samizdat. Eco encuentra algo positivo en ellas y advierte que hoy aparecen modernos samizdat en Internet que escapan a la censura sin riesgo, pero que pueden causar riesgo a un tercero cuando se lo denuesta o ataca anónimamente.
Dice el autor de “El nombre de la rosa” que “(…) la técnica del samizdat es muy antigua. Se encuentran libros del siglo XVII publicados en ciudades que se llamaban Francopolis, o por el estilo, ciudades evidentemente ficticias. Se trataba, es obvio, de libros por los que sus autores podían ser acusados de herejía” (p.161).
Al hablar del Elogio de la estupidez, se refieren con diversos argumentos y anécdotas a varias etapas de la vida cotidiana de hoy y de antes. No escapa, claro, la educación. Al respecto dice el guionista Carrière que muchas veces la formación y las explicaciones occidentales no son entendibles para otros sectores de continentes como Asia. Afirma así que “La noción de concepto filosófico, por ejemplo, es puramente occidental. ¡Intentemos explicarle que es un concepto a un indio, por muy agudo que sea, o la trascendencia a un chino! Deberíamos ampliar nuestra idea de formación, sin pretender que esto resuelva los problemas”. Y agrega que “A partir de la reforma denominada Jules Ferry, la escuela de Francia ha sido gratuita pero también obligatoria para todos. Lo cual significa que la República se encarga de ofrecer la misma enseñanza a todos los ciudadanos, sin restricciones (….). Yo he sacado provecho de este sistema hasta el final. Sin Jules Ferry, no estaría aquí hablando. Hoy sería un viejo campesino sin blanca (dinero) del sur de Francia. Quién sabe lo que sería…” (pp.177/178).
En varios de los capítulos o apartados del libro, encontramos temas que interesan sobremanera. Así por ejemplo cuando como bibliófilos, Eco y Carrière relatan cuáles son las obras que buscan para sus colecciones. Los incunables y los denominados por los libreros postincunables, es decir libros editados después del siglo XV. Es interesante saber que en el caso del semiólogo italiano, su búsqueda se nutre de libros raros, de ocultismo, de falsos científicos, de delirantes y dementes que han escrito obras realmente extravagantes, que en ellos han expuesto teorías que muchas veces resultan desopilantes.
Hablan también del fuego y los libros. De los millones de libros quemados, como una manera de acallar las voces diferentes, como una forma de mostrar la validez del pensamiento único. Y se refieren a diversas épocas de la historia: así las quemas del nazismo, la de los españoles en América, la de la biblioteca de Bagdad por los mongoles y no hace mucho tiempo cuando fue saqueada en la guerra de Irak, los libros musulmanes en España y los que quemaron los cruzados en medio oriente. No escapan los que los propios escritores han querido que se quemen y se han salvado gracias a que los que los sobrevivieron no cumplieron sus deseos como en el muchas veces citado caso de Kafka.
MUCHOS TEMAS
Es claro que son muchos los temas directamente relacionados con el libro y otros conexos al mismo. Así desfilan temas como los libros que no hemos leído, los que están en nuestra biblioteca sin haber sido leídos por ejemplo, los que por una u otra causa esperan pacientemente al lector. Los libros del altar y los libros del “infierno”. El libro concluye con un tema que suele presentarse muy a menudo: ¿Qué hacer con nuestra biblioteca cuando morimos? Eco, que tiene una biblioteca de unos cincuenta mil volúmenes, desea que su colección no se disperse, que la donem a una biblioteca pública o bien que la subastara una Universidad para sus biblioteca. Carrière dice que dejará en su testamento algunos libros para ser entregados a sus amigos. Una manera de permanecer en su memoria un tiempo, post mortem.
Hay temas que son opinables y que tratan los dialoguistas. Hay algunas afirmaciones de uno y otro que, personalmente, no comparto. Pero no puedo dejar de admirar la agudeza de criterio de ambos ensayistas. Es una obra que no sólo habla del libro y su pervivencia, sino que nos introduce en otros caminos que hablan de la cultura, de la historia, en suma, del hombre en un mundo que avanza. Y, por todo ello, puedo decir que es un diálogo enriquecedor y que hace pensar este que nos ofrecen Umberto Eco y Jean-Claude Carrière.