lunes, 6 de septiembre de 2010

DIÁLOGOS SOBRE EL LIBRO
Escribe Carlos Sforza*
Acabo de leer el libro que reúne los diálogos sobre el libro mantenidos por el escritor y semiólogo Umberto Eco con el dramaturgo y guionista Jean-Claude Carrière. Ese encuentro que devino en libro, y que denominan charla erudita y amena, fue coordinado por Jean-Philippe de Tonnac quien escribe el prólogo. Se trata de “Nadie acabará con los libros”, con ilustraciones de André Kertész, traducción de Helena Lozano Miralles, Editado por Lumen (Buenos Aires, julio de 2010, 266 págs.).
Había leído y comentado algunos aspectos, en los adelantos publicados por ADN Nación y ahora he tenido la oportunidad de gustar de la sabrosa charla entre dos grandes bibliófilos como Eco y Carrière.
Sin dudas se trata de un ensayo hecho a dos voces, con intervenciones esporádicas del coordinador, en el que aparecen no sólo la perdurabilidad del libro ante los avances de la cibernética, sino también numerosos aspectos que hacen a lo que es el libro, a lo que para los convocados a debatir sobre él, significa. Y, claro, muchas, muchísimas cuestiones conexas con el tema libro.
Cuando hablan de los libros antiguos, las palabras de ambos ensayistas son iluminadoras y por lo tanto esclarecen muchos aspectos que, obviamente, el común de los lectores desconocen. Dice Eco al hablar de esos libros antiguos, que “(…) Los libros impresos circulaban sobre todo en los ambientes cultos. Sin duda circulaban mucho más que los manuscritos que los precedieron y, por lo tanto, la invención de la imprenta significó una auténtica revolución democrática”. Y agrega: “En el siglo XVI, Aldo Manuzio tuvo incluso la gran idea de imprimir libros de bolsillo, mucho más fáciles de transportar. Nunca jamás se ha inventado un medio más eficaz, que yo sepa, para transportar información. El ordenador, con todos sus gigas, tiene que conectarse de algún modo a un enchufe eléctrico. Con el libro este problema no existe. Lo repito. El libro es como la rueda. Una vez inventado, no se puede hacer algo mejor” (pp.108/109).
LA VANIDAD
Es interesante y causa verdadero placer cuando ambos dialoguistas se refieren a la vanidad del hombre. Concretamente a los escritores o a quienes pretenden serlo sin tener condiciones para ello. Vienen a cuento entonces las ediciones de autor, donde incluso no se menciona editor, pero que llenan los deseos insatisfechos de algunos que imperiosamente necesitan ver sus nombres en letras de molde, en un libro, como autores. Esa misma vanidad que se advierte en los que se “cuelan” en algunos espectáculos y desde atrás saludan con los brazos en alto para aparecer en la pantalla del televisor como presentes. Se sienten alguien al hacerlo y, a la vez, llenan su vanidad. Asimismo en esa parte del libro se habla de los que esconden sus nombres porque temen represalias, censuras y, en algunas épocas, la hoguera. Hay ediciones anónimas que se denominaban samizdat. Eco encuentra algo positivo en ellas y advierte que hoy aparecen modernos samizdat en Internet que escapan a la censura sin riesgo, pero que pueden causar riesgo a un tercero cuando se lo denuesta o ataca anónimamente.
Dice el autor de “El nombre de la rosa” que “(…) la técnica del samizdat es muy antigua. Se encuentran libros del siglo XVII publicados en ciudades que se llamaban Francopolis, o por el estilo, ciudades evidentemente ficticias. Se trataba, es obvio, de libros por los que sus autores podían ser acusados de herejía” (p.161).
Al hablar del Elogio de la estupidez, se refieren con diversos argumentos y anécdotas a varias etapas de la vida cotidiana de hoy y de antes. No escapa, claro, la educación. Al respecto dice el guionista Carrière que muchas veces la formación y las explicaciones occidentales no son entendibles para otros sectores de continentes como Asia. Afirma así que “La noción de concepto filosófico, por ejemplo, es puramente occidental. ¡Intentemos explicarle que es un concepto a un indio, por muy agudo que sea, o la trascendencia a un chino! Deberíamos ampliar nuestra idea de formación, sin pretender que esto resuelva los problemas”. Y agrega que “A partir de la reforma denominada Jules Ferry, la escuela de Francia ha sido gratuita pero también obligatoria para todos. Lo cual significa que la República se encarga de ofrecer la misma enseñanza a todos los ciudadanos, sin restricciones (….). Yo he sacado provecho de este sistema hasta el final. Sin Jules Ferry, no estaría aquí hablando. Hoy sería un viejo campesino sin blanca (dinero) del sur de Francia. Quién sabe lo que sería…” (pp.177/178).
En varios de los capítulos o apartados del libro, encontramos temas que interesan sobremanera. Así por ejemplo cuando como bibliófilos, Eco y Carrière relatan cuáles son las obras que buscan para sus colecciones. Los incunables y los denominados por los libreros postincunables, es decir libros editados después del siglo XV. Es interesante saber que en el caso del semiólogo italiano, su búsqueda se nutre de libros raros, de ocultismo, de falsos científicos, de delirantes y dementes que han escrito obras realmente extravagantes, que en ellos han expuesto teorías que muchas veces resultan desopilantes.
Hablan también del fuego y los libros. De los millones de libros quemados, como una manera de acallar las voces diferentes, como una forma de mostrar la validez del pensamiento único. Y se refieren a diversas épocas de la historia: así las quemas del nazismo, la de los españoles en América, la de la biblioteca de Bagdad por los mongoles y no hace mucho tiempo cuando fue saqueada en la guerra de Irak, los libros musulmanes en España y los que quemaron los cruzados en medio oriente. No escapan los que los propios escritores han querido que se quemen y se han salvado gracias a que los que los sobrevivieron no cumplieron sus deseos como en el muchas veces citado caso de Kafka.
MUCHOS TEMAS
Es claro que son muchos los temas directamente relacionados con el libro y otros conexos al mismo. Así desfilan temas como los libros que no hemos leído, los que están en nuestra biblioteca sin haber sido leídos por ejemplo, los que por una u otra causa esperan pacientemente al lector. Los libros del altar y los libros del “infierno”. El libro concluye con un tema que suele presentarse muy a menudo: ¿Qué hacer con nuestra biblioteca cuando morimos? Eco, que tiene una biblioteca de unos cincuenta mil volúmenes, desea que su colección no se disperse, que la donem a una biblioteca pública o bien que la subastara una Universidad para sus biblioteca. Carrière dice que dejará en su testamento algunos libros para ser entregados a sus amigos. Una manera de permanecer en su memoria un tiempo, post mortem.
Hay temas que son opinables y que tratan los dialoguistas. Hay algunas afirmaciones de uno y otro que, personalmente, no comparto. Pero no puedo dejar de admirar la agudeza de criterio de ambos ensayistas. Es una obra que no sólo habla del libro y su pervivencia, sino que nos introduce en otros caminos que hablan de la cultura, de la historia, en suma, del hombre en un mundo que avanza. Y, por todo ello, puedo decir que es un diálogo enriquecedor y que hace pensar este que nos ofrecen Umberto Eco y Jean-Claude Carrière.

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