lunes, 25 de junio de 2012

EL ALMA A TRAVÉS DE LAS ESTACIONES


Escribe Carlos Sforza*

He leído el último poemario de Carlos O. Antognazzi que se presentó el sábado 16 de junio en la Feria del Libro de Paraná. Se trata de “Las estaciones” (Ediciones Tauro, contratapa de Roberto D. Malatesta, Santo Tomé, 2012, 72 p.) que como su nombre lo indica se divide en cuatro partes correspondiendo cada una de ellas a un estación cronológica del año.

Dice en la contratapa Malatesta: “Bien podría decirse que a la poesía de hoy ha dejado de importarle “las estaciones”; Antognazzi desestima este punto de vista, él cree en la primavera como cree en el invierno, puntos referenciales de un hombre que se resiste a la masificación y el aislamiento que una sociedad con su tecnología propone”.

El poeta Antognazzi no rehuye pues, la cotidianidad de días que conforman el cronos. Y los poemas de “Las estaciones” pueden leerse con una apertura hacia lo que nos expresa en sus creaciones Antognazzi. Incluso, podrían leerse escuchando “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. O en el silencio de un estar en soledad y bucear en los versos del libro, que no solamente nos remiten a cronos sino que nos muestran el estado anímico del poeta.

De allí que el libro no sea solamente un mostrar el paso del tiempo, lo que hace característico a cada estación, sino al alma del creador. Porque en los versos del libro el poeta nos desnuda su interior que, por ubicarlo en el tiempo, se traduce en imágenes indelebles y líricas de cada momento de las cuatro estaciones del año.

Comienza con el verano y nos muestra cómo se vive en esa estación. Pone al descubierto lo que significa externamente el verano y, a la vez, lo que es para el poeta esa estación. De allí que describa líricamente momentos vividos como cuando dice en “Cuerpos cobrizos”: “Cuerpos cobrizos se entrelazan/ al amparo de la luz y brillan con ella, en ella,/ refulgen como con luz propia en la tarde/ de agua y sol/ sobre la arena./ Son esculpidos por la luz./ Surgen del agua como criaturas abisales/ de edad incierta. Nacen y licuan esa/ luz oscura de sus pieles./ Algunos gestos motean el paisaje en movimiento:/ sonrisas, roces, la piel húmeda, el sol/ aspectos inasibles que pregonan, esquivos,/ la bullente desvergüenza/ del ardor” (p. 13)

En los versos de Antognazzi están presentes los elementos de la naturaleza. Y la lluvia, agua caída del cielo, atraviesa parte de los poemas como una presencia más, aparte del agua del río, que se suma para develar el alma del poeta. Y a través de aquella, de la lluvia, se desnuda también el alma del poeta. Dice en “Cae la lluvia”: “Cae la lluvia sobre las cosas, cae con/ ternura sobre las plantas y el embaldosado/ del jardín, cae sobre los vivos y los muertos, cae sobre el césped./ Hoy todo parece más verde, más luminoso y nuevo,/ vital de una manera directa, franca, sin ambigüedades. (…)”. Y más adelante nos habla de lo efímero de cada instante, del sentimiento de pérdida que conlleva ese ver caer y luego desparecer el agua de la lluvia: “(…) La lluvia cae como lavando una herida profunda/ y doliente, con un cuidado y/ un cariño de amante anciano,/ cuando ya los fulgores de los primeros años/ se han ido./ Todo se diluye, finalmente. Nada queda,/ nada perdura. Hasta la memoria/ -ese latido incesante que nos desgarra-/ olvida y muere, fagocitada por otras cosas. (…)” (p. 22).

Estamos sin dudas, ante el paisaje exterior y el tiempo, ese cronos que no cesa de andar, como una expresión del alma del poeta. Antognazzi toma las estaciones del año y a través de ellas, asimila el paisaje exterior que aparece en cada momento ya sea con el verano, el otoño, el invierno o la primavera, no para escribir simplemente versos descriptivos de la exterioridad, sino bucear en su interior, tratando de encontrarse y ser él mismo, para luego devolver esa experiencia, ese conocer su interioridad a través de lo que le muestra cronos, transformada en versos que logran una musicalidad acorde con cada estación y, lo que es fundamental, con el propio estado de ánimo del poeta.

El propio Antognazzi en unas breves palabras preliminares nos aclara que “No hay comienzo ni fin preciso en la naturaleza, y sí, en cambio, un permanente mutar, un continuo. Las estaciones no son rígidas; dependen de la inclinación de la Tierra respecto a su órbita alrededor del sol, en un movimiento que no es por etapas, sino constante y gradual” (p.8). Y el poeta respeta ese continuo pero no sólo, pienso yo, desde lo exterior y mecánico, sino fundamentalmente desde lo interior. Es su visión la que se adecua a cada estación, pero desde su mismidad, lo que equivale a decir, que asimila el paso del tiempo y el cambio del paisaje externo, y lo transforma desde lo profundo de su ser. Por eso estamos ante un poemario que toma las estaciones como tema, pero que profundiza líricamente en el alma del paisaje desde el alma del propio poeta. Y lo hace con un calidad lírica que no es nueva sino que es ínsita en la poesía de Carlos Antognazzi.

* Blog del autor: www.habla el conde. Blogspot. com

viernes, 15 de junio de 2012

EL INMENSO RAY BRADBURY


Escribe Carlos Sforza*

La noticia nos tomó de sorpresa. Anunciaba el fallecimiento de Ray Bradbury ocurrido en Los Ángeles (California) cuando el escritor tenía 91 años. Por la edad no debía sorprendernos el anuncio de su muerte. Pero era un escritor inmenso que parecía perpetuarse en el tiempo y esperar, como siempre lo deseó, poder viajar a Marte.

A Bradbury se lo identifica específicamente con la ciencia ficción, ficción científica o fantaciencia. Él descreía de ello al punto de sostener, quizá socarronamente, que el único libro de ciencia ficción que escribió era “Fahrenheit 451”. En su lápida pidió que se grabara que era el autor de ese libro precisamente.

El escritor estadounidense dedicó casi toda su vida a la escritura. Tanto es así que en el año 2000 declaró: “La gran diversión en mi vida ha sido levantarme cada mañana y correr a la máquina de escribir porque alguna nueva idea se me había ocurrido”.

Indudablemente al nombrarlo como el inmenso, quiero señalar la amplitud y potencia de las creaciones de Bradbury. Escribió relatos, cuentos, novelas, teatro, guiones para el cine y adaptaciones de sus relatos para el teatro. Escribió, asimismo, poesía. Era un autor incansable. Pero no sólo por la cantidad sino, que es lo que le da valor a su obra, por la calidad de su escritura.

La impronta que ha impreso en la literatura Ray Bradbury ha marcado a muchos lectores. Porque no sólo ha incursionado en lo que se denomina ciencia ficción, sino fundamentalmente en la literatura fantástica. Ha creado obras donde los fantasmas conviven con los humanos como en su novela “De la ceniza volverás” (editado en español por Emecé en 2001), del que se escribió en la solapa que es “Un libro de fantasía deslumbrante y lleno de humor que figurará entre sus obras maestras”.

Yo no puedo dejar de mencionar algunos de sus relatos y novelas como “Crónicas marcianas”, “Las doradas manzanas del sol”, “El país de octubre”, “El hombre ilustrado” (que en cada tatuaje había implícita una historia que nos devela el autor), “El árbol de las brujas”, que en su adaptación para la televisión y ganó un premio Emmy., “El vino del estío”. En 1998, Emecé publicó en español el libro que reúne 21 cuentos, “A ciegas”, donde aparecen personajes inolvidables, increíbles, como aquel misterioso encapuchado que tiene una historia terrible de contar, una anciana que planea una venganza contra sus vecinas y muchos más. Del libro se ocupó un comentario publicado en “Publishers Weekly” donde se escribe: “Los veintiún cuentos de la nueva antología de Bradbury están llenos de dulzura y humanidad. Son bocetos y viñetas, extrañas leyendas, anécdotas coloridas, pequeñas tragedias, mentiras hilarantes y hasta un poco de metafísica. Bradbury no pide perdón por ser romántico: la mayoría de sus historias tienen canciones de amor, o tormentas, o ambas cosas. El talento y la profunda humanidad de Bradbury hacen que “A ciegas sea” un libro inolvidable”.

Mucho se ha hablado de la influencia y la profundidad que tuvo durante la denominada guerra fría, “Fahrenheit 451”, como expresión novelística contra la censura. En forma especial, contra los libros que son quemados y al final perviven en la memoria y el recitado a través de la oralidad, de sus páginas. Recordemos que esta novela como “El hombre ilustrado fue llevado al cine por François Truffaut.

Por otra parte, quiero hace hincapié en algo esencial en la narrativa del autor. Es que no sólo entretiene con sus historias sacadas de una potente imaginación, sino que deleita su escritura. Es por momentos poética en sus descripciones. Por instantes es sumamente realista como algunos relatos de “Crónicas marcianas”, en un planeta que va a ser colonizado por los humanos y donde la naturaleza desata muchas veces sus furias, como esos vientos fantasmales que sacuden a los hombres y sus construcciones.

De allí que la forma de la escritura de los cuentos, relatos y novelas de Ray Bardbury sea esencial para crear en el lector la verosimilitud imprescindible en la ficción. El lector se sumerge en la escritura de Bradbury y cree que está sufriendo lo que sufren los colonizadores de Marte. Camina al lado de los fantasmas como si existieran ahí, a su vera en la realidad cotidiana.

En su artículo “El arte y la ciencia ficción” que está incluido en el libro “FUEISERÁ”, dice: “¿Existe alguna relación entre la historia del arte, las historietas de los periódicos de todos los días y de los domingos, los grandes dibujantes y la evolución de la ciencia ficción? ¿La ciencia ficción y su imagen de espejo irreal, la fantasía tienen raíces silvestres en las metáforas del arte del siglo XIX? ¿Acaso todo influye sobre las hordas de magos del cine del siglo XX? Por último, ¿estos genios del celuloide vuelen a influir sobre los demás? También podríamos preguntar: ¿Existen las casas encantadas? ¿Existe la vida en otros mundos? Sí. ¿Cómo es eso? Las casas están encantadas gracias a la imaginación de Fuseli y Blake y Goya. Los mundos lejanos han sido sembrados por los sueños de Frank R. Paul y Robert McCall”. Y continúa la enumeración. Y así llega a decir que “(…) los cuentos de hadas me abrieron los ojos, Wieth y St. John me pusieron de pie y las brillantes tapas de Amazing Stories y Gonder Stories así como Back Rogers en los periódicos de 1929 me lanzaron al universo de una suerte de estallido. Nunca regresé” (p.27 y sigts.).

En 1993 había publicado en español, también en Emecé, la novela “Sombras verdes, ballena blanca” de quien escribió el diario TIME: “El libro más entretenido de una ilustre carrera de cincuenta años”. Y en Publishers Weekley se escribió sobre el libro: “Novela autobiográfica y entretenida (…) La prosa de Bradbury es tan vibrante y característica como el paisaje”.



Ray Bradbury, ansiaba viajar a Marte, como dije al comienzo. No pudo hacerlo porque la muerte y las condiciones actuales de la ciencia y la tecnología no lo permiten. Pero, a manera de deseo y, ¿por qué no?, de posibilidad, me imagino que hoy el espíritu del inmenso Ray Bradbury puede estar visitando y recorriendo la roja tierra marciana como una manera de que se cumpla el gran periplo que nació con su escritura y que culmina en aquel planeta que nos hizo conocer desde la ficción gracias a su imaginación y su calidad para usar la palabra.

Bradbury había nacido el 22 de agosto de 1920 en Waukegan (Illinois).