martes, 13 de noviembre de 2012

SOBRE LA FICCIÓN


Escribe Carlos Sforza*

Normalmente cuando he publicado un libro de ficción no lo he vuelto a leer. Eso me ha pasado con las novelas en forma especial. Pero sucede que por razones especiales he vuelto a leer dos novelas publicadas: “Rostros del hombre” y “Como a través del tiempo…” Esas lecturas, después que ambos libros han andado por diversos andariveles de lectores y lecturas, me han mostrado una forma especial de mi escritura y sobre todo, del estilo y la estructura novelesca. Estructura que comenzó con mi tercera novela: “Historias en negro y gris” Precisamente sobre esta última obra, Gustavo García Saraví escribió: “Su novela me ha parecido excelente y bien a la altura de las que pasan a ser best seller en el tramposo mundo contemporáneo. Formidable la idea de aglutina las historias alrededor de aquella fecha (!!), muy bien manejados los elementos primarios (pero no elementales) que las componen y la existencia de un pueblo que verdaderamente lo es, y excelente también la técnica y el manejo (cada vez más dificultoso) de lo novelístico”.

Ese comentario del recordado escritor argentino significó un verdadero aliento para mi nueva manera de encarar la escritura de la ficción novelística.

Cuando escribí la novela que le siguió a ella, continué con la misma técnica que había empleado en “Historias en negro y gris”. La novelista Syria Poletti, en los fundamentos que escribió como Jurado para recomendar el libro para el Premio Fray Mocho de novela (1980), dijo: “Se destaca “Rostros del hombre” por la originalidad de la estructura novelística, por la forma lograda de redondear una novela, por la verosimilitud y gravitación de los personajes, por rastrear formas de vida tan típicamente entrerrianas, por rescatar léxicos y características bien regionales y el retorno a los valores tradicionales de la novela argentina”.

Todo ello ha significado un camino dentro de la novela que comenzó en 1965 con “Patio cerrado” y llegó hasta “Como a través del tiempo…” (1986) y que se va a continuar. Precisamente al dar término a la corrección de originales que ya están en la editorial para ser publicados, de mi nueva novela, “La guerra de los huesos”, he constatado que mi técnica y mi inserción en la temática latinoamericana, con la presencia de elementos reales y suprarreales, como se ha escrito varias veces, con lo mítico y lo real muchas veces en contrapunto, se mantiene intacta y, creo, superada en la novela que aparecerá próximamente.

Es indudable que el escritor, como lo he dicho en otras ocasiones, sufre influencias inconscientes de autores que lee y a los que se asimila como lector partícipe de la ficción.

Dice Jacques Rancière en “La palabra muda”, que “la finalidad de la ficción es gustar. En esto coincide Voltaire con Corneille, que a su vez coincidía con Aristóteles”. Se trata del viejo principio de los antiguos cuando definían una obra bella: lo que visto u oído, gusta.

El filósofo francés que he citado, en su libro también dice que “A la epopeya perdida sucedía la novela, género sin género, género de la mezcla de los géneros, en el que el relato, el canto o el discurso iban a manifestar de un modo distinto el principio de poeticidad. A la epopeya homérica, en la que el poeta se esfumaba detrás de la representación de un mundo poético, se oponía la novela Don Quijote, que nos presentaba el principio poético personificado en un personaje, en su encuentro con el mundo de la prosa y en su combate por poetizar cualquier realidad encontrada.” (p. 83/84).

De allí que después de Cervantes y gracias a él, nace prácticamente la novela moderna. Ese género sin género (tal vez por eso Camilo José Cela decía que novela es aquella obra que debajo del título se le puede escribir ¡novela!), que tiene en el siglo pasado un quiebre en la concepción novelística a partir del Ulises de James Joyce y que evoluciona constantemente. Dejó de ser la obra lineal para convertirse en una obra que se muestra en diversos planos, con simultaneidad de acciones en el tiempo y el espacio, con interacción de elementos míticos, pero siempre, claro, conservando la verosimiltud que hace que la obra se convierta, pese a que es ficción, en una verdad que el lector recibe y de la que participa y hasta continúa cuando su imaginación se lo pide. Es lo que hoy buscamos quienes escribimos novelas. No para un lector ideal ni predeterminado, sino para el lector desconocido que un día abre el libro y se sumerge en él porque simple, sencillamente, le gustó.

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