Escribe Carlos Sforza*
El lunes 10 de febrero, a la noche, recibí una llamada
telefónica. Al descolgar el tubo y comunicarme, del otro lado de la línea oí la
voz de mi amigo el poeta Miguel Ángel Federik. Llamaba desde su ciudad, Villaguay,
para darme noticias del encuentro de poesía que acababa de finalizar en Cosquín
(Córdoba), simultáneamente con el controvertido Festival de Folklore, pero sin
tener una relación directa con el mismo.
Lo que quería comunicarme Miguel Ángel era lo que significó
esa reunión de unos trescientos poetas que se unieron en torno, precisamente,
de la poesía. Y a la vez, contarme del encuentro que tuvo con Osvaldo Guevara,
poeta riocuartense que hoy reside en un pueblo de La
Pampa. Y esa referencia a Guevara no es
menor, puesto que con Osvaldo me une una antigua, larga y fructífera amistad a
través de nuestras comunicaciones (que últimamente se habían cortado por
razones inexplicables), y de su poesía que conozco desde comienzos de la década
del sesenta y cuyos libros he comentado oportunamente en “Crisol Literario” y otros
medios. E incluso le he publicado poemas de su autoría. Él estuvo en una
ocasión en Victoria.
Miguel Ángel Federik me hizo saber, no sin emoción de poeta,
que cuando leyeron Osvaldo Guevara y Morisoni, ante sus 300 colegas, finalizada
la lectura, todo el auditorio se puso de pie y aclamó a los poetas y sus
poesías. Un hecho no común en una reunión de esas características.
Precisamente la palabra poética de Osvaldo Guevara fue
afirmándose con el correr del tiempo y se transformó en una de las voces
valiosísimas del país interior. Y al decir país interior, hablo de quienes no
han dejado sus espacios terrenales y no han sido tentados por el puerto de
Buenos Aires. Que como se sabe, es la gran ventana que ofrece a los que allí
viven la posibilidad de una proyección nacional de la que los “interiores”
carecen (salvo honrosas excepciones).
Entre los primeros títulos que leí de Osvaldo Guevara
recuerdo “La sangre en arma” de enero de 1962. Allí sigue el periplo iniciado
por su anterior entrega “Oda al sapo y cuatro sonetos”, y muestra su fuerza y
su actitud ante la vida y frente a los otros. Como en su poema “Aguafuerte”
dedicado al poeta cordobés Artemio Arán,
cuando lo describe en el comienzo del soneto: “La barba matorral, la
frente pampa/ por donde un potro fantasma galopa;/ los ojos de fogón, la sed de
tropa,/ yergue, sin prisa, una caliente estampa.”
En el poemario “Garganta en verde claro” de 1964, que tengo dedicado así: “Para Carlos Sforza,
tesonero y sensible labrador en altos campos del espíritu. Fraternalmente. Río
Cuarto, 21/5/64.” En las solapas del libro hay un trabajo de Julio Requena que
fuera leído por Radio de la
Universidad de Córdoba a raíz de su anterior obra. En 1967 le
siguió “Los zapatos de asfalto”, que también tuvo la deferencia, amistad por
medio, de mandármelo con una afectuosa dedicatoria: “Para Carlos Sforza , que
desde el verde húmedo de Victoria hace oír su consecuente voz escrita. Fraternalmente.
4/9/67.”
Osvaldo, lo sabía y la confirmó Federik, es un amante de
nuestra Provincia, de sus paisajes y de su gente.
En Guevara fue dándose una ascendente ruta transitada por su
poesía. Y que hace que hoy, en plena labor poética, pueda presentarse en un
encuentro como el de Cosquín, y ser aplaudido y aclamado por los trescientos
asistentes al mismo.
Miguel Ángel Federik, presente y que compartió esos momentos,
sirvió de nexo de reunión de Osvaldo conmigo. Después de muchos años. Y en la
larga conversación telefónica que mantuvimos con Miguel Ángel Federik, otro de
los altos poetas del país interior, rescatamos el valor que tiene por sí misma
la palabra. Esa palabra que, como piensa el poeta de Villaguay y pienso yo, nos
salva. Gracias a la palabra no sólo sobrevivimos, sino que nos impulsa a seguir
adelante, con “fe la madura y la esperanza verde” como escribiera Leopoldo
Marechal.
No en vano los
aborígenes creían en el poder de la palabra y la veneraban. No en vano en el
principio del Evangelio de San Juan se dice: “En el principio la Palabra existía/ y la
palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Todo se hizo por ella/ y sin
ella no se hizo nada de cuanto existe./ En ella estaba la vida/ y la vida era
la luz de los hombres, y las tinieblas no la vencieron.” (Jn., 1, 1-2, Biblia
de Jerusalén”).
La palabra es vida y da vida. A quienes estamos en la
escritura, a través de los distintos senderos que ella nos ofrece, la palabra
es vital. Y lo es por cuanto nos sostiene, nos alimenta y nos hace seguir en
este mundo sin olvidar que estamos de paso. Pero que la vida merece ser vivida.
Y que, porque es así, podemos afirmar con Miguel Ángel, Osvaldo Guevara y
tantos otros, que la palabra nos salva. Así de simple.
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