Por Tuky Carboni*
Con el sello de Ediciones del Clé y
engalanado por una portada muy colorida (un óleo bellísimo, obra de RUTH
SVERDLOV, una de las nietas de Don Carlos Sforza), se ha presentado ya en su
pueblo natal, Victoria, esta historia novelada que seguramente será muy bien
recibida por todos los amantes de la cultura entrerriana.
Tengo la ventura de tener muchos
volúmenes de Don Carlos Sforza: libros de cuentos (no para archivar en un
estante de la biblioteca, sino para releer periódicamente), novelas muy bien
logradas, ensayos interesantísimos. Sforza tiene, en su larga trayectoria
literaria, más de veinte libros editados y agotados. Pero, aunque no los
tuviera, me atrevo a afirmar que le bastaría haber escrito LA GUERRA DE LOS HUESOS,
para ocupar un lugar de honor entre los escritores no ya entrerrianos, sino
entre los más destacados autores nacionales.
Como un diestro artesano tejedor de
telar, que va intercalando y combinando, con infinita paciencia, finas hebras
de diferentes colores, hasta que su labor crece, toma cuerpo y se convierte en
una esplendente obra de arte, Don Carlos Sforza nos entrega esta maravillosa
novela.
Se trata de una historia central
que nos toca en lo profundo a todos los que, en la persona de nuestros
antepasados, estamos desde hace siglos enraizados en esta legendaria provincia
de Entre Ríos. El autor no ha necesitado ir en busca de paisajes exóticos ni
tradiciones foráneas para conseguir imprimirle a su obra un sello personalísimo
y original, que despierta el inmediato interés del lector. En efecto, la acción
sucede en el caserío que se llamó primero La Matanza y luego Victoria. Sólo unos pocos pasajes
se desarrollan en la provincia de Santa Fe, tan cercana geográfica y
afectivamente a nosotros mismos.
La historia central está
enriquecida con infinitas ramificaciones, muy bien urdidas y ensambladas de
manera impecable, donde caben el heroísmo, la fidelidad, el amor, el valor
moral, el romanticismo, el dolor por lo que no pudo ser, la cultura del trabajo
(ay, tan ausente en estos días), el humor; y condimentada con la dosis exacta
de fantasía.
El manejo de este último
ingrediente, la fantasía, merece un párrafo aparte; porque está instilada con
tanto cuidado, con tanta mesura que termina por tornarse algo muy creíble, muy
posible, muy natural; y, a mi modesto entender, dota a toda la novela de una
luz mayor que la relaciona directamente con las nacidas en la imaginación de
los grandes autores hispanoamericanos que deslumbraron a toda mi generación.
Me sucedieron por dentro muchas
mutaciones cuando la leía. Por un lado, esa especie de premura que se
experimenta cuando se lee un texto escrito con maestría; ese querer leer
demasiado rápido para conocer la historia completa; pero, a la vez, no tan
rápido para poder saborear cada párrafo y para que el regocijo interior nos
dure más. Por otra parte, los diferentes
planos temporales en que ocurren las acciones de la novela, nos llaman a
prudencia y comprendemos de entrada que no se trata de algo para recorrer a la
ligera, sino desplegando toda nuestra atención, para no perdernos en el rico
universo que Don Carlos nos propone.
Cuando terminé de leerla, me quedó
en el corazón una delicada y sin embargo intensa nostalgia, porque se había
terminado mi contacto con los ya entrañables personajes que pueblan LA
GERRA DE LOS HUESOS: el apuesto sargento
Nicanor Martínez (casi puedo verlo cabalgando alrededor de la chacra donde
vivía la mujer amada en silencio) y toda su honrosa descendencia, la desdichada
Artemia Bulnes (convertida luego en una misteriosa momia), la valiente Nancy,
el ubico doctor Zamudio, el gracioso placero, el inefable don Melitón, el
prudente (demasiado prudente, ¿no?) profesor de Filosofía Roberto Martínez…
Pero, además, reconocí en mi ánimo el festejo por la alegría espiritual y
visceral que debe haber sentido el autor, mientras creaba la novela; la
corregía, la enriquecía, la burilaba para que brillara cada vez más. Porque
solo así: con amor hacia las criaturas que creamos, se puede lograr un trabajo
que, como éste, nos deja una especie de orgullo inocente, de plenitud casi
sagrada, y que sólo la creación puede otorgar.
Y, por
último, esperanza. Esperanza de que dentro de un tiempo, Don Carlos Sforza
vuelva a deleitarnos con otra novela tan hermosa como LA
GUERRA DE LOS HUESOS.
* Poeta, cuentista novelista.
Premio Literario “Fray Mocho” en género novela.
Esta nota fue publicada el domingo
14 de julio de 2013, en la Sección Cultural
que dirige la escritora Elsa Serur de Osman en el diario “El Debate-Pregón” de
la ciudad de Gualeguay (Entre Ríos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario