domingo, 13 de abril de 2014

HABITAR LA POESÍA
Escribe Carlos Sforza*
Julio Luis Gómez, poeta santafesino, nos tiene acostumbrados a una expresión lírica de calidad y que mantiene los cánones clásicos agregándole la impronta personal. Es decir, su propia voz para llegar al lector u oyente, al otro, en el juego dialógico que se entabla entre el poeta y quien accede a su poesía. Es la presencia del otro lo que mantiene ese encuentro, como lo sostuvo claramente entre otros, el filósofo Martin Buber: “Únicamente cuando el individuo reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como hombre, y marche desde este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador” (“¿Qué es el hombre?”, p. 145).
Desde el yo se va al tú, y esa confluencia con la otredad alimenta, sin dudas, la presencia salvadora de la palabra a través de la poesía.
El último libro publicado por Julio Luis Gómez es el poemario “Reinos sin olvido” (Ediciones Universidad Nacional del Litoral, prólogo de Antonio Requeni, Santa Fe,  2013, 84 p.). Yo diría que Julio L. Gómez es uno de los poetas que crean poesía desde la Argentina interior, la subterránea, la que escapa a los grandes medios de la urbe, pero que está viva y late en muchos rincones del país.
El poeta y académico Antonio Requeni dice bien cuando afirma que “Juan L. Gómez es un poeta ajeno, por otra parte, a lo que Roberto Juarroz calificaba como el espectáculo de la literatura. Ha construido y sigue construyendo su obra, desde su Santa Fe natal, con recatada honestidad y ejemplar perseverancia. (…) su labor representa una apelación estética  al poder de la poesía para elevar a los hombres por encima de su rutina biológica, para expresar –como el poeta afirma- las únicas palabras/ que burlarán la muerte”.
Gómez busca su propia identidad a través de los seres queridos. De esa forma, logra trascender y encontrarse a sí mismo y, a la vez, al otro. Desde el primer poema, “Continuidad de los mares”, dedicado “a mi madre,/ quieta en un cementerio de llanura”, la poesía nace prístina, serena, en la voz de Gómez: “Mientras los que dicen/ que una pared te guarda para siempre/ indiferente al sol/ y a los inviernos que temías.// Miran el mar tus ojos en los míos/ y es otra vez verano en esta orilla.// Las olas te pronuncian/ y repiten los hijos el asombro/ cuando me abrí al mundo/ de tu mano” (p. 11). Y continúa con el recuerdo del padre y de la infancia. Para sumergirse en el presente y admirar ciudades extranjeras. Para desde su mismidad trascender hacia los demás y brindarnos una poesía alada, eminentemente lírica, con algunos rasgos de elegía, pero que es verdadera, única poesía.
Le fe religiosa del poeta se trasunta en varios poemas, pues es un creyente en la promesa de Cristo y en la trascendencia del hombre más allá de la muerte. Y lo hace con una limpieza lingüística que llega al lector y lo habita. Gómez, parte de su manejo ejemplar del verso. No olvidemos que es uno de los destacados sonetistas que habitan la Argentina. Y así lo demuestra cuando emplea esta forma en algunos de sus poemas que integran el libro.
En el prólogo a su anterior poemario “Razón de mí”, Adriana Crolla afirma que “(…) la poesía hoy, en un mundo falto de palabras verdaderas, abarrotado de significantes vacíos, de ecos tecnológicos, se erige como la posibilidad última del lenguaje, como la culminación  de toda escritura, de toda posibilidad de diálogo y hay que celebrar todo nuevo intento de habitarla”. Ese habitar la poesía convierte a “Reinos si olvido” en una expresión de lo que significa una poesía que nace de lo íntimo del hombre, del poeta, y se transfiere al lector. Eso, y no otra cosa, es lo que nos entrega Julio Luis Gómez en la profundidad y diafanidad de su decir.




martes, 8 de abril de 2014

OCTAVIO PAZ
Escribe Carlos Sforza*
Este año se celebran importantes acontecimientos relacionados con escritores. En efecto, sabemos que es el centenario del nacimiento de Julio Cortázar y de Adolfo Bioy Casares. Dos de los grandes narradores argentinos. Asimismo, el 31 de marzo se celebró el centenario del nacimiento de Octavio Paz, considerado uno de los grandes poetas y ensayistas del siglo veinte.
Octavio Paz nació en México y fue, por razones diplomáticas y vocación propia, un gran viajero. Estuvo en la India y era un admirador y estudioso de la cultura oriental.
Como escritor recibió los lauros más prestigiosos como el Premio Cervantes en 1981 y el Premio Nobel de Literatura en 1990. Poeta y ensayista de vasta extensión y alta calidad, y –según el mismo escritor lo reconoció-, por el año de su nacimiento es “hijo de la Revolución Mexicana  y de la vanguardia artística de comienzos del siglo XX.”
El escritor Santiago Estrella G., de “El Comercio”, de Quito, sostiene que Paz, “en su labor de poeta y pensador de la poética (entendida ésta como efecto y experiencia estéticos), nunca tuvo un conflicto  con aquello de un arte para pocos,” y agrega que no es otra cosa que “la libre respuesta de un grupo que, abierta o solapadamente, se opone ante un arte oficial o la descomposición del lenguaje social” según escribió Paz en el renombrado ensayo “El arco y la lira”.
Desde joven Paz estuvo envuelto en los movimientos revolucionarios. Algunos de sus compañeros giraron al fascismo y otros, como él, se acercaron al comunismo. Con los años, demostró una evolución que se jugaba por la democracia y el respeto a las instituciones y, por ello, al otro.
Cuando habló al entregársele el Premio T. S. Eliot, creado por la Fundación Ingersoll para distinguir a poetas y escritores de distintas lengua, sostuvo que “Eliot creía en la fidelidad a la tradición y en la autoridad; otros creíamos en la subversión y el cambio. Hoy sabemos que la salud espiritual y política está en otras palabras, menos teñidas de ideas absolutas. En las palabras que fundaron a la Edad Moderna, tales como libertad, tolerancia, reconocimiento del otro y de los otros. En una palabra: democracia” (l987).
Precisamente esa actitud de Octavio Paz, le depararon no pocos adversarios y hasta enemigos. Pero él fue consecuente con lo que pensaba y lo que decía. No traicionaba el decir, la palabra, con actitudes personales sino, por el contrario, se sentía parte integral de la palabra que decía y escribía.
En sus palabras de apertura en el Primer Congreso Internacional de Sevilla dedicado al poeta Luis Cernuda (mayo de 1988), sostuvo que hay una “doble condición: Arte del poeta: poder decir. Es un arte que exige valor, integridad. A su vez, ese decir  se cumple en un oyente que comprende y recrea lo oído y lo leído. Participación activa. La obra no termina en ella misma” y agrega: “La gloria se llama tradición: no la mentida inmortalidad de un nombre sino la continuidad de una palabras común”.
Octavio Paz fue un hombre jugado por la palabra. Es decir, fiel a lo que caracteriza al ser humano. La palabra que es liberadora y que a la vez hace que el hombre que la crea y usa de ella lo salve. Y hoy por hoy, que la palabra salve no es poca cosa.
En el acto en que recibió el Premio Eliot, entre otras cosas dijo que desde el romanticismo la poesía había sido condenada a vivir en el subsuelo de la sociedad. Y concretamente expresó que “en la segunda mitad del siglo (XX) se ha acentuado la marginalidad de la poesía. Hoy es ceremonia en las catacumbas, rito en el desierto urbano, fiesta en un sótano (…) Es cierto que sólo en los países totalitarios y en las arcaicas tiranías militares se persigue todavía a los poetas; en las naciones democráticas se les deja vivir e incluso se les protege –pero encerrados entre cuatro paredes, no de piedra sino de silencio” y concluía sus palabras diciendo: “Por esto, en tiempos como el nuestro, el otro nombre de la poesía es perseverancia. Y la perseverancia es promesa de resurrección”.
Así pensaba y escribía y grababa su nombre entre los grandes de la poesía y el ensayo, Octavio Paz.
Murió en Coyoacán, México, el 19 de abril de 1998.  



martes, 1 de abril de 2014

LOS QUE HICIERON LA PATRIA CHICA
Escribe Carlos Sforza*
Hay en cada provincia hombres y existen hechos que han forjado lo que llamamos la patria chica. Cada pueblo y comarca que integra ese territorio, tiene historias de vida que merecen ser recuperadas por quienes de una u otra forma, hurgan en la historia y en la música y en la literatura y suman sus voces en esa tarea de recuperación y mostración de los que hicieron posible llegar al hoy y, por supuesto, al revalorizar su trabajo no hacen sino traerlos al presente y proyectarlos hacia el futuro aunque, materialmente, no estén entre nosotros.
Roberto Alonso Romani acaba de publicar un nuevo libro. Se trata de “Hermanos de patria y cielo – Misceláneas montieleras” (Ediciones del Clé, Nogoyá –Entre Ríos-, dibujo de tapa e interiores: Vicente Cúneo, 2014, 224 p.).
Roberto Romani es un destacado escritor y compositor y difusor cultural que desde Entre Ríos hace trascender nuestra cultura y, a la vez, su propio quehacer, a lo largo y ancho del país. Como acompañante del título ha escrito que son “misceláneas montieleras”. Y tiene razón. Sus escritos reunidos en esta obra son dispares en cuanto a los personajes y a las actividades de esos hombres y mujeres que nos presenta. Y esa diversidad está unida en el libro por ser todos hechos relacionados con la patria chica, con Entre Ríos, representada por aquello de “montieleras” que es, ¿quién lo duda?, algo representativo de nuestra provincia que, como los dos grandes ríos que la circundan y los que la surcan por su interior, son elementos demostrativos de la esencia entrerriana.
Romani hace en su libro un aporte placentero para el lector. Porque, con un estilo que le es característico y que de a ratos parece que no sólo es para el soporte del papel, sino que adquiere el tono de la oralidad, nos presenta a hombres y mujeres que han transitado diversos caminos dentro del quehacer cultural, sea en la literatura, en el teatro, en la música, en los fogones lugareños, y que el autor los recupera y los pone frente al lector para que sepa de ellos y para que su presencia no esté herrumbrada bajo una lápida, sino que esté hoy, aquí, ahora, para mostrarnos quien es cada uno de los personajes que nos retrata Romani.
Un número aproximado a los sesenta, son los recuperados por el autor, además, añade lo que denomina “Noticias del poeta” con seis breves estampas que muestran la sensibilidad, el amor de quien escribe. Es decir, pone a disposición del lector, parte de su ser íntimo con un lenguaje poético.
Debo destacar que las escenas y hechos que muestra Roberto en sus estampas y momentos que desarrolla cada estampa, viene cargada no sólo de la prosa poética del autor, sino de versos de otros poetas que han cantado a la provincia y a sus hombres y a sus gestas a lo largo del tiempo y que hoy, por su libro, nos los hace presentes.
Dice el autor en “Palabras iniciales”: “(…) cada una de las páginas de de este libro pretende humildemente  despertar las voces de los abuelos dormidos y recuperar la impronta bienhechora de los hombres y mujeres que nos ayudaron a entender la vida y prolongaron la gracia de los zorzalitos, madrugadores en canoítas de amor”.
Y es así nomás. Un libro que se lee con deleite y donde campea la prosa poética de un hacedor de cultura, un creador, como es Roberto Alonso Romani.