domingo, 30 de junio de 2013

CINCUENTA AÑOS DE “RAYUELA”
Escribe Carlos Sforza*
Julio Cortázar publicó su célebre novela “Rayuela” el 28 de junio de 1963 (Sudamericana, 1ª edición). Este año se cumplen cincuenta desde aquella celebrada novela que fue, dentro de la literatura un quiebre en cuanto su escritura y composición, son un claro rechazo a las tradicionales estructuras novelísticas de la época.
Rosa Boldori escribió que “Al internarse en el mundo laberíntico y fascinante que es Rayuela, todo lector desprevenido se desconcierta fácilmente cuando encuentra a manera de prólogo, un Tablero de dirección que le señala dos caminos posibles para recorrerla, ya sea en forma corrida, desde el capítulo 1 al 56, donde encontrará la palabra fin y podrá prescindir del resto, o bien alternando capítulos según un orden completamente irregular indicado por el tablero (caps. 73-1-116-3, etc.)” (Sentido y trascendencia de la escritura de Rayuela, Boletín de literaturas hispánicas, U.N. L., Nº 6, p. 59).
Precisamente en “El libro de bitácora”, el propio Cortázar explica por qué usó esas opciones de lectura. Y por qué al utilizar una lectura salteada, el que lee es como si estuviera en el juego de la rayuela. Y de allí el nombre del libro, que Cortázar, según sus propias palabras, dudaba en llamarlo así o, en su defecto, Mandala. Es notable como en el citado libro de Bitácora, que es una especie de diario paralelo a la creación de Rayuela, Julio Cortázar no habla nunca de la obra como si fuera una novela. De allí que algunos han hablado de una antinovela.
Beatriz Sarlo sostiene que la aparición de Rayuela en 1963, era una novela que los lectores esperaban. Como si su publicación en ese año se diera en el momento justo. Y desde su aparición, que causó revuelo en el mundo literario, tuvo vigencia durante varios años, sobre todo en ciertos sectores contestatarios.
Cortázar emplea en la escritura de Rayuela una serie de citas que muchas veces surgen de la boca de Morelli, y además sitúa a los personajes, imborrables por cierto como La Maga, Oliveira, Talita y el mencionado Morelli, en diversos planos geográficos: París, Buenos Aires… Y en situaciones que van de lo trágico a lo humorístico, que plantea dudas sobre la razón, que en cierta forma ensalza la locura.
Además, maneja un lenguaje que se ha considerado netamente rioplatense, pero con una soltura y precisión que hacen de la obra una verdadera muestra del arte literario.
Antes de Rayuela, Julio Cortázar era conocido y reconocido como uno de los grandes cuentistas de habla hispánica. Recordemos sus cuentos “Casa tomada”, “El perseguidor”, “Final de juego” para citar unos pocos. Cuando irrumpe con Rayuela produce una verdadera explosión en la novela. Rompe, como queda dicho, con los cánones estructurales de la novela tradicional y encauza una nueva escritura. Que muchos trataron, inútil y fallidamente de imitar. Porque, hay que decirlo, Rayuela es inimitable como es inimitable el propio autor. 
En una entrevista realizada en “Expreso”, le preguntaron a Cortázar qué autores tenía más presentes y qué poeta, cuentista y novelista ha releído más veces. Él contestó: “-Sus preguntas no son intercambiables aunque lo parezcan, y por eso las contesto por separado. A la primera: los autores más presentes para mí son siempre los francotiradores, los marginales, los alienados de la literatura (…) Imposible hacer una lista; cito al azar a Jarry, a José Lezama Lima, a Roussel. En cambio, cuando usted me pregunta  por el poeta, el cuentista y el novelista, a quienes he releído más veces, se refiere en mi caso a aquellos cuya relectura significa un placer más que un riesgo, una conciliación más que una aventura. Si vacilar le doy tres nombres: el poeta Keats, el cuentista Borges, el novelista Dickens.” (Bol. Cit., p. 91).
En su nota “La novela esperada” (2002), Beatriz Sarlo da una señal unívoca de lo que escribí al comienzo. Dice: “Aparecida en 1963, Rayuela se convirtió, después de un breve período de vacilaciones críticas, en la novela que todos reconocieron como el experimento narrativo  que ponía a la literatura latinoamericana a la altura de los tiempos”. Y agrega: “Aunque hoy la innovación de Rayuela esté agotada, durante los años sesenta fue el paradigma de una revolución en la literatura. Y, en muchos aspectos, lo era.” Sarlo considera a la novela como una “obra abierta” y sostiene que Rayuela “(…) es una novela espacial y musical, cuyo material temático se presenta, se desarrolla o se pierde y vuelve a encontrarse transformado” (Escritos sobre literatura argentina, p.239 y sgts.).
Hoy, quizá, Rayuela no se lea como fue leída en la etapa de su lanzamiento por Sudamericana. Pero, al celebrar cincuenta años de la primera edición (a la que sucedieron reediciones y traducciones a varios idiomas), no podemos sino recordar el hecho que plantó un mojón en la novelística, como lo hizo James Joyce con el Ulises, Leopoldo Marechal con Adán Buenosayres y muchos otros grandes escritores de diversos lugares. A veces, desconocidos pero fecundos y buenos. Así, sin duda, no sólo se nutre sino quGe pervive la narrativa a través de los tiempos y de los espacios.


         

viernes, 21 de junio de 2013

"La guerra deloshuesos" en Paraná

La nueva novela de Carlos Sforza, "La guerra de los huesos" (Ediciones Del Clé, ilustración de tapa: óleo de Ruth Sverdlov, 2013), se presentará en Paraná (Entre Ríos) el 12 de julio próximo en el Museo Histórico "Martiniano Leguizamón" (calles La Paz y Buenos Aires).Tendrá a a su cargo la presentación el Licenciado y periodista Carlos Marín, quien con excelencia ya lo hizo en Victoria el 8 de junio ppdo.
El acto es organizado por el Centro de Residentes Victorienses de Paraná y contará con la adhesión de la SADE, Filial Entre Ríos. La entrada al acto es libre y gratuita y el autor firmará ejemplares de su obra a quienes lo deseen.

domingo, 16 de junio de 2013

Agradecimiento

Quiero agradecer desde mi blog, a quienes hicieron posible y acompañaron la presentación de mi última novela, "La guerra de los huesos", el día 8 de junio de este año.
En primer lugar a la Comisión del 150ª aniversario de la Sociedad Italiana "Dante Alighiere" de Victoria, que organizó conjuntamente con la Comisión Directiva, el acto en el salón la instituciín. A la Municipalidad de Victoria que por Decreto 339 declaró el evento "De Interés Cultural Municipal", al dúo musical que prestigió el mismo integrado por José Luis Vergara en guitarra y Paula Plunket en flauta traversa.
Por supuesto a quien tuvo a su cargo la presentación del libro, Licenciado y periodista Carlos Marín (Paraná) que no sólo reseñó la obra sino que realizó un diálogo con interrogatorio que enriqueció la esencia de la labor narrativa que he realizado en la creación de la novela.
También debo agradecer a quienes me acompañaron en el acto: a la ilustradora de la tapa del libro, la artista plástica Ruth Sverlov (San Nicolás), al fotógrafo Celso Rendos, al editor, poeta Ricardo Maldonado (Nogoyá), al Secretario de la SADE, filial Entre Ríos, poeta Martín Carlomagno, a la poeta y cuentista Tuky Carboni (Gualeguay) y, claro, a los fieles lectores que se dieron cita en la noche de ese sábado para acompañarme y dialogar.
A todos, ¡Muchas gracias!

domingo, 9 de junio de 2013

LOS FANTASMAS DEL ESCRITOR
 Escribe Carlos Sforza*
Sabemos por experiencia propia que, como escritores, unos más, otros menos, todos tenemos nuestros fantasmas. Eso significa simple y sencillamente que hay ciertas obsesiones que consciente o inconscientemente, moran en el interior de quien es escritor. Son los fantasmas de que nos habla Sábato en su ensayo “El escritor y sus fantasmas” y que uno reconoce que existen cuando escribe.
Es claro que no son fantasmas que se manifiesten con claridad. Como fantasmas que son, aparecen y desaparecen cuando ellos quieren, pero hay algo que no se puede negar: esos fantasmas están presentes, existen y pueblan el mundo interior del escritor.
Cuando el narrador escribe, crea personajes que son ficcionales y pertenecen a historias hechas por el escritor que como tal es un hacedor. Y como sostenía Juan Rulfo, no debemos olvidar que “la literatura es ficción y por lo tanto es mentira”.
Es cierto que la ficción es una cosa imaginada. Y en ese sentido es mentira. Pero como bien sostiene Mario Vargas Llosa, “La ficción es una mentira que encierra una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla.” (Carta a un novelista, pp. 14/15). También, en una nota publicada en el diario porteño “La Nación, el escritor peruano sostenía  que “si la novela es buena aquello que cuenta pasa a ser verdad, porque está escrito de una manera que no permite no creer en ella”.
Recordemos que todo lo que existe es materia apta para el novelista. Desde el santo al pecador, desde lo más pequeño a lo más grande. Nada escapa a la posibilidad de ser tomado por el narrador y transformado, cuando se posee el don y se sabe cómo decir lo que se quiere decir, en una obra de arte literario.
Es claro que cada escritor, como tiene en sí sus obsesiones, sus fantasmas, los transfiere a muchos de los personajes que crea. No es que cada personaje sea el autor; que sus opiniones sean las del que escribe; que si el personaje es un asesino, lo sea el escritor; si es un santo, lo sea también el escritor. Hay partes, fragmentos del autor que sin dudas, aparecen en los personajes que crea. De allí que el dicho de Flaubert: “Madame Bovary soy yo” sea cierto. Pero también es cierto que el cochero, el farmacéutico y los otros personajes de la célebre novela de Flaubert, son él. Lo son como que son hechuras de su imaginación. Y lo son porque, a la postre, tienen ciertos rasgos que son como un aire de familia con el autor.
Es claro que como es sabido, cuando un narrador crea un personaje, ese ser nuevo, de ficción, se independiza del creador y comienza a andar con paso propio y con amplia libertad de quien fue su hacedor. Es decir, abandona al creador y hace su propia vida. Heinrich Böll, el novelista alemán que fue Premio Nobel de Literatura, escribió en un artículo publicado en 1963 lo siguiente: “Yo soy católico y lo soy, también en mi calidad de escritor y periodista, pero no soy un novelista católico (…). Me considero tan libre como libres dejo yo a los personajes de mis novelas. Quien se tome todo esto a la ligera y me confunda con alguna de las figuras de mis novelas, hace muy mal. Hasta ahora he escrito cinco novelas con un considerable número de personajes, les he ofrecido mucho y los he dejado libres; y existe un acuerdo definitivo entre nosotros: jamás daré información sobre ellos”.
Es la independencia  que adquieren los personajes una vez que el escritor los crea. Se liberan y marchan y hacen su propio camino muchas veces contrario a lo que pensaba el creador que iban a hacer.
Como escribiera el siempre recordado Oscar Wilde: “Cuando las personas nos hablan sobre otros suelen aburrirnos. Cuando nos hablan de ellas mismas casi siempre son interesantes”. Daré algunos lineamientos de mi quehacer, de mi propia experiencia como escritor. He citado y quizá cite a algunos colegas, ilustres escritores, como apoyatura y corroboración de lo que personalmente siento y pienso como escritor. Y nunca olvido el valor del aprendizaje humano “sin el cual el aprendizaje literario es Irrisorio” (E. Mallea). De allí que siento la necesidad de escuchar a la gente, vivir junto a ella,  transitar las redacciones de los diarios y periódicos como lo he hecho desde mi primera juventud y lo he continuado hasta hoy, conocer lugares y admirar sus casas; incluso, visitar los cementerios y leer viejas lápidas, adquirir allí una experiencia que nos hace remontar a nuestros antepasados y nos hace ver, en gran medida, nuestro futuro.
Todo ese aprendizaje, esas vivencias, hacen que nos marquen de una u otra forma. La mayoría de las veces, en mi caso, se fijan en lugares oscuros del subconsciente o del inconsciente y, cuando uno escribe, libera esos fantasmas que moran en nosotros.


lunes, 3 de junio de 2013

LOS PERSONAJES Y LA NARRACIÓN
Escribe Carlos Sforza*
A veces los lectores se preguntan de dónde sacó los personajes este escritor. Cómo los buscó y los creó para convertirlos en actores de la narración-.
Se ha dicho infinidad de veces que todo lo que existe y lo imaginado, es materia apta para el novelista. De allí que por las narraciones desfilen hombres y mujeres de toda laya. Es decir, desde el santo al peor de los pecadores.
Mario Benedetti decía que “con personajes desagradables y hasta crapulosos, puede hacerse buena literatura” y daba como ejemplo de lo que denomina “antigua ley”, el cuento de su connacional Juan Carlos Onetti, “El infierno tan temido”.
En primer lugar debemos tener presente que el lector, cuando se sumerge en una ficción, se topa con personajes y no con personas. Y debe ser consciente de este hecho como lo afirma el citado Benedetti. Lo que sucede es que esos personajes, cuando son creados por un auténtico narrador, se transforman a la vista del lector, en personas. Y así se trate de mendaces, asesinos o seres de otras galaxias, si están bien realizados y cumplen su función en el relato, son verosímiles. Y por lo tanto, aceptados como personas por el lector.
Por otra parte, como lo he dicho siempre, lo que tiene suma importancia es no lo que se dice o presenta sino cómo se lo dice Es decir, de qué manera se narra una historia con esos personajes para que resulte atractiva (que atraiga la atención del lector) y a la vez, se la vea como real por el carácter que a lo escrito le imprime el autor.
En un artículo titulado “El quehacer convertido en invención” incluido en el libro “Literatura uruguaya siglo XX” de Mario Benedetti, éste afirma que “quizá el único modo de asumir legítimamente lo real y transformarlo en arte sea encontrar (no importa por qué ni con qué medios) un lenguaje propio”. Es decir tratar de imprimir a la narración la impronta del creador. No actuar como un copista de otros escritores, sino tomar lo que a la postre es indiscutible: un estilo. Y ese estilo lo traduce la voz del narrador y las muchas voces de sus personajes. Por supuesto, con el valor que ello conlleva en cuanto a que se está manifestando a través de la escritura, la calidad o no de quien escribe.
Ahora que se cumplen cincuenta años de la aparición de “Rayuela” de Julio Cortázar, viene a cuento lo que escribió el autor en cuanto a los personajes transformados en personas dentro de la narración: “(…) la novela que nos interesa no es la que va colocando los personajes en la situación, sino la que instala la situación en los personajes. Con lo cual estos dejan de ser personajes para volverse personas.”
Ese dejar de ser personajes para convertirse en personas, hace que el lector se implique en la narración y sea partícipe activo a través de la lectura. Y, por qué no, se convierta en coautor al buscar otras alternativas a la que encuentran en el texto los actores que deambulan por las páginas del libro.
Eduardo Mallea en “Palabras sobre un arte (A un novelista que comienza)”, le escribió que “A nada deberá servir más que a la verdad profunda de sus criaturas: si son fuertes, de todos modos se rebelarán  sobre usted mismo; sólo tocará escucharlas con lealtad. (…) Su papel altanero e invulnerable consistirá en algo superior a toda contingencia. Pues residirá no en la suerte de lo que usted haga, sino en cómo lo haya hecho” (“Poderío de la novela”, p. 91 y sgts.).
El gran testigo que es el novelista, no puede sustraerse a esas contingencias. Los personajes convertidos en personas, que viven una realidad que se le escabulle de las manos al narrador, son los que determinan, si están bien representados en la ficción, la calidad de la obra. Es decir, se conjugan los personajes, la trama y, cosa fundamental, cómo se dice, cómo se narra.