viernes, 24 de agosto de 2012

ALGUNOS APUNTES MÁS SOBRE EL LIBRO DE ECO


Escribe Carlos Sforza*

He creído conveniente explayarme sobre algunos aspectos no explicitados sobre el libro de Umberto Eco, “Arte y belleza en la estética medieval”. Y lo hago para completar en algo lo que da tela para cortar mucho más.

Y tanto es así, que el novelista y semiólogo italiano, nos habla de la visión que hoy tenemos sobre el arte y la necesidad de seguir una línea histórica para, así, fijar los hitos que esa trayectoria ha marcado en cada etapa y lo que ha dejado como legado a la siguiente.

Escribe Eco que “Hoy en día no nos damos cuenta de que la cualidad de una obra de arte no hay que buscarla por la idea concebida por acto de gracia e independiente de la experiencia de la naturaleza: en el arte convergen todas nuestras experiencias vividas, elaboradas y resumidas según los normales procesos imaginativos, salvo que lo que hace única la obra es el modo en el que esta elaboración se vuelve concreta y se ofrece a la percepción, a través de un proceso de interacción entre experiencia vivida, voluntad de arte y legalidad autónoma del material sobre el que se trabaja”. Y, por supuesto, esta discusión ha sido fecunda y ha ido in crescendo a través de los años. Por ello, el autor sostiene “(…) que resulta necesario seguir su desarrollo histórico. La Edad Media entrega al Renacimiento y al manierismo esta temática, aunque en su expresión más importante, es decir, la teoría aristotélica del arte, no consigue explicar el fenómeno de la ideación de forma satisfactoria; o mejor dicho, lo hace de tal modo que no puede ofrecer indicaciones a la discusión posterior” (p.183/184).

Hay que tener en cuenta, al hablar del arte y la belleza en el medioevo, que existían dos teorías: la de la forma que es la que toma Alberto Magno cuando habla del esplendor de la forma conforme lo hiciera Aristóteles, y la de Santo Tomás que habla de la integridad y la proporción, y no piensa tanto en la forma sustancial sino en la sustancia toda, en el organismo en cuanto síntesis de materia y forma. Siglos antes, San Agustín funda la teoría del signo. Dice Eco que Agustín “(…) es el primer autor que, sobre la base de una cultura estoica bien asimilada, funda una teoría del signo (muy afín en muchos aspectos a la de Saussure, aunque con considerable anticipación)”. Y agrega: “En otros términos, san Agustín es el único que se puede mover con desenvoltura entre signos que son palabras y cosas que pueden actuar como signos. (…) El signo es todo aquello que hace que nos venga a la mente algo diferente, más allá de la impresión que la cosa produce en nuestros sentido” (p. 103).

Símbolo y alegoría

Una de las características esenciales del medioevo, conforme lo compendia U. Eco, es la visión simbólica –alegórica del universo. Sostiene que el hombre de esa época, vivía en un mundo poblado de significados, remisiones, sobreentendidos, “manifestaciones de Dios en las cosas, en una naturaleza que hablaba sin cesar un lenguaje heráldico, donde el león no era solamente un león, una nuez no era solo una nuez, un hipogrifo era tan real como un león porque al igual que éste era signo, existencialmente prescindible de una verdad superior”.

En cuanto a la interpretación alegórica apunta el autor que ya se hablaba antes de la tradición escrituraria patrística. Dice que “(…) los griegos interrogaban alegóricamente a Homero”. Y aclara que “La tradición occidental moderna está acostumbrada a distinguir entre alegorismo y simbolismo pero la distinción es bastante tardía: hasta el siglo XVIII los dos términos siguen siendo en gran parte sinónimos, como lo habían sido para la tradición medieval. La distinción empieza a plantearse en el romanticismo y en todo caso con los famosos aforismos de Goethe”. (p.93).

Por su parte, Tomás de Aquino, ha hecho, conforme dice Eco, un “singular operación retórica”. Ello es así puesto que el aquinate “(…) sancionaba, de hecho, -a la luz del nuevo naturalismo hilemórfico-, el fin del universo de los bestiarios y de las enciclopedias, la visión fabulosa del alegorismo universal.”

De esta forma, con Tomás de Aquino “nace una nueva forma de considerar la esteticidad de las cosas”. Y tomando un estudio de Gilson sostiene que se desarrolla “en toda su complejidad una filosofía de la sustancia concretamente existente”.

Jacques Maritain, en su siempre citado “Arte y Escolástica”, sostiene que para los escolásticos “El arte es ante todo de orden intelectual, su acción consiste en imprimir una idea en una materia; reside por tanto, en la inteligencia del artifex, tiene en ella su sujeto de inhesión. Es una cierta cualidad de esa inteligencia” (p. 15). Y si como sostenían los escolásticos, el arte pertenece al orden práctico, al orden del hacer, Maritain sostiene que “El arte en el fondo, sigue siendo esencialmente fabricador y creador. Es la facultad de producir, no ex nihilo, sin duda, sino de una materia preexistente, una criatura nueva, un ser original” (p.78). El filósofo francés, claro, sostiene las teorías de Santo Tomás y las actualiza al siglo XX.





Nueva doctrina de la poesía

En su libro, U. Eco trata también la aparición de una nueva doctrina de la poesía. Ello se produce por parte de “protohumanistas como Albertino Mussato. Este afirma que la poesía es una ciencia que viene del cielo, un don divino”. Dice el semiólogo que los protohumanistas buscan en el repertorio escolástico “la incierta noción del poeta teólogo

y la retoman en la lucha contra los defensores de una posición intelectualista y aristotélica (como el tomista fray Giovannnino de Mantua) y bajo nociones tradicionales pasan de contrabando un concepto nuevo de poesía” (p. 180).

Por otra parte y para concluir esta nota, quiero recordar lo que Umberto Eco sostiene cuando habla de la estructura del pensamiento medieval: “De todos los conceptos matemáticos griegos, la Edad Media acepta como principio metafísico fundamental, a través de la relectura musicológica de Pitágoras, el de proportio. Pero la proporción v acompañada siempre de la claridad y la integridad. Unas cosa e s lo que es y no puede ser otra cosa (…) Solo así puede entenderse no solo que esa cosa es, sino también que es una, que es verdadera y es bella”. (p. 205).

Sin dudas, leer el libro de Eco es adentrarse en la médula del medioevo y encontrar bajo una teoría teocéntrica, variadas posiciones en torno al arte, la belleza y la labor de quienes hicieron y crearon arte en ese largo período de la historia de la humanidad.



lunes, 20 de agosto de 2012

EDAD MEDIA: BELLEZA Y ARTE


Escribe Carlos Sforza*

Hablar de lo bello y del arte es uno de los temas que durante todos los periodos históricos se ha hecho. Es claro que no es sencillo ubicarse en cada uno de esos períodos puesto que, a la distancia, con preconceptos quizá, tenemos una visión propia de lo bello y el arte que incide en nuestra mirada sobre otros períodos.

Stanislas Fumet en la década del cincuenta del siglo pasado, decía que “(…) a partir del momento en que el arte ambiciona transferirnos desde un plano natural a un plano equívoco, sacarnos de nuestra condición efectiva para aclimatarnos en una suerte de Edén sensible, ¿se le puede considerar legítimo. Si es afirmativa la respuesta, ¿en qué consiste entonces ese privilegio excepcional de que goza el arte no bien elige como fin a la belleza en sí; cuál es el nombre de ese talismán que le permite dilatarse con total independencia, con plena autonomía, en el seno de una soledad completa, lejos del humano ruido, entre un crimen y una oración, libre de escrúpulos y aspirando exclusivamente a su propia perfección.” Y agregaba que “He aquí que se introduce un concepto nuevo: lo bello. Su signo esencial es la paz inhumana en la que reina y también cierta indiferencia para todo lo que no es él. (…) El arte invadido por el concepto de lo bello, tiende exclusivamente a glorificarlo y, para no estar por debajo de su tarea, todo lo subordina a ese concepto” (El proceso del arte, p. 17/18).

Es claro que ese concepto es del siglo XX, es decir de la modernidad. Y no es el mismo, aunque tiene ciertas connotaciones, con el concepto de belleza y arte que regía en la edad media.

No debemos desestimar lo que en períodos posteriores al medioevo, se pensaba sobre ese tiempo histórico que se sitúa en medio de la antigüedad y el renacimiento. Para algunos fue una época oscura, sin grandes aportes a la cultura, a tal punto que no hace tanto tiempo, un llamado filósofo argentino, sostuvo en un programa de televisión, que prácticamente no hubo filosofía en esa etapa. Lo cual, por supuesto, es una mentira a sabiendas o una supina ignorancia, puesto que el pensamiento filosófico se desarrolló con distintos matices y enfoques, entre cristianos, judíos y árabes.

EL PORQUÉ DEL TÍTULO DE ESTA NOTA

Todo se debe al libro de Umberto Eco, “ARTE Y BELLEZA EN LA ESTÉTICA MEDIEVAL” (Ediciones DEBOLSILLO, traducción de Elena Lozano Miralles, Bs.As., 2012, 272 p.). Precisamente el pensador y semiólogo italiano afronta un tema que busca dilucidar lo que la denominada leyenda negra, negó o escondió durante mucho tiempo, como una reacción a lo que fue la Edad Media.

En la Introducción, Eco dice: “Este libro es un compendio de historia de las teorías estéticas elaboradas por la cultura de la Edad Media latina desde el siglo VI hasta el siglo XV de nuestra era”. Como bien lo aclara el autor, se trata de un resumen y sistematización de investigaciones previas. Pretende, y lo dice y logra Eco, que el libro sea una “imagen de una época, no una aportación filosófica a la definición contemporánea de la estética, de sus problemas y de sus soluciones”.

Ello quiere decir que el libro busca mostrar las diversas, variadas y sabrosas vertientes del pensamiento medieval sobre un tema que no podemos verlo desde nuestra perspectiva del hoy, sino situarlo en el momento histórico en que se expresó a través de varios siglos y de numerosos pensadores de esos siglos.

Por supuesto que en la Edad Media, lo afirma Eco, existía una “concepción de la belleza puramente inteligible, de la armonía moral, del esplendor metafísico, y que nosotros podemos entender esta forma de sentir solo a condición de penetrar con mucho amor en la mentalidad y sensibilidad de la época”.

Umberto Eco trae en su nuevo libro una serie de aportes sumamente importantes para entender lo que los pensadores y artistas medievales pensaban y practicaban con respecto a lo bello, la belleza y el arte. Desde aquellos que, por ejemplo, creían y sostenía esa creencia, en que las iglesias debían estar despojadas de figuras que lo distrajeran al hombre del pensamiento y la concentración en Dios, hasta los que por el contrario, defendían la presencia de estatuas, pinturas y demás ornamentos de la arquitectura, que hicieran referencia directa o indirecta a Dios.

Así se plantea la utilidad y belleza en el pensamiento medieval. Por ello afirma el autor que “Los teóricos se esfuerzan a menudo en distinguir estas categorías y un primer ejemplo lo tenemos en una página de Isidoro de Sevilla para el cual lo pulchrum es lo que es bello de por sí y lo aptum es lo que es bello en función de algo (doctrina, por lo demás, transmitida desde la Antigüedad y pasada de Cicerón a Agustín y de Agustín a toda la Escolástica)”. Y en cuanto a lo bello en función de la utilidad (o también la belleza didascálica) hace un agregado el autor del libro comentado, que aclara mucho. Dice: “Esos mismos autores eclesiásticos que celebran la belleza del arte sagrado insisten en su finalidad didascálica; la finalidad de Suger es la que ya estableciera el Sínodo de Arras en 1025: lo que los simples no pueden captar a través de la escritura debe serles enseñado a través de la figura; el fin de la pintura, dice Honorio de Autum, como buen enciclopedista que reflexiona sobre la sensibilidad de su tiempo, es triple: sirve ante todo, para embellecer la casa de Dios, para traer a la memoria la vida de los santos y por último para la delectación de los incultos, dado que la pintura es la literatura de los laicos”. En cuanto a la literatura, es común que la misma sea considerada como que debe “ser útil y deleitar”.

El libro abunda en citas de posiciones encontradas, de la evolución del pensamiento sobre la belleza como armonía, del arte, de la numerologia pitagórica a otras muchas expresiones que hacen que la historia de la belleza y el arte medievales, sea más rica de lo que comúnmente se cree.

El concepto de lo bello como venía de la antigüedad clásica, es lo que visto o escuchado, gusta, hasta la belleza como esplendor de la forma, desfilan entre los muchos temas abordados por el autor en este valiosísimo libro.

Sostiene Eco que con la aparición de la caballería, se acentúa un valor básico medieval en el sentido estético. Así El Roman de la Rose, sostiene, “es un ejemplo de ello; el amor cortés, otro. (…) La mujer se convierte en el centro de la vida social y artística: entra en la literatura el elemento femenino que la fuerte época feudal había ignorado. Salen reforzados los valores del sentimiento, y la poesía, de operación objetiva, se transforma en declaración subjetiva.”

Es claro que buena parte del libro lo ocupa Santo Tomás de Aquino y sus conceptos sobre el arte, que está en la línea del hacer. La última parte la dedica a lo acontecido en el tema después de la Escolástica, donde habla de las estructuras del pensamiento medieval, de la estética de Nicolás de Cusa, del hermetismo platónico, de la Astrología versus providencia, de la estética como norma de vida. En suma, estamos ante una obra que no solamente hace el abordaje profundo de una temática apasionante en una época, la Edad Media, que ha provocado muchas polémicas, sino que ese abordaje lo hace sobre textos propios de la época (fuentes) y de los estudios de otros autores y del propio Eco, escritos sobre el tema.

Un libro que, para quienes deseen conocer a fondo, con una visión objetiva, el tema de la belleza y el arte en el medioevo, resulta no sólo interesante sino, diré, fundamental y necesario.





sábado, 4 de agosto de 2012

ONOMÁSTICA, LUGARES Y MEMORIA


Escribe Carlos Sforza*

Para continuar con la novela y demás expresiones ficcionales, hoy dedicaré esta nota a tres puntos capitales que hacen a aquéllos: la onomástica, los lugares y la memoria.

Es indudable que los nombres tienen en la obra de ficción, un puesto importante. Conforme se van enhebrando nombres de los personajes, surgen referencias indirectas sobre la calidad de esos personajes. Ya sea en lo moral, en lo físico y otras expresiones propias del ser humano.

Graciela Maturo en su estudio sobre la novela “SOMBRAS NADA MÁS” de Antonio Di Benedetto expresa: “Guía de todo buen lector de novelas es la onomástica de los personajes, así como la de lugares y objetos que hayan sido destacados con nombres propios”. Es así puesto que hay una relación íntima entre el nombre y la actuación o presencia de lo nombrado. La onomástica es un instrumento valioso en la creación de una obra de ficción. Es claro que muchos se preguntarán, y me lo han preguntado en diversas ocasiones, de dónde el escritor saca ciertos nombres para sus personajes.

En mi caso particular han jugado y juegan un papel importante varios factores. Uno de ellos es la memoria y el conocimiento de ciertos hombres reales que han portado un nombre y que ese nombre es aplicable por sus connotaciones a un personaje determinado. Asimismo muchas veces he recurrido a los libros añosos del archivo parroquial de Victoria, donde en los nacimientos casamientos y, especialmente en las defunciones, he hallado una cantera inagotable de nombres que en el momento de la creación surgen aplicables y, por supuesto, aplicados a un personaje determinado. También es un lugar donde se pueden encontrar nombres a veces esenciales para un personaje, la visita y lectura de las lápidas del cementerio. Aunque parezca mentira, en los viejos mármoles y bronces, se encuentran grabados nombres que son un verdadero hallazgo para el escritor y su posterior utilización aplicado a un personaje. Quizá la mayoría de las veces esos nombres que uno encuentra y atesora, no son usados en la creación ficcional, pero otros sí. Y allí está uno de los grandes proveedores para la onomástica que la imaginación utiliza en el momento de la creación literaria.

Los lugares también son otro de los elementos esenciales en la creación de novelas, cuentos y relatos. Y, por supuesto la ubicación no sólo geográfica sino también onomástica de los mismos.

Pensemos en la Santa María creada por Juan Carlos Onetti. Y en William Faulkner con la creación de ese lugar imaginario donde sitúa la mayoría de sus novelas: Yoknapatawpha. O Arturo Cerretani cuando centra la vida de los personajes en Buenos Aires, y en la zona del puerto de la capital, lugar que solía frecuentar asiduamente. Muchas veces son lugares imaginados por el autor, tomando, claro, rasgos esenciales de otros lugares y poniéndolos como base para la creación.

Hay creadores que sitúan sus ficciones en lugares reales, conocidos o a veces ignotos y remotos. Pero que con nombre real o inventado, son el hábitat que está al servicio de quienes son los personajes que transitan, residen y hasta mueren en ellos. Tal el caso de los innumerables lugares que aparecen en las novelas de Graham Greene, desde Londres, La habana, México y tantos más, hasta Corrientes, en nuestro país, en su novela “El Cónsul honorario”.

En mi caso la mayoría de mis ficciones se sitúan en Victoria y en diversos lugares emblemáticos para la trama de las mismas: el Quinto Cuartel o Barrio de las Caleras, la zona del Cerro de La Matanza en la novela “Como a través del tiempo”, barrios de la ciudad como en varios cuentos de “De casas y Misterios”, y otros libros del mismo género, o en la novela “Rostros del hombre” al que se agregan la ciudad de Paraná y el mítico barrio “Manuelita” de Rosario para confluir a través de sus personajes en Victoria. Otro de los lugares referenciales de algunos cuentos es la zona del puerto y también la gran urbe porteña cuando muere y es velado y enterrado Perón, en la novela “Historias en negro y gris”.

La memoria, a la vez, nutre permanentemente al creador. Porque los recuerdos e incluso, el regreso al pasado, hacen que las ficciones no sólo sean un relato lineal, sino un intercambio permanente en los tiempos del discurso narrativo. Dice en la nota mencionada Graciela Maturo, que hay novelas “que abordan igualmente el relato vital retrospectivo, no meramente como raconto ordenado de experiencias, sino produciendo una nueva y original ordenación que adquiere el valor de un modelo inteligible”. Y la poeta y crítica agrega: “No pensamos que se trata de una figuración casual; antes bien nos inclinamos a pensar que es el acceso del escritor a un punto omega que es zona de clarividencia y comprensión el que dispone esta estructura radial, atomizada, diversificada en nuevos relatos”

Precisamente esa inserción de la memoria en la ubicación del pasado y su cruzamiento con el presente, es una de las formas que la estructura de la novela moderna ha adquirido y ha dado sus frutos. Aparece en muchos autores latinoamericanos. Y, en mi experiencia personal, la técnica la he utilizado esencialmente en mis novelas y en muchos de mis cuentos, donde se entrecruzan los planos temporales y donde aparece la memoria en hechos del pasado (eso mismo está presente en la novela que próximamente aparecerá).

De allí que ante ciertas críticas a algunas novelas latinoamericanas que ha incursionado con esa metodología estructural, Graciela Maturo sostenga que “Tal es a nuestro juicio la clave interpretativa de cierto tipo de novelas latinoamericanas, que siguen siendo interpretadas como obras formalmente experimentales o como acopio exterior de mitos folklóricos, cuando son en verdad una acabada muestra del periplo cumplido por la conciencia creadora en su religación con el origen y el sentido”.

Con esta forma, breve por cierto, he querido mostrar la importancia que la onomástica, los lugares y la memoria tienen en la creación literaria de los escritores que nos dedicamos a crear ficciones ya sea en la forma de novelas, cuentos o relatos.