miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿HAN MUERTO LOS VALORES?
Escribe Carlos Sforza*
La vertiginosa marcha de los tiempos actuales hace pensar que no existen valores. Y si existen, desgraciadamente pareciera que está guardados en un ropero o barridos para colocarlos debajo de una gran alfombra.
Por supuesto que esto se ve y se traduce en actos que los humanos realizan en diversas circunstancias de sus vidas. Vemos travestismo político, social, sindical, juvenil y sigue la larga lista.
También es cierto que en muchos períodos de la historia se ha asistido a una ignorancia o soterramiento de los valores. Y no es menos cierto que muchos valores varían conforme a las civilizaciones a las que pertenecen y cambian con el correr del tiempo y con los cambios que ese transcurrir temporal puede provocar en los hombres.
En un acto de verdadera toma de conciencia, el filósofo francés Gabriel Marcel escribió: “De una manera general, reflexionando sobre las aberraciones que se multiplican sin descanso en torno de nosotros, tanto en el plano de la ética y del pensamiento especulativo como en el del orden estético, me he visto impulsado a tomar a contrario una conciencia cada vez más clara de un cierto número de valores, que durante todo el período en el cual se constituyó lo que gusta llamar precisamente mi filosofía, fui, sin embargo, llevado a despreciar espontáneamente. Pero todos esos valores están ligados a la sabiduría y a la sensatez”.
Valores, dice el pensador francés, ligados a la sabiduría y a la sensatez. Indudablemente los valores que hablan desde la sabiduría, se constituyen a través del pensamiento reflexivo y crítico. Del saber que hace posible ponerlo en práctica a través de valores.
Asimismo cuando se refiere a la sensatez nos remite al sentido común. A lo que la razón y el corazón del hombre admiten como una cosa que no necesita de muchas explicaciones porque en definitiva, se explica por sí sola. Ese sentido común que advertimos en los dichos populares, en los refranes repetidos oralmente de generación en generación. Ese sentido común que lo tiene, incluso, un hombre sin estudios, sin haber pasado por las academias o las universidades, pero que nace de lo íntimo de su ser. Ese sentido común que, lamentablemente, muchos hombres que ocupan cargos importantes, que quizá han transitado por los claustros universitarios, no lo tienen. Y si lo tienen, por razones que quizá solamente ellos puedan conocer, no lo ponen en práctica.
Nos llamamos hombres civilizados. Y lo somos si tenemos presente que “la condición del hombre civilizado (lo es) por oposición a cierto estado primitivo, salvaje o bárbaro” (Marcel).
En ese sentido, tengamos en cuenta que toda civilización implica tener valores. Pueden variar de una civilización a otra, como escribí líneas arriba. Pero no puede haber una civilización si una serie de valores. El admirado filósofo citado, sostiene que “De cualquier manera que se defina una civilización, es de una evidencias innegable que ella implica creencias, esto es, valores”.
Precisamente los valores son los pilares de las civilizaciones que perduran. Cuando se violan los valores, la civilización ha entrado en una crisis que puede llevar a la destrucción final de esa civilización. Y en ese supuesto, surgirá una nueva, con sus valores que deberán ser respetados y cumplir con lo que mandan para ser fieles al espíritu de la civilización que entroniza tales valores.
Hay en la modernidad o posmodernidad o posposmodernidad, una tendencia a minivaluar. Es decir a menospreciar los valores. Hay como un estado de efervescencia donde todo se pone en discusión y en duda. Y existe una propensión a que cualquier hijo de vecinos, tome un micrófono o se presente en la pantalla de un televisor o escriba en un diario. Y así puedan opinar sin más ni más, sobre los valores que suelen ser pilares que sostiene el andamiaje social. Y lo hacen sin conocimiento y con un desparpajo que deja perplejo a quien se dedica de lleno a aplicar la sabiduría y la sensatez cuando se trata de analizar los valores.
Es como si cada uno se sintiera poseedor de la verdad absoluta. Y caemos, ahí sí, en una actitud soberbia y fanática. Es simplemente una actitud de orgullo. Y como sostiene Gabriel Marcel es allí cuando la sabiduría debe enfrentarse. “Contra la hybris, contra el orgullo”. Juan Pablo II en la carta encíclica “FIDES ET RATIO” decía que “se puede definir, pues, al hombre como aquel que busca la verdad”. Y antes había sostenido que “De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre”
Por eso hoy como ayer y tal vez, más que nunca, debemos buscar la verdad para poder cumplir con los valores que sustentan el ser de una civilización. Cuando los infradotados quieren imponer su pensamiento, hay que reaccionar. Y hay que hacerlo desde cada lugar que nos toque ocupar., Hay que reivindicar los valores y, fundamentalmente, saber ver en el otro al prójimo. Es decir a quien es el que puede dialogar con nosotros. De esa forma y no cerrándose, se puede avanzar hacia una sociedad más justa basada en valores compartidos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

PERSONAJES RECURRENTES EN LAS FICCIONES
Escribe Carlos Sforza*
Hay en las ficciones diversos personajes que muchas veces se reiteran en la obra de algunos autores. Hay, también, narradores que no utilizan los mismos personajes en sus diversas obras aunque algunas veces, aparecen rasgos o elementos presentes en obras anteriores.
En esta nota me referiré a los autores que tienen un personaje que se reitera en casi todas sus narraciones. Ello suele suceder, en forma bastante frecuente, en los relatos policiales.
EL PARADIGMA
Para mí un personaje paradigmático en este sentido es Sherlock Holmes, la creación de Arthut Conan Doyle. Si bien el autor utilizó otros personajes en algunos de sus libros, la saga que tiene como héroe principal al detective que vive en Baker Street de Londres, es un ejemplo de la persistencia del autor para mantener los relatos con ese detective privado.
Las entregas que hacía Conan Doyle de sus ficciones policiales estaban arraigadas de forma exagerada en los lectores y seguidores de las aventuras de Sherlock Holmes acompañado por su amigo el Dr. Watson. Y era tal el apego que tenía esos receptores de las narraciones de Conan Doyle que, cuano éste, cansado de escribir relatos policiales, decide eliminar al detective en una célebre pelea con el Profesor Moriarty, su gran enemigo, hace que ambos se despeñen por un barranco y mueran.
Ante este hecho, los lectores de las aventuras de Sherlock Holmes en masa levantaron su voz de protesta puesto que no podían admitir que su héroe hubiera muerto y con su muerte, terminaran los relatos de sus aventuras.
Ante este clamor y la demanda de los lectores, Conan Doyle “resucitó” al detective con un argumento que debió inventar. En efecto, en la caída lo hace aparecer sosteniéndose en una rama que había en el barranco y salir del trance. Luego, misteriosamente, y para que sus enemigos no lo ataquen, se esconde en una casa hasta que se comunica con su fiel ayudante y, de allí en más, continuó el autor escribiendo a regañadientes, sus relatos policiales con el gran personaje que era el detective de Baker Street.
OTROS CASOS
Esa recurrencia a un mismo personaje, se da en otros casos. Así el novelista belga Georges Simenon, ampliamente conocido por sus novelas policiales cuyo protagonista es el comisario Maigret. Simenon tiene una larga producción en el género pero siempre ha mantenido una pareja calidad literaria. Tal el caso de “Maigret”, “El perro amarillo”, “El hombre que veía pasar los trenes”, “La mano”, “Maigret y Monsieur Charles” entre otros.
El mismo caso sucede con las novelas de Agatha Christie. Es ella sin ninguna duda, la más famosa novelista policíaca inglesa. Ella como los dos anteriores, utiliza investigadores recurrentes como el detective belga Hércules Poirot o Miss Maple. Los lectores recordarán por haberlas leído o visto en el cinematógrafo, “Asesinato en el Orient Express”, “Diez negritos”, “Muerte en el Nilo” entre otras muchas novelas ya que su bibliografía superar el medio centenar de obras.
A esta nómina debo agregar el caso de Gilbert Keith Chesterton escritor inglés que nació en Londres en 1874 y falleció en 1936. Su primer libro publicado fue uno de poemas. Luego siguieron novelas, ensayos, biografías como “San Francisco de Asís” y
“Santo Tomás de Aquino”. En 1911 publicó su primera novela policíaca con el padre Brown, sacerdote católico, como personaje central. Realizó una saga con las historias del padre Brown que es digna de leerse y que personalmente releo cada tanto. Borges, en sus ensayos ha comentado la obra policíaca de Chesterton y se ha declarado un admirador del gran escritor inglés. Puedo agregar en esta lista al español Manuel Vásquez Montalbán, creador del personaje Pepe Carvalho, que comienza su ciclo recurrente con “Yo maté a Kennedy” (1970) y continúa con obras como “Los mares del Sur”, ”Historias de fantasmas”, “El Balneario”, “Los pájaros de Bangkok” y varios más.
El citado Jorge Luis Borges en colaboración con Adolfo Bioy Casares, publicó “Seis problemas para Isidro Parodi, donde utiliza el personaje único en la resolución de los problemas policiales que debe resolver.
Otro novelista argentino que falleció en 2005, es Adolfo L. Pérez Zelaschi, que está considerado de los mejores autores de novelas policiales del país.
Él, al igual que los anteriores, utiliza recurrentemente un personaje, el comisario Leoni, que es quien narra y resuelve los casos que se le presentan. Él está presente, por ejemplo, en su libro “Con arcos y ballestas” donde el autor se muestra como uno de los escritores excelente de novelas y relatos policiales. Y en sus novelas y relatos Leoni es el protagonista de los mismos. A esta nómina debo agregar los cuentos policiales de Leonardo Castellani que crea un personaje a semejanza del de Chesterton, el padre Metri y sus relatos se ubican en el Chaco santafesino.
De esta forma, he reunido una serie de personajes recurrentes en obras valiosas de autores argentinos y extranjeros. Podría, claro, ampliarse la lista con otros escritores y, muchas veces, con autores de menor valía que los citados quienes tomaron personajes recurrentes en sus ficciones. Pero, con lo escrito, creo que es suficiente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿QUÉ LEEMOS LOS ESCRITORES?
Escribe Carlos Sforza*
La pregunta que da título a esta nota tiene, claro, diversas respuestas. Y es así puesto que cada escritor es una individualidad y por serlo, sus preferencias varían de uno a otro. Para tratar de responder a la interrogación, me voy a referir a mis lecturas. Y de esa manera puedo dar una pista a quienes son mis lectores, sobre lo que a lo largo del tiempo formaron mis muchas lecturas.
Cuando era niño, hace ya bastante tiempo, las lecturas se centraban en revistas y algunos libros. Las revistas eran, por ejemplo, un suplemento que editada el diario “Crítica” y que se publicaba creo que los martes y los viernes de cada semana. Ahí, en tiras teníamos lecturas ilustradas de diversa índole. Aventuras de Tarzán, la vida jocosa de “los cebollitas” y muchas más. A ello se sumaba “El Tony” y el “Pif Paf”con las aventuras de Mandrake el Mago, Tarzán y numerosas historietas que nutrían mi imaginación niña junto a las aventuras de Superman y el emperador Ming.
No puedo obviar la lectura de artículos especiales para la edad, del memorable “Tesoro de la Juventud” que leíamos en la casa de una vecina, la Sra. Julia Muzzio de Cudini que, como buena maestra de la Escuela Laprida, en su biblioteca tenía la colección de los preciados libros que eran una verdadera enciclopedia, variada y accesible aún para los niños.
No puedo obviar la lectura de algunas obras que publicaba la revista “Leoplán”. La que se grabó de una manera muy especial fue “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, que en folletín se publicó en esa revista y que impresionaba la ilustración de la tapa con el famoso retrato.
Con el correr del tiempo, lecturas de Salgari y otros de por medio, me dediqué de lleno a leer novelas policiales. El detonador de esas lecturas fue la colección de las novelas y cuentos escritos por Arthur Conan Doyle, con Sherlock Holmes como el paradigma de detective privado que se adelantaba a Scotland Yard y resolvía los más intricados casos como “El sabueso de los Baskerville”, “La marca de los cuatro” y tantas otras aventuras como los enfrentamientos y luchas sin cuartel con el Profesor Moriarty. A esas lecturas de las obras de Conan Doyle, se sumaban otras novelas policiales, conseguidas a bajo precio en los quioscos de revistas, como la colección de Sexton Blake (de quien conservo aún dos libritos), de Mr.Reeder, de Fantosma y otros por el estilo. En esa época de mi adolescencia, leía prácticamente una novela policial por día. Y para lograrlo, además de recurrir a las bibliotecas públicas, intercambiaba libros con amigos.
EN LA SECUNDARIA
Cuando comencé el cuatro año de la secundaria, mis lecturas derivaron en muchos escritores que nos proporcionaban los profesores del Colegio Nacional de Nogoyá. En historia, libros del revisionismo histórico con Juan José Antonio Segura, historiador y maestro ejemplar. En literatura leía a poetas como Antonio Machado, Francisco Luis Bernárdez, Paul Claudel, asimismo a los españoles artífices del idioma como Azorín. Por supuesto a los autores clásicos del programa de literatura del Colegio. Pero lo que nos reunía a un grupo de alumnos, eran esas otras lecturas que no las hacíamos por obligación académica, sino por el gozo de la lectura misma. A ello se sumaba el estudio y profundización en temas de religión, teología y filosofía.
Posteriormente ahondé en lecturas de los libros de Giovanni Papini, de Graham Greene, de Francois Mauriac, de George Bernanos, de Gabriel Marcel, de León Bloy, de Jacques Maritain, de Jean Paul Sartre, de Merleau Ponty, M. F.Sciacca, Camilo José Cela., de Gilbert K. Chesterton. Asimismo los clásicos novelistas norteamericanos: Faulkner, John Dos Passos, Hemingwey. El irlandés James Joyce. La inglesa Virginia Wolf. El norteamericano Kart Vonnegut…
OTRAS LECTURAS
A esa nómina, incompleta de lecturas intensas y meditadas, debo agregarle mi predilección por los libros de Ray Bradbury, uno de los preferidos autores no sólo de ciencia ficción sino de narraciones donde se mezclan el misterio, lo sorprendente y la belleza de un estilo excelente y de una estructura novelística de calidad indudable.
En cuanto a los argentinos, mis lecturas se han nutrido de Ernesto Sábado, Arturo Cerretani, Adolfo Bioy Casares, Manuel Mujica Láinez, Jorge Luis Borges, María Esther de Miguel, Juan Carlos Ghiano… Está sobreentendido que a la par de ellos, he leído a los autores entrerrianos cuya nómina es extensa y de otros lugares del país. Por supuesto no se puede, en mi caso, obviar a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti. Y un gran escritor alemán como H. Böll o el irlandés G. Orwell. Tampoco a Umberto Eco y también, en forma muy especial, a Italo Calvino
También es cierto, que entre mis lecturas figuran nombres de autores, libros y antologías que, por mi tarea como crítico y comentador de libros, realizo incesantemente. Son cientos los artículos en los que he reseñado y he comentado y he hecho crítica literaria de libros editados en el país y fuera de él. Han desfilado muchos autores, algunos de alto valor, otros de menor valor y, obviamente, ha habido malos libros escritos por quienes pretenden ser escritores y no les el cuero para serlos.
COLOFÓN
Como final a la respuesta de la nota, puedo asegurar que esas muchas, muchísimas lecturas han nutrido mi vida y me han dado gozo y oportunidad de vivir muchas vidas en las vidas de cada narración. A la vez, he aprendido mucho puesto que al leer buenos autores, algo siempre queda y sirve, inconscientemente, al escritor. Y, claro, sigo leyendo como buen adicto a la letra impresa, a las ficciones, a la poesía, al ensayo y la filosofía.

jueves, 8 de septiembre de 2011

EL POR QUÉ DE LAS FICCIONES
Escribe Carlos Sforza*
En el mes de agosto ppdo. se realizó un diálogo público sobre la ficción con la participación de la novelista, ensayista y poeta norteamericana Siri Hustvedt y la novelista argentina Luisa Valenzuela.
En la revista “adn La Nación”, se publicó un adelanto de los argumentos de cada una de ellas para explicar por qué contar historias.
El tema es recurrente en quienes escribimos ficciones. Ya sea cuando se nos interroga sobre el mismo y el por qué contamos historias, o en diálogos con colegas y, también, en una interrogación íntima que los escritores solemos hacernos.
Al lector puede interesarle el tema ya que abre caminos en las razones que cada autor, contador de historias, tiene para dedicarse a esa tarea de narrador.
El título para el diálogo público entre las dos escritoras fue “La escritura y el cuerpo” y fue elegido, conforme dice Valenzuela, porque creen que “ambos términos están intrínsecamente ligados”. Dice la norteamericana, que la creencia que la separación entre cuerpo y mente “aún está entre nosotros”. No se ha asumido que la psicología está íntimamente ligada con la fisiología. Expresa que “pensar, recordar y fantasear son procesos fisiológicos, y la neurociencia está develando lo que los científicos llaman los correlatos neuronales entre ambos”.
Afirma asimismo, que “aunque no hay trabajo de ficción sin conciencia de sí y sin lenguaje, los orígenes de la ficción son inconscientes”. Por su parte, Luisa Valenzuela sostiene que “lo que me conmueve y me mueve es el lenguaje, lo que la palabra dice y lo que calla”. Yo por mi parte, agrego lo que siempre he sostenido: escribo por una necesidad visceral de hacerlo. En el acto de la escritura hay conciencia y, a la vez, hay recuerdos que está como guardados en el inconsciente y afloran al momento de la escritura.
La argentina cita a Rudiger Safranski cuando expresa: “En el interior del arte hay un rumor misterioso que amenaza al arte mismo. El misterio procede de la imaginación, que es una creación de la nada”. Esa nada que no es tal porque se nutre de la memoria y los recuerdos, de las experiencias vividas, de la circunstancia que rodea a cada individuo, del propio paisaje y hábitat en que se vive y se actúa.
La imaginación es el motor que crea las historias y las transforma en literatura. Sin la imaginación, pienso, no habría historias contadas. Y asimismo, entran en juego situaciones y razones que muchas veces no se pueden explicar, para encarar una historia determinada. Esas historias que uno no busca de ex profeso, sino que ellas lo buscan a uno.
Hustvedt piensa que “el lenguaje está allí antes de nuestra llegada; está fuera de nosotros”. Y asimismo afirma algo con lo que estoy de acuerdo: “La facultad de la imaginación no puede ser separada de la memoria. Y la memoria consciente no es un depósito fijo en la mente, sino una realidad móvil”. Hay una relación entre imaginación y memoria y hasta con el olvido, que hace que cuando uno escribe, todos esos elementos confluyan y hagan posible la escritura. Es evidente que uno escribe por necesidad. Una necesidad que suele deparar placer. Una necesidad que no puede dejar de aceptársela y es cuando todo el mundo interior asimilado por el escritor, los libros leídos, las experiencias propias y ajenas, todo en suma, aporta algo para esa historia que se ha apoderado de nosotros y nos pide que la contemos.
La novelista norteamericana cita al filósofo francés Merleau Ponty para quien “el mundo nos llega a través del lugar que ocupa nuestro cuerpo. Yo me contacto con el mundo a través de mi cuerpo (…)”; la historias que contamos “es también algo hecho de memorias inconscientes y de percepciones. Está hecha de gestos y movimientos y sentimientos relacionados con el mundo”. Es, en suma, lo que afirmo líneas arriba: las circunstancias que nos rodean, que están fuera de nosotros pero que, al momento de escribir historias, nos nutren directa o indirectamente. Por eso Hustvedt dice: “Los seres humanos somos los únicos animales que cuentan historias, los únicos que se recuerdan como personajes del pasado y se imagina como habitantes del futuro. Percibimos el tiempo de una manera especial. Pero la escritura de ficción emerge de aquello que no sabemos, suspensiones del ser que llamaste lo inefable”.
Sin dudas el diálogo entre las dos narradoras debe haber sido sápido. Porque el tema, apenas esbozado en esta nota, da para muchísimo más. Lo cierto es que entre quienes escribimos hay, en general, una coincidencia de las razones que tratan de explicar por qué escribimos historias. Por qué con la palabra, creación del hombre, que “es hablado por la palabra” según Heidegger, un ser quizá perdido en un lugar del mundo, remoto o cercano, se pone a contar historias. Y son historias que pueden o no perdurar pero que necesitan ser escritas y, una vez escritas, necesitan sin ninguna duda, ser leídos u oídas por otro. Es cuando se entabla la relación dialógica entre el yo y el tú. Entre el escritor y el lector que recibe las historias que aquél ha escrito. Así de simple.

jueves, 1 de septiembre de 2011

UN LIBRO ÁCIDO QUE HACE PENSAR
Escribe Carlos Sforza*
Martín Caparrós ha publicado el libro ARGENTINISMOS (Planeta, Buenos Aires, 2011, 400 páginas). Como subtítulo el autor ha escrito “Las palabras de la patria”.
Martín Caparrós aparte de su labor como escritor es ampliamente conocido por sus apariciones mediáticas en programas de televisión y en otros eventos. Es Licenciado en Historia, título que obtuvo en París. Ha vivido en el extranjero varios años, estuvo exiliado. En su bibliografía figuran varias novelas como Ansay o los infortunios, No velas a tus muertos, La noche anterior, El tercer cuerpo, Valfierno, A quien corresponda. Asimismo es autor de libros de crónicas como Larga distancia, La guerra moderna, Contra el cambio, entre otras. En suma, es un autor prolífico ya que en su haber tiene publicados una veintena de libros.
Ha recibido diversas distinciones como el premio Planeta, el premio Rey de España, la beca Guggenheim. Ha dirigido diversas revistas, y ha incursionado en la radiofonía y la televisión.
EL LIBRO
Ahora nos entrega este diccionario sui generis, que motiva la presente nota. Caparrós en su nueva obra, podríamos decir que redefine muchos términos políticos en uso en nuestro país. No escapan a la pluma del autor, ninguno de palabras en uso en la actualidad. Porque es evidente que en la idea de Caparrós al componer el libro, está mostrar descarnadamente, con una acidez a la que el autor nos tiene acostumbrados, lo que valen ciertas palabras en boga y boca de políticos, sociólogos, historiadores, comunicadores, en cuanto a su significado que los argentinos solemos aplicarles.
En la introducción, Martín Caparrós cuenta una anécdota y saca una conclusión: la imposibilidad de poder discutir un tema. Dice el autor: “Hemos perdido – si es que alguna vez la tuvimos,- la capacidad de discutir. Se agravia, se amenaza, se putea en arameo, pero es muy difícil discutir alguna idea”. Por no pensar igual, gente amiga ahora, expresa el autor, lo odia. Gente con la que ha compartido la amistad y hasta ideales, ahora, porque no piensa como ellos, le quitan el saludo y no son capaces de entrar en una discusión franca..
Dice Caparrós que “El formato de este libro es casi simple: voy a explorar las palabras que, estos últimos años ocuparon buena parte de la escena, para pensar qué dicen esas palabras que se han vuelto argentinismos: progresismo, modelo, lagente, política, campo, democracia, derecho shumanos, peronismo, relato, militancia, kirchnerismo, futuro, Él, trucho, secentismo y varias más(…)”.
Es indudable que el autor conoce la tela que corta en este libro. Lo hace desde su punto de vista que, obviamente, podrá ser o no compartido. Pero con cáustica mirada de quien conoce de lo que habla, penetra con el escalpelo en las entrañas y en el entramado de nuestro país, y dice cosas que muchos saben pero callan, y otras que por su militancia anterior, el autor conoce de primera mano.
Y para que no queden dudas, Caparrós dice con claridad dónde está parado: “Por eso quiero aclarar, antes que nada, desde donde hablo. No hay nada más incómodo que tener que explicar la propia posición, pero aún así quiero decir que yo fui uno de esos que tuvimos que dejar la Argentina mientras el matrimonio Kirchner hacía buenos negocios de esos que criticábamos al peronismo de Menen mientras el matrimonio Kirchner y su gobieno peronista hacían buenos negocios, de esos que trabajábamos para recuperar la historia reciente mientras el matrimonio Kirchner prohibía en su capital marchas de las Madres.”
La postura de Martín Caparrós en cuanto a su pensamiento, está clara al leer esta obra. No se casa con nadie y dice lo que cree y debe decir. La razón de este originalísimo diccionario nace de la actitud crítica y reflexiva del autor. Dice: “Por eso vale la pena parar y pararse, pensar qué es lo que uno piensa. Sé que estoy perplejo. Pero, además, estoy molesto, inquieto, irritado: me persigue la sensación de que algo está muy mal en la Argentina y que mucha gente muy respetable se resiste a verlo.”
Vale la pena entrar en las páginas del libro para apreciar un estilo de escritura que roza entre el ensayo crítico y la crónica de investigación de un periodismo serio y a la vez, saturado de sarcasmo y acidez. Una prosa cáustica que hará repensar muchas cosas a quienes se acerquen a sus páginas.
Las definiciones que Caparrós da a cada título de los capítulos que integran el libro, es propio de quien maneja la realidad y la transcribe con una pizca de ironía al libro. El
primer capítulo es DEMOCRACIA . Y el autor pone el siguiente significado de dicha palabra: “sust. fem. sing., argentinismo: régimen político basado en la entrega del supuesto poder ciudadano a un pequeño grupo de especialistas altamente desprestigiados, llamados políticos. Se sostiene en un mito que pretende que el pueblo gobierna porque una vez cada tanto vota por esos políticos, transformados en candidatos de quienes nada espera que cumplan lo que prometen”. Y en el desarrollo de ese y los demás capítulos, hurga en el significado de los argentinismos, y lo hace con una prosa ágil que logra la atención del lector. Y más aún diría, que consigue lo que posiblemente el autor busca: hacer repensar la realidad del país y su gente a quien se anime a las 400 páginas de un libro que, lo reitero, es ácido y a la vez en ciertos aspectos, muestra una especie de escepticismo en el autor. Pero, cada uno de los lectores, tenemos que sacar nuestras propias conclusiones. Hay verdades de Perogrullo, hay verdades no conocidas, hay pasión en la escritura. Todo ello hace que estemos ante un nuevo y valioso aporte, de un escritor e intelectual comprometido con el país y que dice su verdad. En cada uno de nosotros estará, pues, el discutirla, aceptarla o disentir de ella.
COLOFÓN
Martín Caparrós, en el último capítulo del libro, habla del futuro, y de cómo encontrar una forma política que haga que ese futuro no sea una utopía sino una esperanza a encontrar y aplicar. Por ello concluye este sabroso libro expresando que “(…) en distintos lugares, en muy variadas situaciones, cantidad de personas imaginan o viven o buscan o descubren formas nuevas de pensar el futuro, de ilusionarse con los cambios posibles –o aparentemente imposibles todavía: crean los modos de reinventar el mundo, los futuros futuros. Los que merezcan que peleemos por la posibilidad de hacerlos presente. Por ahora, la pelea es descubrirlos, y en eso estamos, creo, espero. Vale la pena.”
Este libro es, sin dudas, un aporte al esclarecimiento de la realidad argentina. Y por ello es altamente valorable.