miércoles, 29 de diciembre de 2010

VICTORIA EN LAS LETRAS
Escribe Carlos Sforza*
Es habitual que en revistas y páginas culturales se realicen balances cuando concluye un año calendario. Es, pienso, una manera de saber lo que se ha hecho y pensar en lo que se ha dejado de hacer. Es una especie de mirada crítica sobre el quehacer literario de un lugar determinado. En este caso, de Victoria, bautizada poéticamente por Gaspar L. Benavento como “La de la Siete Colinas”.
Nuestra ciudad tiene una larga trayectoria dentro del quehacer literario. La tiene desde el siglo diecinueve con las muchas publicaciones recogidas por diarios y revistas de la época a través de poemas, prosas poéticas y otras expresiones de las letras. No podemos soslayar la primera novela histórica entrerriana, escrita e impresa y editada en Victoria: “Viuda y Virgen” de Pablo Díaz.
Durante el siglo pasado hay un continuo trabajo literario plasmado por diversos escritores que abordaron la poesía y la prosa. Es indudable que en la nómina hay nombres que son hitos de la literatura victoriense y se insertan en la gran literatura nacional. Tal el caso del mencionado poeta, ensayista, autor de obras de teatro y leyendas, Gaspar L. Benavento. A él se suma Marcelino Román con una obra que cultiva la poesía denominada culta y de estilo clásico con la gauchesca. Agreguemos el nombre de Martín del Pospós con “El País de los Chajás” que mereció el Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación y es una de las obras fundamentales con su visión estilizada de las islas de nuestro departamento.
Enumerar y nombrar suele resultar problemático puesto que es más lo que se olvida que lo que se consigna. No obstante ello debo mencionar a Rosa María Sobrón, excelente poeta y autora de recordadas estampas y a María del Carmen Murature de Badaracco que a la par de su labor historiográfica, tiene en su haber varios libros de poesía de un alto lirismo. Juan de Mata Ibáñez, Argentino Cejas, María Cristina Reggiardo de García Martín, Adrián Trucco…
LOS QUE ESTAMOS
A esa incompleta lista debo agregar los que estamos y desde hace años trabajamos en la creación de obras literarias, sea poesía o ficción. Así Marta Zamarrita, “Coca” Antúnez”, Gloria Traverso, Gladys Navarro Sartirana, María del Carmen Rourich, Francisco “Paco” Robles (hoy residente en Irlanda), Claudio González (“Rantés”), quien escribe esta nota…
Concretamente a ese núcleo que, lo reitero, es incompleto y así lo quieren marcar los puntos suspensivos, en los últimos años y en este que está por finalizar Victoria se ha visto acrecentada en lo literario con diversas publicaciones. No sólo en diarios y revistas, en lecturas realizadas en diversos ámbitos como en el Grupo “Alfonsina”, en el Hotel Sol Victoria con el Evento Internacional donde nos reunimos artistas plásticos, escritores, poetas y disertantes, músicos, cantantes y actores, en la Agrupación Cultural Victoria, en la Fiesta Provincial de la Poesía “Marcelino M. Román” realizada a fines de octubre en el Teatro Municipal Victoria, en nuestra ciudad, sino y, con el soporte del papel, en la publicación de libros.
Tal el caso de Ariel Otero con “Chico Cuento” (2009), Gladys Navarro Sartirana con “Regreso a la luz” (2009), Cecilia Oberti, María del Carmen Rourich con “Territorios azules” (Poesía y Prosa), Graciela Paleari en un libro compartido, Laura Pérez con su novela “Tierra Hogar” (20l0), Juan H.“Lito Stiechr con la reedición actualizada de “Historial Municipal” (2010) y “Recuerdos” (Aquellos tiempos inolvidables de 1940 a 1980)” (noviembre de 2010).
No puedo dejar de mencionar la labor que a favor de la reedición de autores victorienses, cumple la Sociedad Filantrópica “Terror do Corso” que en enero de 2010
publicó una nueva edición de “La de las Siete Colinas” de Gaspar L.Benavento. Y para continuar con esa tarea, la mencionada Sociedad reeditó en septiembre de 20l0, “El 5º Cuartel, Ceniza y Humo” de Raúl R. Trucco con ilustraciones de Gabriel Calabrese, prólogo del autor de esta nota y, para complementar el libro, con el cuento de mi autoría “El Fantasma de la Cal”, “Aquel Quinto que Imagino” de Oscar Lami y “Raúl R. Trucco” por Marcela Trucco.
Hubo algunos reconocimientos por la labor a favor de la cultura como el que en el citado evento internacional de 20l0 en el Hotel Sol Victoria se me entregó una plaqueta como Miembro Honorable y en el mismo acto se le entregó una similar a la recientemente desaparecida artista plástica y entrañable amiga, Imelda Banchero de Luque. También en la Fiesta Provincial de la Poesía recibí el galardón “El Cimarrón Entrerriano” por mi trayectoria, igual distinción recibió en la Fiesta Provincial del Teatro en nuestra ciudad, el actor y director teatral Hugo Labarba.
Son hitos que han dejado las tareas de ceración en nuestro pueblo y que merecen destacarse en la medida en que ubican a Victoria en el circuito cultural (y concretamente a lo que se refiere esta nota) en las letras de la provincia y que en muchas ocasiones trascienden los límites comarcanos para proyectarse al ámbito nacional.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

UNA MANERA DE VIVIR
Escribe Carlos Sforza*
Al aceptar el Premio Nobel de Literatura 2010, en Estocolmo, ante la academia sueca, Mario Vargas Llosa pronunció un discurso en el que realizó una verdadera autobiografía a la vez que hizo el elogio fundamentado, de la escritura y la ficción, desde el punto de vista del lector y del escritor.
Narró sus experiencias de niño, adolescente, joven y adulto, en sus más de setenta años de vida. Y lo hizo con un auténtico sentido de equidad para consigo mismo y para quienes gozaron del discurso en Suecia y quienes gozamos al leerlo en un rincón entrerriano y en tantos otros lugares del vasto y globalizado mundo actual.
EL FANATISMO
Vargas Llosa es un hombre que se caracteriza por su postura contraria a cualquier fanatismo. Sea político, religioso o de la clase que fuere. Así expresa que “Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias”. Y agrega: “Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se siente poseedores de verdades absolutas”.
Es indudable que a través de la historia, los fundamentalismos han perforado la convivencia pacífica de la gente. Y cuando se cree que han desparecido, resurgen con otras formas, otras modalidades, con nuevas “formas de barbarie” que pueden resultar letales no sólo localmente, sino en expansión mundial. Ante este panorama, el peruano sostiene que hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. Hace una enumeración de su juventud adherida al marxismo hasta que vio la realidad encarnada en países donde esa forma de marxismo se aplicaba y, desilusionado, fue girando para convertirse en un demócrata gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Kart Popper a los que debe, dice, su “revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas”. Y a renglón seguido sostiene que “Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquellare sanguinario de la revolución cultural china”.
Su aprendizaje en su estada en París, cuando en la capital francesa estaban Sastre y Camus, en los años de Ionesco, Becket, Bataille y Cioran, fue fundamental en su vida. Afirma que recibió enseñanzas inolvidables, “como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad”.
Estas confesiones del Premio Nobel de Literatura vienen bien para que los lectores y sobre todo para quienes nos dedicamos a escribir, comprendamos cómo se forja una ficción: con vocación y mucho trabajo. La vocación es parte de nuestro ser y a ella debemos ponerle a su servicio la imaginación y para que fructifique, la constancia en el trabajo. Como no me canso de repetir, hay que “sudar la camiseta” para lograr concretar una obra literaria.
LA CONQUISTA Y LA EMANCIPACIÓN
La autocrítica que hace Vargas Llosa sobre la conquista y la emancipación, debieran leerla con detenimiento en forma especial, los que a ultranza y fanatismo, estigmatizan la conquista de los españoles. Dice: “La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes, fueron en gran número nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron”. Por esos sostiene que nuestras críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Y lo dice así porque, sostiene que “al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella es una asignatura pendiente en toda América latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza”. Palabras para pensar y reflexionar, sin dudas.
LEER Y ESCRIBIR
Mario Vargas Llosa sostiene que cuando, a los once años perdió la inocencia al enfrentar cuestiones de la vida, todo cambió. Descubrió la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Entonces, dice, “Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir”. Y agrega también: “Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador, ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa”.
Ese entregarse al trabajo de fabular es una actitud positiva para contrarrestar el desánimo, la adversidad. Porque el escritor se sumerge en otras vidas, en otros mundos, en otras historias y sale de sí mismo y crea mundos que lo hacen vivir allí, en esas ficciones o fábulas surgidas de su imaginación y logra aventar el mundo concreto en el que vive. Es una prolongación de lo que ha sido y es la creación del mundo. Es un hacedor y, como dice citando a Flaubert, “Escribir es una manera de vivir”. Una manera de vivir que quienes escribimos ficciones, lo experimentamos con ilusiones y alegría, buscando las palabras para que, encadenadas las unas con las otras, formen las hileras donde surgen los personajes que se escapan de nuestras manos y a los que no podemos sujetarlos porque sería coartarles su libertad, cosa que para el auténtico fabulador es imposible hacer.
Por otra parte, Vargas Llosa dice que “La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la mayoría de los seres humanos (…)”.
La ficción, se sabe, es mentira. Pero pese a serlo, se transforma en verdad porque presenta seres y hechos ficticios que a la postre, pertenecen a la realidad y a la verdad de esa vida y esos hechos que suelen existir y suceder. De allí que el lector al sumergirse en una ficción, participa de ella y vive muchas vidas. No dos o tres vidas, sino las muchas que la ficción le proporciona. Y tal vez, al identificarnos con esos seres de ficción, estemos realizando una transmutación al compartir esas vidas y sentir las alegrías y pesares de cada uno de los personajes de ficción.
De allí que Vargas Llosa sostiene que “Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores, transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad”. Y concluye su imperdible discurso afirmando: “Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

domingo, 12 de diciembre de 2010

“RECUERDOS” DE JUAN H. “LITO” STIECHR
Escribe Carlos Sforza*
Hay formas para recuperar el pasado. La historia estrictamente investigada y recuperada es una de ella. La más científica que se nos puede entregar. Hay crónicas, que recogen la tradición ya sea oral o vivida y reflejan momentos y personajes de un pueblo y de un país también. Y hay una manera muy especial de recordar personas, hechos, instituciones, instancias del pasado. En esta última categoría se ubica sin dudas el libro de Juan H. “Lito” Stiechr, “RECUERDOS” que tiene por subtítulo: “Aquellos tiempos inolvidables de 1940 a 1980” (Imprenta Los Gráficos, tapa y prólogo de Rubén Tealdi, Victoria –E.R.-, noviembre de 2010, 348 p.).
El autor recoge en esta obra artículos periodísticos y notas publicadas en medios gráficos, que recuperan esa porción de historia lugareña, concretamente victoriense, que muchas veces puede quedar relegada a la memoria de algunos y a la tradición oral. “Lito” Stiechr ha tenido el buen tino de agrupar sus escritos en un volumen que con el sostén de ser un libro impreso, sirve para rescatar una parte del pasado cotidiano del pueblo e incluso de la campiña victoriense.
El libro está dividido en seis capítulos: PERSONAJES, OFICIOS-COMERCIO, ESPESCTÁCULOS Y FESTIVALES, INSTITUCIONES Y ESCUELAS, DEPORTES y RECUERDOS (Misceláneas). En el primer capítulo, como surge del título, el autor recupera personas que se han destacado en diversas actividades en nuestro medio, ya sea en la docencia, en la medicina, en la política, en su trabajo en favor de la comunidad y todo aquello que hace a la dinámica de una ciudad donde si no todos, casi todos nos conocemos y sabemos quiénes han sido esas personas. Por supuesto que “Lito” ilustra a sus lectores con datos que escapan por lo general al común de la gente y lo hace con la impronta de una nota periodística que hace llevadera la lectura.
Es interesantísima la recuperación que el autor hace de diversos oficios y comercios como las viejas peluquerías, las panaderías, las carpinterías, las carnicerías, los mecánicos, los viejos mateos, los almacenes de campaña (llamados de ramos generales), músicos y tantas otras actividades que en el correr de cuarenta años se han desarrollado y que muchas continúan y otras ha desaparecido, en Victoria y sus distritos.
Hay en el tercer capítulo un recuerdo muy especial a festivales que han marcado hitos en el pueblo y por supuesto, una muy especial recordación a los centenarios carnavales victorienses que siguen vivos todos los comienzos de año.
En cuanto a INSTITUCIONES y ESCUELAS, desfilan aniversarios de establecimientos educacionales con breves historias, guardería, hogar de ancianos, la Sociedad de Beneficencia y la concreción del Hospital que hoy es el “Dr.Fermín Salaberry” y pertenece a la provincia, los desaparecidos Boy Scouts, entre otros.
Un capítulo especial y jugoso es el dedicado al deporte, donde están reflejados los orígenes y el historial, siempre dentro de la nota periodística, de los principales clubes deportivos de Victoria, los por entonces célebres campeonatos de baby fútbol en el Club 25 de Mayo (en los cuales el autor del libro y el de este comentario, jugaron en el mismo equipo), las canchas de pelota a paleta que pululaban en la ciudad y la campaña y otras expresiones que quedan registradas en este libro.
El último capítulo son precisamente RECUERDOS que el autor fija en sus notas, como los paseos del día del estudiante, con toda la preparación y el ritual que entonces tenían, un especial recuerdo a Rincón de Nogoyá donde pasó su infancia y primeros años de adolescente el autor, como asimismo la vieja calle San Luis (hoy Hipólito Irigoyen) donde vivió con sus padres y hermanos cuando se instalaron en Victoria, antiguas ordenanzas, la desaparecida Sociedad San Luis…
Muchas de las notas son ilustradas con fotografías, lo que hace que también se conserve a través de ellas lo que el autor nos relata en sus escritos.
Este libro de Juan H. “Lito” Stiechr tiene las características en cada artículo, de lo que es la impronta periodística. No entra en elucubraciones o reflexiones históricas académicas, sino el volar de la pluma que le da la carnadura necesaria para que sea cada uno de ellos, una nota periodística. El autor ha querido y logrado, por suerte, recogerlos en un libro que pasa a formar parte de la bibliografía necesaria para conocer una parte a veces no registrada debidamente, de nuestro pasado. De allí que esta edición sea un valioso aporte para Victoria gracias al tesón, la búsqueda y la recopilación de sus notas periodísticas, que ha hecho J. Stiechr.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

lunes, 6 de diciembre de 2010

EN EL ALMA DE NUESTRAS PLAZAS
Escribe Carlos Sforza*
Primero, y por mucho tiempo, fue la placita Moreno. Eran los años de la infancia. Las diagonales y las calles laterales de dentro del paseo público, eran de tierra.
Allí, bordeados por el verde de los canteros, en las siestas de sol mezquino del invierno, fue el ruido de las chorlas, las porcelanas, los aceros. Y el juego a las bolillas (así lo llamábamos nosotros). Y también las carreras. Y los trompos bailoteando en círculos interminables, picoteados de jugar a los puazos.
También, eludiendo los cables del alumbrado, estuvieron las cometas: barriletes, bombas, medio-mundos, algún barco perdido, y las impares tarascas. Y la vida transcurría. El dolor andaba a nuestro lado; la tragedia desfilaba a nuestra vera. Pero, en actitud displicente, los ignorábamos. Estábamos, por razones de edad, al margen de esos condimentos del vivir cotidiano.
A veces, y ya nuestro panorama se alargaba, era una escapada a otra plaza. Íbamos en barra (¿de qué otra manera podíamos incursionar en un barrio vedado?). Y entonces era cuando la plaza Libertad se nos aparecía de lejos. Allí, en el centro, estaba esa pirámide alta (altísima para nuestra imaginación niña). Y los juegos: el tobogán preferido; las hamacas; y las piedras de los muchachos de la barra del lugar, que veían invadir por un grupo de intrusos sus lares queridos. Y siempre, con una altura impresionante, la pirámide, con esa mujer allí arriba (claro, era la Libertad, y podía permitirse el gusto de mirarnos desde tan encumbrada postura. Y también, causarnos no poco pavor traducido en una especie indefinible de vértigo).
Y otra vez, en nuestros años niños, fue la plaza principal, la San Martrín. Ya allí, había que ir con la mejor ropa que teníamos. Era el lugar de los actos patrióticos. Y de la procesión de la Virgen Patrona. Y del corso oficial. Y del paseo de los jóvenes y las chicas que hacían sus primeras armas en el amor.
Y de la mano, una noche de carnaval, con el asombro saltándonos de los ojos, estuvimos con nuestro padre. Era el sucederse de las caravanas de hombres, de máscaras, el ruido interminable de las matracas y los pitos; el correr, con el viento del último momento, de las tapitas de cerveza y naranja y chinchibira, que unían su sonidos al de las gentes y los vehículos y al ritmo enloquecido del corso.
Después, los años fueron pasando. Y las plazas, las tres plazas más importantes de nuestro pueblo, fueron creciendo. Las costumbres cambiaron. Y los niños siguieron siendo siempre niños. Oír eso, ahora cuando la vieja y querida placita Moreno ha vestido su aspecto con baldosas, ha agregado el busto del patrono del lugar, ha mejorado el alumbrado, ha incorporado juegos infantiles; cuando la plaza Libertad también ha ampliado su vestuario y ha embellecido su aspecto; cuando la plaza San Martín, que es la principal (la de los actos oficiales, de la procesión de la Patrona, de los corsos que ya no están y del mejor traje), también ha avanzado en el tiempo; cuando hemos visto nuestra prolongación a través de nuestros hijos y nietos, nos parece que estamos allí también nosotros. Retrotraemos el tiempo y jugamos en las diagonales; en los bancos; a veces (sin que nos vea el cuidador, que pese a todo es amigo de los niños), subimos a los canteros.
Porque las plazas, nuestras plazas, como todas las plazas del mundo, conservan un pedazo grande de nuestra infancia. Y es bueno, es saludable, es hermoso, volver a rememorar la infancia. Volver a ser niños (no por nada Jesús dijo que había que hacerse niños). Y estas plazas nuestras, estos paseos victorienses, estos rincones adentrados en nuestro corazón, siguen deparándonos esas emociones.
A veces, algún paseante con imaginación volandera y fácil quizá advierta el paso de sombras rápidas, andariegas, movedizas. Es, sin dudas, el hálito de nuestra infancias que así, imperceptibles para quienes no saben ver, ha quedado allí, prendido de los canteros verdes, en juego permanente, con el beneplácito de las flores y los pájaros. Y otras veces, la sonrisa de algún poeta que sabe, por pura intuición, que sus amigos, los niños y los espíritus de los que siguen siéndolo pese a la edad cronológica, juegan, saltan, viven en esos paseos que son nuestras plazas: la Moreno de nuestra primeras andanzas; la Libertad de nuestras esporádicas incursiones; la San Martín de los actos protocolares (y del juego, también antes, de nuestras hijas y nietos).